Confieso que, cuando era pequeño, el stop motion me daba algo de miedo y desazón. Quizá eran los movimientos, un tanto siniestros y quebrados de los personajes o los gestos de sus caras, caricaturizados al extremo y articulados como si estuvieran sufriendo descargas eléctricas espasmódicas. Fuese lo que fuese, todo aquello quedó en el pasado y esta semana el cinefórum de La Soga recala en una película que por su minuciosa y artesanal factura, su a priori escasa distribución, y sus pintorescos personajes, está llamada a convertirse en pocos años en una película de culto.
Max & Mary es una película escrita y dirigida por Adam Elliot que nos narra, al igual que Harold y Maude la semana pasada, la extraña historia de amistad entre dos personas que tienen mucho más en común de lo que de primeras podría parecer.
Aunque fue estrenada en 2009 en el Festival de Sundance, la cinta tardó nada más y nada menos que cinco años en ver la luz. Rodada enteramente con animación fotograma por fotograma y huyendo todo lo posible de efectos digitales, Max & Mary es una obra de arte de alto nivel en la que una voz en off nos narra, como si de un cuento infantil se tratase, la relación a través de correo postal que establecen Mary, una dulce aunque acomplejada niña australiana y Max, neoyorkino de edad avanzada que padece síndrome de Asperger.
Aunque lacónica y lacrimógena en su fondo, Adam Elliot diluye la tristeza de sus vidas en humor negro, situaciones cómicas e irónicas y en punzantes sátiras sobre la sociedad actual. De igual forma, acompañan a los protagonistas numerosos personajes secundarios y animalillos de mirada huidiza que aliñan eficazmente un relato amargo convirtiéndolo en una dulce y tierna historia de amistad.
Por otro lado, es digno de agradecer al señor Elliot, la creación de una historia en la que se aborden temas que suelen resultar ciertamente tabú, como la falta de comunicación, los trastornos mentales, el alcoholismo, la ansiedad, la depresión y las consecuencias que de ellos se derivan.
La unión de estos temas junto con la animación cuadro a cuadro fraguan una extraña unión, como la de sus personajes, que convierten la película en un producto de difícil catalogación. Si bien la cinta pudiera parecer destinada a un público adulto, ha sido, generalmente, muy bien acogida entre el público infantil y adolescente (en el Festival de Berlín se programó de hecho en esa sección), no en vano queda claro en el relato que, tanto mayores como pequeños, todos estamos expuestos a realidades humanas como las que viven Max y Mary y que multiplican su toxicidad cuando quedan enterradas en nuestro interior por la vergüenza, el desconocimiento y los complejos.
Una de las varias moralejas que podemos extraer de este extraño cuento es la arenga a enfrentarnos a nuestros miedos y hacerles frente sin temor a pedir ayuda. Sepan que yo por lo pronto ya no tengo miedo al stop motion.
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