Tentacle Rape
Si algo les gusta más a los japoneses que los tentáculos es el fascismo. Tanto es así, que hay ilustraciones del siglo XIX que muestran a señoras pasándoselo muy bien, o no, con pulpos probablemente nazis. Y es que los cefalópodos cachondos y los señores bajitos con bigotes ridículos han tenido un fuerte impacto en la producción cultural japonesa. En una sociedad chovinista, sexista, racista y con tintes pedófilos (compran bragas usadas en máquinas expendedoras) era imposible que su diarrea mental no alcanzase a dos de sus productos estrella: el manga y el anime.
A pesar de ello, no todo es maldad en el país de las parafilias. En los años 70 animes como Ashita no Joe, de Ikki Kajiwara y Tetsuya Chiva, lo petaban. Joe era un joven vagabundo que había escapado de un orfanato y entrenaba duro con un boxeador fracasado. A base de sudor y lágrimas acaba convirtiéndose en un deportista de fama mundial, mientras tiene tiempo a escapar de una cárcel cabalgando unos cerdos. En su camino al estrellato, Joe se bate el cobre contra el poder establecido y machaca rivales de alta alcurnia, demostrando que las protestas estudiantiles contra la guerra de Vietnam y la lucha de clases también influenciaron al manga. Aquel personaje se convirtió en un icono para los jóvenes nipones de izquierdas, que veían en él un ejemplo de superación del origen humilde. Con una animación llena de expresividad y una carga política y social muy fuertes, Ashita no Joe nos hace pensar que no todo huele a futón sudado en el país del sol naciente. La única pega es que, después de su publicación, Japón se embarcó en una etapa conservadora de la que nunca ha salido.
El año 1972 fue destruido por los puños fuera de Mazinger Z. Los animes de mechas arrasaron con sus diseños psicodélicos y sus batallas mastodónticas: robots gigantes que combaten contra ejércitos que poseen armas de destrucción masiva similares al par de bombas nucleares que les cayeron encima a los japoneses. Junto al robot se cimentó una dinastía heroica de protagonistas como Koji kabuto, el piloto de Mazinger Z, cabeza hueca, impulsivo y bravucón.
El Capitán Harlock, de Leiji Matsumoto, también contribuye a la crítica contra los poderes fácticos. En su mundo del futuro, el gobierno ha creado una sociedad próspera y con todas las necesidades cubiertas, en la que no existe el conflicto ni el deseo de libre albedrío. Harlock, que es un trol y no ve con buenos ojos el pacifismo de la humanidad, se rebela y es declarado proscrito, convirtiéndose en un pirata espacial. Para justificar las ideas del protagonista, la Tierra sufre una invasión de las Amazonas, una raza alienígena formada exclusivamente por mujeres. Como los seres humanos han renunciado a la guerra, son incapaces de defenderse y sucumben ante el enemigo exterior. La sombra del neofascismo que está por venir se presiente ya en Capitán Harlock, que nos vende la idea de que la paz y la falta de un cierto expansionismo lleva a la debilidad y el desastre.
La serie remarca constantemente la necesidad de la militarización ciudadana para obtener una falsa libertad a costa de enemigos imaginarios. Siendo esta vertiente del fascismo la más insidiosa, cala hondamente en sectores desfavorecidos dispuestos a creer que pueden superar sus problemas a punta de pistola, apoyándose, como siempre, en valores religiosos, un determinado concepto de la familia y nacionalismos varios. También hay que destacar la misoginia que destila toda la obra, que señala a las mujeres, azules o no, como la fuente de todos los males. Casi que prefería pensar que Capitán Harlock es un anime de calidad repleto de romanticismo y que invita a la ensoñación y el escapismo mental.
Las hombreras de los 80 empiezan a asomar y el antimilitarismo se hace más presente que nunca en el manga. Personalmente, creo que fue una etapa en la que surgieron grandes franquicias caracterizadas por sus aventuras cargadas de imaginación y que, en muchos casos, nos transmiten una sensación de libertad; supongo que, para el ciudadano japonés, atrapado en un mundo sumamente estratificado, la sensación debía ser aún mayor.
