Mayo del 68 y la memoria – 23 de mayo de 2018
«Paz, amor y molotov», dice un grafiti que a estas horas puede que ya hayan borrado en el centro de París. Lo pintaron este martes, mientras miles de funcionarios franceses se manifestaban en defensa de su estatuto frente a los planes neoliberales de Macron. Les apoyan los principales sindicatos, unidos por primera vez en ocho años. Y las manos frágiles de los estudiantes. La policía usó cañones de agua y gas lacrimógeno. «Nunca había pasado», se quejaban algunos. Mala memoria. Los cañones de agua dejaron su marca en las calles parisinas hace ahora cincuenta años. Los mayos del 68 y del 2018 comparten, al menos, el gusto por el eslogan y las innovaciones de la represión.
«Prohibido prohibir» quedó del mayo francés como una corona de flores revolucionarias, y de espinas, en la apariencia de un Estado que mostraba una cara desconocida en los gloriosos años de posguerra. Y eso que a De Gaulle lo disuadieron de sus planes más osados y no llegó a enviar al ejército para desalojar a los estudiantes que ocupaban la Sorbona. El gobierno francés se contentó con antidisturbios para retirar las barricadas y apagar los citroen incendiados en Saint Michel. Las calles estaban cortadas pero los semáforos seguían cambiando: rojo, verde, naranja, colores para un tráfico imaginario. Las revoluciones también necesitan su orden.
«Revolución en la revolución», defendía Regis Debray mientras hacía la suya con Fidel Castro y le leían en París, Berlín, Santiago, Tokio. El aire rojo del 68 unía a obreros y a estudiantes, las fuerzas del trabajo y de la cultura. De América Latina llegaba el ruido de las metralletas guerrilleras: unidad de acción político-militar. Vietnam: crear dos o tres «vietnams» en el mundo para acabar con el imperialismo, decía el Ché. Paco Ibáñez todavía cantaba que no se podía matar a un hermano cuando millones de camisetas adolescentes hacían viral el rostro de Ernesto Guevara, asesinado. Ya era 1969. Aquel año ganó las elecciones en Francia el derechista Pompidou. Mayoría absoluta. De la acción, la reacción.
«Bajo los adoquines, la playa», se escribió en el 68, el año de Daniel Cohn-Bendit, entonces Dani el Rojo y ahora amigo de Macron. Dice que el liberalismo es necesario y que lo bueno de aquel mayo es que no era ideológico sino una «revolución de costumbres». Transversal. Se olvida cuidadosamente de las huelgas salvajes que arrancaron un aumento del salario mínimo a base de la fuerza brutal de la clase obrera, que es su razón. Como la de los trabajadores acosados de hoy. El eslogan jibarizó la revolución, que dejó de ser roja y se hizo gris coltán, otro objeto de consumo que solo empieza a ser verdadero cuando los adoquines rompen el espejo negro del televisor.
Notas de Extramuros es una columna informativa de Siglo 21, en Radio 3. Puedes escucharla en el siguiente audio y acceder al programa pulsando aquí. También puedes revisar todas las Notas de Extramuros en este tumblr.
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