Un curso de pensamiento práctico
¿Cómo diferenciar la buena filosofía de la tramposa autoayuda? La primera nos habla de la realidad y nos plantea exigencias. Los libros de un coach cualquiera, en cambio, dibujan mundos imaginarios y nos dicen lo que queremos oír. Son fábricas de conformismo, en definitiva. Sin duda, De cómo tratar con las personas, del ilustrado alemán Adolph Knigge (1752-1796), impecablemente editado por Arpa (Barcelona, 2020), se inscribe en la primera categoría. Dentro de la tradición de un pensamiento moral en la que han brillado nombres como Séneca, Baltasar Gracián o Lord Chesterfield, Knigge nos propone un manual para vivir en sociedad y no morir en el intento. Como señala José Rafael Hernández Arias en el prólogo, sus reflexiones no han perdido la capacidad de seducirnos por «su discreción, ingenio y sagacidad».
En un mundo como el nuestro, que predica la meritocracia pero practica el culto a la vulgaridad, es imposible leer a Knigge sin sentir una sensación de déjà vu. Sobre todo cuando nos dice que las personas inteligentes fracasan a la hora de trasmitir sus ideas, mientras son los mediocres los que triunfan y consiguen cosas insospechadas. ¿Por qué se daba esa aparente paradoja? En cualquier tiempo y lugar, los cerebros más brillantes acostumbran a ser ineptos para la vida social. El caso de Sheldon Cooper y los demás protagonistas de la serie Big Bang Theory no se reduce a una exageración televisiva…
Sheldon, por su indiscutible genialidad como físico, por la apabullante superioridad de su inteligencia, se cree dispensado de seguir los principios más elementales acerca de la cortesía y otras convenciones. Si fuera un personaje real y Knigge se lo hubiera encontrado, sin duda le habría dado un buen tirón de orejas para que espabilara. Imaginemos la escena: el pensador germano, sin ser demasiado hiriente, pero con firmeza, le recordaría al inefable científico que no basta una capacidad por encima de la media para triunfar en la vida. Hay que saber conducirse en las relaciones con otras personas. Dicho de otra forma: necesitamos ser pragmáticos, adaptarnos a multitud de individuos que no piensan como nosotros, pero sin renunciar por eso a nuestro carácter. Se trata, por tanto, de abandonar cualquier pretensión de superioridad moral, porque ese sentimiento solo nos conducirá al despeñadero. La izquierda, por cierto, haría bien en tenerlo en cuenta.
En nuestros días, es un lugar común acusar a los políticos de la desafección popular hacia la democracia. Algo de eso hay, por supuesto. Pero… ¿qué decir de tantos comportamientos agresivos, sobre todo en las redes sociales, por parte de aquellos que creen tener la verdad absoluta? La tolerancia no vive su mejor momento porque demasiada gente quiere creer que los que se apartan de sus ideas, de sus comportamientos, son mala gente. El error intelectual, en demasiadas ocasiones, se convierte en error moral. Por eso, un politólogo famoso pudo escribir sobre la supuesta desfachatez de aquellos creadores de opinión que no pensaban como él, con lo que daba entender que engañaban a la gente a sabiendas. Knigge, por el contrario, nos invita a no caer en extremos dogmáticos: «Sé cauto en cómo censuras y contradices a otros. Hay pocas cosas en el mundo que no tengan dos caras diferentes». Sí, podemos pensar que este consejo es obvio, pero si después echamos un vistazo a Twitter seguro que cambiamos de opinión en un santiamén. En cambio, De cómo tratar con las personas nos pide que aprendamos a soportar a los que nos contradicen, a no caer en la vanidad de aferrarnos a nuestras ideas solo porque son nuestras. Tampoco debemos defender nuestras opiniones con grosería porque, en ese caso, ya hemos perdido la mitad de la discusión por más sensato que sea lo que tenemos que decir.
Knigge era un ilustrado, pero no de esos que soñaba con imponer la fuerza de la razón con la razón de la fuerza. Su sentido de la tolerancia le hace ser siempre práctico. Sabe que en el mundo existen muchas personas que se sienten amenazadas por el espíritu de las Luces. ¿Qué hacer con ellas? En lugar de burlarse de sus prejuicios, como han hecho y hacen tantos aspirantes a redentores, prefiere comprender antes que juzgar. Ciertos mitos aportan serenidad. Por tanto, no podemos privar a la gente de sus creencias sin ofrecerles algo que también les sirva de ayuda.
Por este camino de moderación, la humanidad se hubiera ahorrado más de un quebranto. La Iglesia católica pecaba por su intransigencia, pero sus críticos, los que en 1789 hicieron la revolución, copiaron sus peores tics autoritarios para defender sus ideologías laicas. Surgieron entonces religiones políticas, versiones secularizadas del catolicismo tradicional, que en el siglo XX conducirían a la humanidad a los peores abismos totalitarios. Todo por una fe sin fisuras en ideologías de apariencia infalible. Knigge, en las antípodas de cualquier fanatismo, nos llama a desconfiar de nuestra propia razón, muy capaz de errar en cuestiones vitales.
Nos hallamos ante una filosofía de la sensatez, atenta siempre a los matices de la vida real. Nuestro autor recomienda a sus lectores que actúen en función de sus principios, sin hacer excepciones. Pero eso no significa, ni mucho menos, ser tan inflexible como para hacer de cualquier pequeñez un caso de vida o muerte. Se trata, en cualquier caso, de poder ir por el mundo con la conciencia tranquila, en paz con uno mismo. Eso significa preocuparse por los demás, tratarles con la indulgencia que merecen sus debilidades humanas. El que carezca de sentido de la amistad acabará, finalmente, solo cuando más lo necesite.
Knigge no compartiría la moderna tendencia a considerar a cada ser humano como una isla, un ser autosuficiente que no necesita a los otros para vivir. Sabe que el ser humano es, por naturaleza, un ser social. Si viviera en el mundo de hoy, sin duda acabaría horrorizado ante todos esos filósofos baratos que predican el egoísmo como forma de vida. Como tampoco aprobaría esa falacia que confunde ser auténtico con la mala educación o, peor aún, con la crueldad.
Al hombre del siglo XXI le encanta hablar de sus derechos, no tanto de sus obligaciones. Nuestro autor, por el contrario, advierte que si deseamos el máximo respeto, primero tendremos que cumplir con nuestros deberes. Eso supone convivir con personas diferentes a nosotros, a veces muy diferentes, en las que podremos encontrar tanto lo mejor como lo peor. Lo comprobamos, una vez más, en la actual crisis del coronavirus, en la que presenciamos tanto el heroísmo como la bajeza moral. Nos guste o no, el sol sale tanto para los justos como los malvados. Con unos y con otros debemos convivir. El libro de Knigge nos orienta en las complejidades del alma humana para que seamos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos.
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Qué buen artículo, me aclaró mucho las cosas. Muy bien escrito, mil gracias.