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Cine y TV

The (not so) Good Wife

Aprovechando que The Good Wife (CBS) ha llegado a su fin y que todo lo que se escribe estos días la eleva a los altares de la perfección capitulizada (nunca había sido tan cierto que «al muerto todo son flores»), quiero explicaros mi relación amor-odio con Alicia Florrick y todo su entorno. Principalmente porque tiene más sombras que luces y considero necesario un buen contrapunto que contrarreste todos esos parabienes que la producción está recibiendo de forma indiscriminada.

Ante todo, quiero puntualizar que esta me parece una buena serie: disfrutable, con grandes guiones y momentos de muy buena ficción televisiva; la producción es muy pulcra e incluso la música incluye una colección de temas muy acertada para esos momentos de calidad. Dicho esto, esta es mi triste historia:

Todo comenzó una mañana lluviosa de finales de diciembre. Corría el año 2013 y, en plenas vacaciones navideñas, navegaba desesperadamente por internet buscando alguna buena serie que llevarme a la boca. Esa época del año, como bien sabéis, es especialmente dura para los seriéfilos de pro por culpa de los parones navideños. Me llamó la atención que varias de las típicas listas de greatest hits del año coincidían en incluir esta serie. A pesar de tener ya a sus espaldas cuatro temporadas y media, encerré bajo llave mi pereza en el armario y me puse ojos a la pantalla. Al final de la quinta temporada, coincidiendo con los mejores momentos de la serie, conseguí ponerme al día. Ver cuatro temporadas en tres meses deja claro que no me pudo parecer una mala serie, ni siquiera mediocre. De haber sido un producto de esa calaña, la hubiese mandado a freír espárragos. Pero, tras las caricias, debo dar algunas bofetadas. Sobre todo, por dos cuestiones que, en general, no me gustan de algunas series y de las que The Good Wife hace gala:

  • Temporadas de 22-23 capítulos. Son demasiado largas. Entiendo que a nivel publicitario sea interesante para las cadenas y que el tema de la sindicación también está revoloteando por ahí, pero para el espectador es, sencillamente, un coñazo.
  • Actores metidos a productores. Pasan dos temporadas, la serie tiene éxito y como soy la actriz protagonista y sin mí no hay serie, pues quiero ser productora… ¿Tuvo algo que ver la productora en que la actriz que interpretaba a Kalinda (Archie Panjabi) dejase la serie? Nunca lo sabremos.

Que conste que las temporadas maratonianas son el pan nuestro de cada día en los canales generalistas en abierto, y puede que funcionen para otro tipo de géneros como las sit-com y otro tipo de comedias. Pero aplicado al drama, el formato tiende al culebrón y no queremos eso, ¿verdad? Tampoco son novedad los actores intrusistas que se pasan a productores: Jon Hamm en Mad Men (AMC) o Vera Farmiga en Bates Motel (A&E) son otros ejemplos famosos.

También quiero desmentir que sea una serie poco conocida o infravalorada; más bien, es todo lo contrario: ha ganado cinco premios Emmy (los Oscar de la tele, vamos) y ha sido nominada en treinta y seis ocasiones más; la crítica siempre la ha ensalzado y ha mantenido buenas audiencias. Casi me inclinaría a pensar que se la ha sobrevalorado, especialmente durante las dos últimas temporadas, en las que la calidad baja de manera notable, dejando entrever un claro agotamiento. Muchos detalles convirtieron algunos momentos en un deja-vú continuo y aun así las críticas seguían poniéndola por las nubes.

Otro de los aspectos más ensalzados de la serie son los personajes secundarios. Lógicamente, en una serie de siete temporadas y veintidós o veintitrés capítulos por cada una de ellas, si los secundarios hacen aguas, es difícil que la serie se mantenga. De ahí su importancia, pero ¿realmente son tan buenos personajes? Yo tengo mis reservas sobre bastantes de ellos. Es más, creo que hay más errores que aciertos, empezando por el matrimonio Florrick y su ausencia total de química, que provoca que el trio amoroso entre Alicia, Peter y Will quedase cojo por incomparecencia del marido. Siguiendo por Jackie (madre de Peter), personaje rancio, empalagoso y totalmente estereotipado. La Jar-Jar Binks de la serie, vamos. Y terminando por los hijos de la pareja, a los que, si borrásemos de la serie, nadie echaría de menos. En el bufete de abogados tenemos a Kalinda, esa investigadora misteriosa que cuanto más sabemos de ella, peor. Mención especial al arco argumental centrado en ella misma y su marido, posiblemente el más sonrojante de la serie. Otro personaje a destacar sería el del director de campaña de Peter Florrick, Eli Gold, una versión edulcorada y descafeinada de Ari Gold, el agente de cine irreverente que representa al actor Vincent Chase en la serie El séquito (HBO), con el agravante de que a medida que avanza la serie se va ablandando y por tanto haciéndose cada vez más convencional.

