¿Qué demonios es la postmodernidad? Viva el mal, viva el Capital
Este artículo ha supuesto un esfuerzo titánico por sintetizar algunas de las ideas más importantes contenidas en Teoría de la postmodernidad (Editorial Trotta) de Fredric Jameson, uno de los teóricos más importantes sobre el tema. La obra es brutalmente interesante y aplica la perspectiva marxista (tiene al capitalismo en el punto de mira) hasta al más mínimo detalle, pero más que como valoración en términos de juicios moralizantes, como análisis exhaustivo; porque, como dice el propio Jameson, es en las autopsias donde se aprenden las nuevas lecciones de anatomía.
La postmodernidad, la sociedad postmoderna o también llamada sociedad postindustrial, de consumo, de los media, de la información, sociedad electrónica o de la alta tecnología… es un periodo histórico que, según algunos teóricos, comienza a finales de los años cincuenta o principios de los sesenta y que atiende a una dinámica concreta del mercado mundial: la fase del capitalismo multinacional o tardío. A día de hoy ya hemos cambiado de época histórica, pero el cuándo y el cómo es un tema en sí mismo.
La era postmoderna constituye un rechazo ideológico y estético al movimiento moderno, considerado como autoritario y elitista, y es en contraposición a este como mejor se ejemplifica y subyacen los rasgos constitutivos de la postmodernidad. La modernidad se basada en valores formales, categorías cerradas, cánones y obras maestras. La postmodernidad, en cambio, supone el fin del estilo como algo único y personal y es sustituido por la práctica del pastiche: combinar e imitar estilos muertos, generando la creciente primacía de lo neo. Por otro lado, la postmodernidad es popular (si no populista), desaparece la antigua frontera (característicamente modernista) entre la alta cultura y la llamada cultura de masas o comercial. ¿Y qué significa esto?
Ejemplificándolo en el contexto específicamente arquitectónico, esto quiere decir que mientras que el espacio modernista de un Le Corbusier o un Wright intentaba diferenciarse radicalmente de la degradada estructura urbana en la que surgía, los edificios postmodernos, por el contrario, celebran su inserción en el tejido heterogéneo del paisaje degradado y kitsch de centros comerciales, moteles y restaurantes de comida rápida, de ciudades con superautopistas y donde la naturaleza queda radicalmente eclipsada, como ocurre en lugares de Norteamérica, por ejemplo. Además, frente a la ciudad tradicional, carecen de hitos clásicos como monumentos o límites naturales, lo que genera que las personas son incapaces de cartografiar (en la mente) su propia posición y la totalidad urbana en la que se encuentran.
El problema de la postmodernidad es a la vez estético y político (como veremos), pero dado que la principal característica de la postmodernidad es que la cultura ya no está dotada de autonomía con respecto al resto de aspectos de la vida, la expansión de esta por el ámbito social ha hecho que todo se haya vuelto cultural, entendiendo esta como una cultura comercial (los anuncios, el packagin, el arte como mercancía, los programas televisivos…) y, por supuesto, una cultura material, donde lo sagrado y lo espiritual está prácticamente extinto o sirve también a dichos fines materiales. La cultura actual es cosa de los mass media o depende de estos en gran media.
Hay una transformación de antiguas realidades en imágenes televisivas, y una tendencia a que sean nuestras representaciones de las cosas las que nos entusiasmen y exciten o nos agiten y cabreen, y no necesariamente las cosas mismas. Estas representaciones nos distraen de esa realidad concreta que representan, disfrazan sus contradicciones y las resuelven a modo de diversas mistificaciones formales. En términos beligerantes diríamos que los media además ejercen un acto primordial de violencia al imponemos la atención y el discurso de ciertos otros y lo que esto supone en la influencia sobre la opinión pública.
La televisión pública y la televisión por cable convierten el vídeo en un fenómeno urbano, pero entiéndase el video no solo en su manifestación de televisión comercial, sino también el vídeo experimental o videoarte, que conlleva una democratización en la expresión artística pero también una perdida de calidad. En general el chorreo constante de imágenes desborda la capacidad de memoria y con ella la distancia crítica, se instaura el todo vale, los productos audiovisuales en serie y se legitima así la mediocridad en la cultura, no solo en términos del gusto del público, sino del negocio que vende productos a un público con esos gustos.
