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Cineforum CVII: Sola en la oscuridad

Esta semana abandonamos la fascinación enfermiza del Fotógrafo del pánico por el éxtasis visual, alejándonos todo lo posible de ella para sumergirnos en la profunda ceguera de Audrey Hepburn en Sola en la oscuridad. Terence Young dirigió esta adaptación de una exitosa obra teatral de Frederick Knott, en la que la diva se ve privada, precisamente, de su vista tras resultar herida en un incendio doméstico. Una excusa, en realidad, para enarbolar una truculenta historia en la que la ausencia de uno de nuestros sentidos más preciados tiene un papel central.

En Wait Until Dark todo parece fruto de una casualidad. No había motivo para que una muñeca repleta de droga llegase a la casa de un feliz matrimonio de clase media norteamericana, esos que en las películas están formados por personas ricas y anormalmente felices. Incluso Susy, ciega pero clarividente, ama de casa inteligente que conoce su lugar, se esfuerza tenazmente por sobreponerse a su condición. Su gran arma es una sagacidad que le pone en peligro al hacerle sospechar del simple juguete que, súbitamente, interesa a todo el mundo.
La trama parece dirigirse, por tanto, hacia un pequeño enredo que debe servirnos de simple entretenimiento y, sin embargo, Sola en la oscuridad esconde en su interior un pequeño valle, lleno de serpenteantes absurdos y una frenética evolución de unos personajes capaces de hacernos reír, mostrarnos la crudeza del mundo del crimen e incluso convertirse en verdaderos psicópatas (el trabajo de Alan Arkin en este sentido hace que merezcan la pena todos y cada uno de los ciento ocho minutos de la cinta). Mientras los secundarios van quitándose sus disfraces, nuestra protagonista va dejando de ser una víctima propiciatoria para convertirse, casi sin que nos demos cuenta, en una heroína dispuesta a arriesgar su propia vida por la verdad.
Ni siquiera nos preguntaremos por qué, aunque no tiene demasiado sentido que lo haga, ya que la película se ha convertido en una dulce transición. Las bromas y los engaños han dado paso a la lucha por la supervivencia; la obra de teatro filmada, estática y amable, se ha trasformado en algo cercano a una película de acción con Audrey Hepburn como protagonista. Conocemos la naturaleza última de los buenos y los malos de la cinta, e incluso la de los que han naufragado entre ellos. Ni siquiera nos damos cuenta de que nos hemos quedado a una simple chispa de que todo arda a nuestro alrededor por una muñeca que, la verdad, nunca importó demasiado.
Víctor Muiña Fano
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