Me atrevería a decir que los mejores personajes de la serie no son los secundarios, sino los de reparto, como el abogado Louis Canning, interpretado magníficamente por Michael J. Fox, que aparece por primera vez como rival de Alicia, pero que a medida que crece su peso en la serie moldea un personaje con mucho brillo, con una visión cínica de la abogacía que sirve de contrapunto al supuesto idealismo de nuestra diva. O la también abogada Elsbeth Tascioni, que pone el toque surrealista, alocado y divertido cada vez que aparece. Para el recuerdo su romance con el abogado del Departamento de Justicia Josh Perotti, interpretado por Kyle MacLachlan (el Agente Cooper de Twin Peaks. ¿Casualidad?, no lo creo…), uno de los encuentros más hilarantes de la serie. También me gustó el abogado sin licencia Ryan Alprin, que solo aparece en un capítulo pero que abría el camino para explorar otros escenarios alejados de las altas esferas. Era la vía para acercarse a los problemas sociales reales de la clase media americana, pero, amigos, así es la televisión: el perfil al que iba dirigido la serie era, principalmente, el de las mujeres profesionales, independientes, liberales y de mediana edad y puede que esas tramas no encajasen bien con sus gustos. Mejor seguir con el glamour de la high society. Teniendo a estos buenos personajes tan desaprovechados, me extraña (o no) la decisión de la cadena, que se ha decantado por hacer un spin-off del personaje de Diane Lockhart. Es decir, más de lo mismo.

Vamos con la otra cara de la moneda de la ley. Lógicamente, al tratarse de una serie de abogados, los jueces, sin tener papeles protagonistas, tienen mucha importancia. La mayoría de estos personajes son recurrentes: normalmente están dibujados para que den pie a escenas cómicas, una técnica que a veces se les va de las manos a los guionistas. La escena con la juez Lessner que obliga a comenzar cada alegato de los abogados con la frase «en mi opinión» es muy divertida, pero cuando abusan de recursos similares o cuando elevan el tono surrealista de la cuestión, la serie se aleja del drama con toques de comedia para convertirse en comedia absurda al más puro estilo Ally McBeal (Fox).

En cualquier caso, el principal problema de la serie no son los secundarios, ni los actores de reparto, ni los cameos… El principal problema es la protagonista, Alicia Florrick, a la que han querido hacer tan perfecta que pierde toda conexión con el espectador. Veamos, ¿alguien recuerda cuantos casos pierde? Y no hablo de las últimas temporadas, porque desde su etapa de becaria en la primera temporada ya era la mejor abogada del bufete. Eso provoca curiosas situaciones en las que tenía que preguntar cosas a Will y a Diane, para que pareciese que los dos socios del bufete con mucha más experiencia que ella, eran mejores abogados. A pesar de ello, las escenas parecían más una conversación de tú a tú que entre un jefe y su becario. Por supuesto también es la mejor madre, la mejor amiga, la mejor amante, la más ecuánime, la más legal, la que más… irradia un aura de superioridad, la que deslumbra al resto de personajes que reconocen en ella a un ser superior.

Y se habla, por cierto, de una supuesta (súper) evolución del personaje de Alicia a lo largo de las siete temporadas. En realidad, lo único que cambia es su percepción de (súper) mujer todo poderosa: mientras que en la primera temporada tiene dudas y es mucho más tímida, a medida que avanza la serie y es consciente de su superioridad, se hace más directa e incluso déspota. Vamos, la típica evolución de cualquier tirano. Vale, también bebe más vino, pero aun así yo desconecté del personaje y comencé a empatizar más con los pobres abogados que se enfrentan a ella y que, como espectador, sabía que iban a perder frente a la sublime Alicia.

