Heavier than you: la hipsterización de las camisetas heavys
En mis tiempos de instituto la molonidad la marcaba, entre otras cosas, las camisetas de grupos heavys. Lo sé, es difícil de entender hoy en día, cuando los cerebros adolescentes son lobotomizados por Daddy Yankee, Taburete y demás cacofonías sonoras, pero en la segunda mitad de los años noventa el rock aún daba sus últimos coletazos de popularidad y era suficientemente autoconsciente como para saber glorificar una simbología que empezaba a vislumbrarse como terreno de nostalgia mitificada. Así pues, podías ser un pringado en toda regla, pero con tu camiseta de Helloween o Iron Maiden lo eras un poco menos. Si te gustaba el heavy, el metal, el rock… en definitiva, los sonidos considerados duros, y además dejabas constancia de ello en tu estética, eras visto si no como alguien realmente rebelde (era difícil con gafas de culo de botella y llevando al recreo un bocadillo de mortadela hecha por tu madre), al menos sí como un tío con un gusto musical identificable con la rebeldía y lo salvaje. Las camisetas heavys ayudaban a ser más interesante, a ser más guay.
Pero hay que matizar que esa molonidad se reducía básicamente al ámbito fraternal de la masculinidad. Que te gustase el rock y que lo demostrases vistiendo era algo que solamente te hacía molar entre tíos. Porque las chicas, por lo general infinitamente más maduras que sus coetáneos varones, andaban a otra cosa. Por supuesto, a ellas también les podía gustar el rock, pero además de tener un sentido de la moda mucho más depurado que nosotros, no iban a querer enrollarse contigo porque te pusieses una camiseta con el careto de Eddie. Vale, podían sentirse atraídas por el malote de clase que además era fan de Pantera, pero sus querencias musicales no eran el motivo que atraía sus miradas, sino más bien la sensación de peligro que proyectaba y a la que su adhesión al rock ayudaba a alimentar; es decir, al chungo de clase le gustaba Pantera porque él era peligroso, pero no se había convertido en peligroso por gustarle Pantera.
Independientemente de su éxito social, las camisetas heavys eran indudablemente un signo de identificación, una forma de activismo estético de nuestra personalidad: «Hola. Soy mi camiseta». Y lo eran porque el rock molaba. Y no solo porque proyectase una supuesta imagen peligrosa de ti, sino porque representaba un movimiento vanguardista con unos valores culturales reivindicables. A nadie en su sano juicio se le hubiese ocurrido entonces llevar una camiseta de los Backstreet Boys o de Britney Spears; el pop prefabricado de la MTV podía vender millones de discos, pero era un enemigo contra el que posicionarse por su vacuidad. El rock no, el rock era una bandera a enarbolar y que, como luego comprobaríamos, no solo se adscribía a la personalidad adolescente, si no que nos podía acompañar también en la adultez.
Pero hace tiempo que las cosas han cambiado. La caída en desgracia del rock, y el auge en contraposición de la horterada de radio fórmula y del hip hop y el indie como géneros de identificación juvenil, han dado un vuelco al panorama. El último caso es especialmente significativo, ya que ha venido a ocupar el espacio tradicionalmente reservado a los sonidos guitarreros: ahora que la cultura popular ha sido hipsterizada, ahora que lo indie ha pasado de ser un movimiento nacido como reacción a lo mainstream a convertirse en su mayor símbolo, el rock ha quedado reducido paradógicamente a la condición alternativa a la que aspiraba la música independiente. Pero la cultura hípster, por su inconsistencia intelectual y su propia naturaleza snob, tiene la desconcertante cualidad de reivindicar toda manifestación artística susceptible de ser considerada marginal, y dada su banalidad ideológica intrínseca, de resucitarla potenciando sus postulados más superficiales. De ahí que el rock no haya experimentado bajo la sombra de los nuevos tiempos un resurgir musical, y en cambio sí haya sido rescatado como un juguete de carácter fútil; de ahí que las camisetas heavys sigan viéndose por las calles, y suponemos que por los institutos, pero que no vengan acompañadas de un interés musical y cultura real. Hoy, esas camisetas proceden de talleres chinos previo etiquetado de Amancio Ortega, y ya no son un signo de identificación social, si no el objeto fotográfico de la it-girl o el it-boy de turno.
Una de las primeras personalidades de referencia en abrir la veda fue Kendall Jenner, hermanastra de Kim Kardashian, quien se dejó ver por la calles de Los Angeles y Nueva York con camisetas de Metallica, Guns ´n´Roses, Rolling Stones o los Ramones. Hablamos de principios de 2016, año cuyo verano fue vaticinado por los expertos como el pistoletazo de salida para una moda que iba a llegar para quedarse: la de las camisetas «de aires roqueros». La polémica no se hizo esperar, y no solo porque un personaje supuestamente alejado del mundo del rock como Jenner se pasease públicamente de esa guisa, sino porque poco después afirmó en su Twitter que no entendía a la gente que escuchaba música heavy, para a continuación aparecer con una camiseta de Slayer. Si había voluntad de irónica provocación en sus palabras, es algo que Gary Holt, guitarrista de la banda californiana, no esperó a comprobar, contestándole enseguida como solo un metal hero sabe hacer: saliendo en un concierto con una camiseta con la leyenda «Kill the Kardashians» (mata a las Kardashian).