Series como Votoms, dirigida por Ryosuke Takahashi, se adaptan a las nuevas exigencias del público con una historia de ciencia ficción con robots pilotados, en la que los militares abusan de su poder para conspirar y asesinar a quien se les oponga. Quién lo iba a decir. Poco después, Gundam, de Yoshiyuki Tomino, recupera la idea de los ejércitos robotizados, pero haciendo más hincapié en la conservación de la naturaleza y la defensa del planeta. A Donald Trump no le gusta esto.
Dragon Ball, Saint Seiya, Ranma ½… Son solo algunos ejemplos populares que tuvieron un prodigioso impacto en el mercado japonés e internacional. En muchos casos, fueron ellas las que hicieron descubrir el mundo de la animación japonesa a los impuros gaijin. Los suyos eran unos héroes, vamos a decir, poco espabilados y provenientes de la escoria que vivía por debajo de la escoria. A base de superación personal, flashbacks de maestros dando consejos e insospechados power ups, consiguen superar a la élite sin necesidad de revelar un oculto origen aristocrático o su pertenencia a una dinastía chipirriflaútica.
Akira, de Katsuhiro Otomo, sigue la estela de la desvirtuación de las clases dominantes en un futuro en el que las megacorporaciones, el gobierno y el ejército controlan el destino de la población. Sus protagonistas son delincuentes juveniles pobres como ratas, que a fuerza de voluntad consiguen imponerse a los siervos del poder, caracterizados como pusilánimes y necios. Akira supone tal boom en el extranjero que termina por catapultar al anime fuera de las fronteras de Japón. Curiosamente, su crítica mordaz y su estilo no acabaron de cuajar en su país.
En la década de los 90, el anime parecía estar muerto, pero series como Neon Genesis Evangelion, de Hideaki Anno, se encargaron de resucitarlo. Sin que sirva de precedente, en Evangelion la Tierra está pasando una mala racha por culpa de otros alienígenas llamados Ángeles; quienes se enfrentan a ellos montan una organización paramilitar que utiliza mechas pilotados por adolescentes para salvar el planeta. A pesar de lo básico de la premisa, Evangelion explora el tema de los problemas psicológicos de los jóvenes mediante personajes depresivos y, por qué no decirlo, también nos deleita con salvas de hostias entre robots gigantes. Voy a ser sincero: la serie no me pilló: sus protagonistas llorones y molestos me daban urticaria. Shinji, el más importante de todos, es un miedica que se cuestiona hasta ir a mear. Aparecía constantemente en planos fijos en los que nos obsequiaba con profundos monólogos interiores que daban tanto sueño como la Vuelta ciclista a España. Pero no es solo eso, si no que te ponía supernervioso al ver la inoperancia de un personaje que tiene suficiente poder como para resolver casi cualquier problema; desgraciadamente, el nene prefiere patalear, llorar y quejarse durante mil episodios en los que luce un miedo atávico a cualquier ser con vagina. Shinji es el precursor de los héroes que estaban por venir: débiles, negativos, miedicas y tristes. Una clara referencia a cierto sector de la sociedad japonesa.
Quería mencionar Berserk, de Kentaro Miura que, aunque no es especialmente representativo, me sirve para constatar un hecho: la existencia de relaciones homosexuales en el anime. Berserk es un anime de fantasía oscura excelentemente ilustrado por Miura. Es tan detallista que tarda varios años en acabar cada volumen, al estilo francés. Su historia trata de Guts, un mercenario con un espadón enorme (no te digo na y te lo digo to), que lucha contra fuerzas demoníacas para, algún día, llegar a enfrentarse a Griffith, un antiguo amigo que después de traicionar y exterminar a su grupo de mercenarios se transformó en un miembro de La Mano de Dios, una sociedad de demonios megapoderosos con objetivos misteriosos. Pues bien, entre Guts y Griffith hay más que un mero entrechocar de espadas.