Los guiones de The Good Wife son perfectos, milimétricos; todo ocurre cuando tiene que ocurrir y con un ritmo calculado que hace que los cuarenta minutos que dura cada capítulo se esfumen sin pestañear. Las situaciones son ingeniosas y los giros argumentales siempre acaban teniendo sentido… Pero siempre toman partido y eso no me gusta, porque me da la sensación de que me quieren engañar: hacen trampa cada vez que desnivelan las situaciones para que siempre estemos del lado de Alicia y eso me hace desconfiar, porque si tienen que reforzar la idea de que Alicia es la buena, la que siempre actúa de forma correcta, es que algo falla. Un ejemplo rápido que me vienen a la mente: situémonos en el capítulo en que Alicia lleva a Zach a la universidad. Un policía les para y encuentra cigarros de la risa en el coche; Zach le graba con el móvil y se niega a dejar de grabar cuando el policía le dice que pare, porque claro, como su madre es la (súper) abogada y su padre el (súper) gobernador, a ver quién le tose al niño. Alicia, en vez de reprender a su hijo por su irresponsabilidad con el tema de las drogas o por no hacer caso a la autoridad, le anima y le viene a decir que no se preocupe que ella se encarga de sacarle del marrón. El problema no es ya que se nos ayuda a ponernos de su lado porque nos presentan a un agente de policía desagradable y mal encarado, sino que después resulta que ¡era corrupto! ¡Qué casualidad!… Eso sí, un gobernador moviendo hilos y presionando para que no presenten cargos contra su hijo o Alicia animando a su hijo a desobedecer a la policía, son cuestiones amables, naturales, edulcoradas y que se representan siempre con una sonrisa, no vaya a ser que creamos que Alicia está abusando de su posición. Eso sí que no. Alicia nunca actúa por egoísmo o por interés propio. Como este, hay bastantes ejemplos similares que los guionistas se encargan de maquillar para justificar apropiadamente las acciones de la protagonista. Vamos, que nos están teledirigiendo y yo por ahí no paso. Por favor, dejadme que sea yo quien juzgue y saque mis propias conclusiones.

Al predominar los personajes femeninos, podríamos pensar que la serie tiene la oportunidad de adquirir una perspectiva feminista, pero en mi humilde opinión todo se queda en pequeños guiños superficiales. Un ejemplo es la idea de formar un bufete integrado únicamente por mujeres que surge en la última temporada; sin embargo, lo que trasmite a lo largo de las siete temporadas todo lo contrario: en la primera, aunque es Peter el marido infiel, toda la presión y la reprobación social cae sobre Alicia por su supuesto romance (que aún no había acontecido) con Will. Cuando Peter sale de la cárcel, parece como si ese tiempo a la sombra hubiese servido de penitencia y nadie le echa en cara sus infidelidades (recordemos que no fue a la cárcel por infiel, sino por malversación de fondos, es decir, por pagar prostitutas con dinero público). Del mismo modo, la relación que mantiene Peter con su ayudante, se trata de forma mucho más benévola (solo se tienen en cuenta las repercusiones que puede tener sobre su carrera), mientras que todos y cada uno de los romances de Alicia (que encima mantiene su matrimonio para no afectar a la carrera de Peter), se tratan como una infidelidad y una traición a su marido. Al hombre se le perdona todo y a Alicia se le penaliza por cada pensamiento impuro que tiene. La balanza no está equilibrada.

Políticamente, toda la serie nos vende un perfil feminista-demócrata. Lo encarna, por ejemplo, el personaje de Diane, pero de nuevo lo neutraliza el personaje de su marido, Kurt McVeigh, un experto en balística republicano, que le inculca el gusto por las armas y muestra mucha más integridad que ella cuando, en los últimos capítulos, Diane le pide que mienta en un juicio. También son muy representativos en este sentido los episodios en los que el grupo republicano ficha a Diane para que ejerza de abogada defensora en simulacros de juicios para perfeccionar sus estrategias a la hora de presentar los casos. Tras el trabajo, Diane duda de sus convicciones demócratas.

Podría continuar y comentar muchos más aspectos que no me convencen de la serie, pero queda claro que hay un hilo conductor que une todos: The Good Wife es una serie tramposa. Lo que más me entristece es que, contando con unos actores increíbles, con unos guionistas sobresalientes y con unos productores excelentes, temporada tras temporada se suceden capítulos perfectos que no salen de su espacio de confort. Nos dieron lo que se supone que queremos y que nunca se atrevieron a ir un poco más allá, a arriesgar en los guiones, a incomodar con los temas, a no complacer incondicionalmente a la audiencia. Y esa es la diferencia entre una serie notable (sin duda esta lo es) y una sobresaliente. Por mucho que nos guste, está lejos de alcanzar el nivel de Los Soprano (HBO), The Wire (HBO), Breaking Bad (AMC) o A dos metros bajo tierra (también HBO). Tampoco, dentro de su categoría de los canales en abierto, llega al nivel de Perdidos, Twin Peaks (ambas de ABC), El ala oeste de la Casa Blanca, Seinfield (NBC) o Doctor en Alaska (de la propia CBS).

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