Otra característica de la postmodernidad es la supremacía del mercado y la sociedad de consumo, en la que se confunde consumo con consumismo y en la que se da una falsa libertad, ya que la asociamos al hecho de poder escoger entre un modelo u otro de coche, de programa de televisión, de perfume… Sin embargo, no tenemos ni voz ni voto con respecto a la forma de producirse. De igual modo ocurre con nuestra democracia parlamentaria: creemos que somos libres de elegir, a pesar de que dicha elección tiene opciones muy restringidas. El mejor ejemplo de democratización o igualdad de derecho en el consumo es la comida rápida, la comida basura, que solventa el problema de los bajos salarios haciendo accesible dicho consumo a todo el mundo, nuevamente, a costa de la calidad.
Por otro lado, hay una desaparición gradual del lugar físico del mercado y una tendencia a identificar el producto comercial con su imagen o logo; eso por no hablar de la frenética urgencia económica de producir frescas oleadas de artículos con un aspecto cada vez más novedoso (desde ropa hasta aviones). Estas necesidades económicas son reconocidas también por todo tipo de apoyos institucionales disponibles para el arte más nuevo, desde fundaciones y becas hasta museos y otras formas de mecenazgo.
El capitalismo tardío presenta una supuesta tolerancia a la diferencia, una proliferación de todo tipo de nuevos grupos, incluso movimientos sociales y neoetnicidades, reflejado en la micropolítica: un espectro de prácticas políticas de dichos grupos, que dotan al sistema de un aspecto verdaderamente democrático y de ser el único modo pluralista, pero que encierran una trampa. Por un lado, estas prácticas están desvinculadas de la clase social, lo que genera una disgregación de un posible proyecto colectivo frente a los que ejercen el poder económico y político. En palabras llanas, ¿de qué sirve que nos reconozcamos como diferentes si somos todos cada vez más pobres? Además de que unificar sin perder de vista el poder y el control, sin revelar las relaciones ocultas de poder, es únicamente totalizar. Por otro lado, la presión ideológica que ejerce la organización bajo el concepto de grupo. Los rebeldes solitarios y los antihéroes existenciales dejan de existir como tales para ser líderes de dichos grupúsculos y el sujeto de a pie forma parte del grupo o colectivo porque percibe solo por medio de la diferencia y de la diferenciación. Se da un debilitamiento de sus experiencias de identidad personal bajo la tiranía que supone fabricar el consenso y el consentimiento que supone pertenecer a dicho grupo o movimiento social.
La burocratización y el mundo administrado es un reflejo del temor y la ansiedad que genera la posibilidad de la utopía, del imaginarse la vida diaria y la organización de una sociedad en la que, por vez primera en la historia, los seres humanos ejerzan un control absoluto sobre sus propios destinos.
Y ya por último, en el plano geopolítico o de política espacial, la cultura postmoderna global es la expresión interna y superestructural del dominio militar y económico de Estados Unidos en el mundo. Expresión muy complicada de ver de forma exhaustiva porque existe una forma de desactivar la información, de volver improbables las representaciones, y es haciendo coexistir perfectamente la información y el conocimiento plenos, pero fragmentándolos. Por ejemplo, recombinando columnas separadas en un periódico en el que se muestran problemas medioambientales en Alaska, actualizaciones del conflicto Palestino-Israelí, despliegue de tropas en algún lugar del mapa… que activan zonas mentales de referencia y campos asociativos inconexos, dado que relatan acontecimientos en lugares opuestos del globo y culturalmente dispares, lo que dificulta localizar los orígenes comunes de dichos sucesos como condición indispensables para desarrollar una comprensión más global de la historia. Y luego nos extraña que proliferen a lo bestia las expresiones narrativas de la teoría de la conspiración como intento de pensar en la totalidad del sistema mundial contemporáneo, por muy estridentes o por el contrario razonables que algunas sean.
Todo este panorama de imposibilidad de acción bajo la inevitabilidad histórica puede llevarnos a someternos a la pasividad y a la indefensión, pero construirnos una auténtica y sana cultura política es el primer paso para desarrollar a su vez una política cultural contemporánea y eficaz.
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