Sin ir más lejos, la caída de Griffith en el lado oscuro viene tras la partida de Guts, que lo abandona para seguir su propio camino. No solo eso: Griffith llega a seducir a Casca, una guerrera de su banda mercenaria, por culpa del despecho que ha sufrido. De todas maneras, Guts, que acaba teniendo un encuentro íntimo con Casca, vuelve para rescatar a Griffith de los abismos, sin duda motivado por algo más que la camaradería. Podríamos decir que se produce un triángulo amoroso entre los tres soldados, pero todos sabemos que a los dos hombres les brillan los ojicos cuando se encuentran. Por lo visto, en Japón, pensar en tu rival de una manera estrictamente platónica y rechazar a mujeres atractivas es un síntoma de ser el tipo más macho del barrio.
Además, Berserk no es el único anime con una temática homosexual palpable: tenemos también Jo Jo´s Bizarre Adventure, de Hirohiko Araki y la ya mencionada Saint Seiya, de Masami Kurumada. En ambos los personajes están más ocupados adoptando posturitas y sudando unos encima de otros, peleando o rozándose porque sí, que en hacer caso a las pocas mujeres que les rodean. Ellas no pueden competir con el pelazo y los modelitos que se gastan los hombres. Nunca he sabido si la intención de los autores era esta o es que la mentalidad japonesa está mas distorsionada de lo imaginable, teniendo que ocultar algo legítimo y, al mismo tiempo, incluyéndolo en todas las salsas.
Naruto, de Masashi Kishimoto, y One Piece, de Eiichiro Oda, llegaron casi de la mano a final del siglo pasado y se prolongaron hasta el año 2000. Bueno, en el caso de One Piece se ha prolongado hasta el infinito, ya que el anime lleva produciendo un capítulo semanal desde 1999 hasta hoy. Ambos están fuertemente inspirados en Dragon Ball y otros Shonen (literalmente, mangas para chicos). Los dos presentan a un personaje con una sola neurona y una facilidad increíble para partirse la cara con cualquiera, da igual que sean ninjas o piratas. Los dos poseen también cierto tufillo fascista muy común en las obras que han triunfado desde el año 2000 en adelante; una deriva que, además, va siendo más evidente a medida que los episodios se suceden.
Sus características comunes serían: clases sociales bien diferenciadas, unos son aristócratas y otros plebeyos; suceden en mundos fantásticos y, a diferencia de otros animes pretéritos, los personajes empiezan siendo caca de la buena, pero terminan descubriendo que son hijos de un noble o forman parte de una línea de sangre destinada a la grandeza. Ahora son los malos son los que se oponen al poder, dando forma a un tema tratado con sutileza: normalmente existe un poder anterior y corrupto que ha sido sustituido por uno nuevo con tendencia a parecerse al viejo, pero que está instaurado por los héroes y por tanto deja de ser malo. Todos los que se rebelan contra este nuevo poder, aunque parezcan tener objetivos como conseguir comida para los pobres, acaban siendo malignos; quieren hacer cosas como probar un arma biológica inoculando un virus en la comida que están dando a los pobres.
Además, se perpetúa un concepto erróneo de masculinidad. Y es que da la impresión que, en Japón, ser hombre significa ser gilipollas y tratar a las mujeres como la mierda: la misoginia. Los personajes femeninos son débiles, solo aspiran a casarse y ser comparsas de los masculinos. No podemos tampoco olvidar su gran sexualización: hay tetas del tamaño de zepelines por doquier. En el caso de One Piece, es dramático cómo Nami, el principal personaje femenino del anime, pasó de tener un cuerpo descompensado y caricaturesco, como todos los de la serie, pero con unos pechos normales, a quedar poseída por el espíritu de las tetas de Lolo Ferrari. A partir de su transformación, todos los cuerpos de mujer de la serie fueron dibujados de la misma manera: da igual su edad o si tienen cara de perro. Lo cierto es que la presión social japonesa hizo cambiar el físico de los personajes femeninos e incluir cada vez más planos con posturas abiertamente sexuales, convirtiéndolos en objetos de decoración y probablemente fomentando conductas violentas e inadecuadas hacia las mujeres. Hay que señalar que, especialmente en el caso de One Piece, uno nota que es esa droga mala la única que puede darte un buen viaje con un anime cuya calidad ha ido disminuyendo hasta las fosas sépticas de Godzilla.