Pero no todas las rockstars se han tomado el asunto de forma tan severa. En una de las múltiples entrevistas dentro de la reciente promoción del nuevo disco de Metallica (Hardwired… to Self-Destruct, 2016), un medio mexicano le enseñó a James Hetfield varias fotografías de celebrities con camisetas de la banda. Sus respuestas, trufadas de cachondeo e ironía, dejaban entrever que a diferencia de Holt y de muchos fans del género, el tema le parecía totalmente anecdótico. «Obviamente es un poco grande para ella», comentaba entre risas viendo la imagen de Kim Kardasian, «muestra mucha más carne de la que yo le dejaría mostrar a mi hija. Si compró esa camiseta en la época de Kill ‘em All, estaría agradablemente impresionado».
Más hostil fue la respuesta de Marilyn Manson ante la contemplación de Justin Biever en circunstancias semejantes. Después de tuitear algunos comentarios sarcásticos, el Reverendo le puso la guinda al pastel compartiendo un vídeo en Instagram en donde se veía al rubio cantante con una camiseta con su nombre, y subtitulándolo como «es molesto cuando le prestas a alguien una camiseta después de una sodomía, y no la devuelve. Bueno, al menos, está siendo usada por una buena causa». Más adelante, Manson publicó fotos junto al cantante y portando él a su vez una camiseta de Biever, demostrando que, como todos sabíamos, al anticristo del metal siempre le ha interesado más una buena publicidad que cualquier debate sobre esencias roqueras.
Porque realmente esta es la cuestión que subyace aquí: si alguien está legitimado para ponerse una camiseta de un grupo aunque no lo haya escuchado en su vida; o en otras palabras, la supuesta perversión con la que las multinacionales de la moda y los medios de comunicación se han apoderado del espíritu de la música rock reduciéndolo a un mero objeto estético. Estamos hablando de un fenómeno puramente capitalista como la apropiación cultural, mediante el cual un grupo dominante se adueña de una estética o cultura sin profundizar en ella, despojándola así de su autenticidad y pervirtiendo sus valores originales. Y esto siempre trae consigo la ofensa del grupo agredido. Ejemplos hay muchos: uno aquí, otro aquí.
Desde luego, cada persona debería poder llevar puesto lo que le viniese en gana (mirad si no a Lenny Kravitz y su bufanda gigante); otra asunto es que eso sea un acto coherente con sus propios gustos musicales y, por ende, con todo lo que de ellos se deriva. Pero este sería un debate estéril de barra de bar (o de las redes sociales en su actual versión 2.0), si no fuese porque deja traslucir una inquietante incertidumbre: hace tiempo que las élites culturales han impuesto movimientos que se limitan exclusivamente a cambios estéticos, carentes de reflexión y con los que nunca nos cuestionaremos nada de lo que nos rodea.
En mis tiempos de instituto la molonidad la marcaba, entre otras cosas, las camisetas heavys, y esto era así porque llevarlas puestas quería decir algo. Ahora no; ahora estas camisetas han sido despojadas de significado. Y eso duele. Porque lo triste no es que alguien ajeno a su música vista una camiseta de los Rolling; lo triste es que el rock haya sido reducido a la misma condición vintage de una madalena insípida con nombre anglosajón: esas que dan igual cómo sepan, porque lo importante es que queden bien con un filtro Valencia en Instagram.
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Zara y demás tiendas de moda juvenil hicieron desaparecer los «grupos sociales» tanto en cuanto una misma chica podía salir vestida de punk, rockera, pija, princesita… y sin salir de una misma tienda y a un modico precio…!!
Dejando de lado el segundo párrafo, que es una auténtica «cuñalada» que deberías plantearte suprimir, no fue precisamente en el verano de 2016 que esto surgió así por arte de magia, sino que lleva años ocurriendo con las camisetas de Ramones… Es el paso natural y lógico el ir pasandose más al extremo para parecer más «edgy»
Juas juas juas me he reído a lo bruto por el aire de seriedad, esto es mucho más fácil si eres heavy… Q les den!
Toda la vida he llevado camisetas de grupos de jevi y de mil mierdas mas que no me gustan porque lo que me gustan son los dibujicos de las camisetas. Buen intento de darle empaque intelectual a un debate estéril y que se revuelve entre el capitalismo que malo que es y cualquier tiempo pasado fue mejor. Cada uno que se vista como le de la.puta gana, gracias.
Muy bueno. Totalmente de acuerdo con el artículo. Me jode ver a mi cuñada con la camiseta de los Rolling y Camela de melodía del móvil (totalmente verídico)
No me parece para nada irrelevante este artículo. Otra herramienta más para despersonalizarnos, son unos cracks…
Sí señor, cada vez más clones.