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Cinefórum CLXX: También la lluvia

Continuando el humilde homenaje a la dirección femenina de Ida LupinoJulie Dash en las dos últimas semanas, ponemos ahora los ojos y sentidos en También la lluvia (2010), reivindicativa y reivindicable cinta de una de nuestras mejores cineastas: Iciar Bollaín.

De la mano de Paul Laverty, célebre partenaire narrativo de Ken Loach, la directora madrileña nos traslada a la Bolivia del año 2000, concretamente a Cochabamba, ciudad en la que aterriza un equipo de grabación español para rodar una aproximación, en clave de denuncia histórica, de las desventuras de Cristobal Colón en su desembarco en tierras antillanas. Así, partiendo de la siempre interesante apuesta del cine dentro del cine, que en la primera mitad del metraje nos regala secuencias tan inspiradas como sugerentes, vamos sumergiéndonos poco a poco en las dificultades que encuentra la troupe ante el estallido de las protestas hoy conocidas como La guerra del agua.

A comienzos del año 2000, a instancias del Banco Mundial, el gobierno de Hugo Banzer privatizó el suministro de agua de Cochabamba, entregándoselo a una multinacional. La abusiva subida de precios consiguiente puso patas arriba la ciudad, hasta el punto de que se decretó la ley marcial, se encarceló a casi doscientas personas y murió un joven de diecisiete años: Víctor Hugo Gaza. La guerra del agua dinamitará, en sentido metafórico y más o menos literal el rodaje de la película, ya que además de peligrar desde el primer momento a causa de la implicación directa de uno de los actores locales en el proceso, el indómito Daniel (Juan Carlos Aduviri), se acabará volviendo imposible ante el caos generalizado que terminará por envolverlo todo.

Pero También la lluvia no es el relato de una película que se queda a medias, sino el de cómo un acontecimiento como aquel en las calles de Cochabamba puede sacar a la luz la verdadera naturaleza de la gente. Porque los protagonistas, presas del miedo, entrecruzarán sus posturas y caminos vitales hasta invertir los roles con los que han sido presentados al espectador. De esta manera, palabras bien intencionadas como las de Sebastian (Gael García Bernal), director mexicano de conciencia artística empática y liberalizadora, o las de Alberto (Carlos Santos), reencarnación interpretativa y espiritual de Bartolomé de las Casas, trasmutan en actos cuestionables cuando la realidad les obliga a posicionarse más allá de la estética preciosista de sus discursos. Mientras, Costa (Luis Tosar), ogro empresarial que antepone la defensa de su negocio a la moral, se convertirá en el príncipe del cuento encontrando la redención en un salto suicida hacia el heroísmo.

Al fin y al cabo, todo en También la lluvia nos evoca la permanente dualidad capitalista de congeniar las mejores intenciones con nuestros verdaderos actos. La paradoja queda explicitada en la conversación que tiene el personaje de Gael García Bernal con el gobernador de la ciudad, en la que este le recuerda que las razones que han movido a la productora española a rodar allí (las ventajosas condiciones económicas) son primas hermanas del mismo fenómeno que está robando el agua a sus ciudadanos. Y es que, más de quinientos años después de la llegada de Colón a América, Bollaín y Laverty parecen querer decirnos que se siguen librando las mismas guerras, pero con armas distintas.

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