Y por fin llegamos a los 2000, donde el manga y el anime japonés tienen más brazos que la diosa Shiva. Porque lo nazi vuelve a estilarse en todo el mundo, ¿y cómo Japón iba a ser una excepción? Attack on Titan, de Hajime Isayama, incorpora muchos de los elementos fascistas que hemos mencionado anteriormente y se yergue como gran representante de las producciones actuales. Narra una guerra entre los humanos y unos gigantes que los devoran sin motivo aparente. Para sobrevivir a estos gargantuescos enemigos, los supervivientes construyen unas enormes murallas que los aíslan del exterior. En este anime encontramos una idealización brutal del ejército y la nobleza, sin los que seríamos poco más que pasto de los titanes. Por ejemplo, Historia, miembro del ejército y reina en el exilio, demuestra que con su llegada al poder la corrupción existente, personificada por unos sucios políticos, puede desaparecer y ser reemplazada por el liderazgo de la elegida. Ella es capaz incluso de lanzarse contra uno de los titanes cuando la situación lo requiere.
Otro factor a tener en cuenta es el sacrificio por el país. Los habitantes de este drama hitleriano llegan a brillar y vencer todas sus dudas cuando descubren que lo único que importa es morir por la patria. Eren descubre esta gran verdad y abandona su personalidad insoportable para convertirse en una máquina de picar carne, dispuesto a morir en cualquier momento sin pestañear porque los individuos no suman, solo importa el conjunto. La villanía de los mercaderes y el resto de la chusma que no acepta su lugar en el orden de las cosas se transmite a través de personajes como Jean, un egoísta poco confiable que manifiesta su intención de unirse al ejército para vivir bien, porque los que en su mundo parten la pana son los integrantes de las fuerzas armadas. Levi, Hanji y Erwin son otros personajes que encarnan el ideal ario del servicio a la patria sin preguntarse por qué siguen luchando. La gota que colma el vaso es que los judíos son los malos de este cuento que tanto bebe de la Alemania nazi: han estado conspirando todo el tiempo para dominar el mundo.
Mencionar todos los animes fascistoides de la actualidad sería imposible. Debo admitir que, de vez en cuando, sale algo con una animación sorprendente con una sensibilidad y humor que se salen de la norma. One Punch Man y Mob Psycho 100, ambos del creador One, son dos buenos ejemplos. Curiosamente, no dejan de ser una parodia del género al que pertenecen, explorando el descubrimiento personal y el camino hacia la edad adulta.
Una última reflexión. Afirmaría que Japón demuestra una gran verdad: vivir en una isla te puede joder la cabeza.
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Menuda suma de despropósitos indocumentados.
Menudo comentario indocumentado. Lo mismo digo. Para poner eso no pongas nada.
Aficionado de toda la vida… sospecho que el autor no ha visto nada de lo que esta comentando. Es despropósito tras despropósito. Faltando al respeto a obras memorables, que ni ha entendido, ni lo ha intentado. Harlock, el gran luchador por la libertad, como neofascista. Evangelion comentado como si fuese un adolescente de hace mas de 20 años que no se entraba de nada. Y de paso, decir que los japoneses están mal de la cabeza.
Infumable. Probablemente es la reacción que buscaba, pero se lo repito: infumable. El «que gracioso soy que rajo de todo», caducó hace decenios.
Claro por eso hay fascistas italianos q usan a harlock como enseña. era eso o un japonés de gafitas. tu tb eres muy gracioso amigo. El gran luchador por la libertad! muajjaja eso lo has dicho mirándote al espejo?
por otro lado a pesar de q harlock es más nazi q el bigote de hitler me encanta.
por desgracia he visto mucha mierda de la q nombro si.