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Reflexiones acerca de la historia y la narrativa: desdibujando fronteras

¿Podemos contar la historia sin convertirla en una ficción propia? ¿Podemos escribir una ficción que transmita la verdad histórica de un evento? Son preguntas de difícil respuesta, pero que nos permiten reflexionar sobre la naturaleza de la realidad y la narrativa, sus relaciones y sobre cómo el tiempo cambia nuestra percepción de las mismas. Tradicionalmente se ha establecido una gran diferenciación entre lo que sería la novela histórica y la obra de Historia. Los historiadores no son escritores, son académicos; sus objetivos son muy diferentes y todos sabemos que la ficción miente, mientras que la obra histórica trata de contar la verdad. ¿Pero y si no fuese así?

De historiador a escritor

No es casualidad que se considere el primer autor de novela histórica a un escocés enamorado del pasado de su nación, que buscaba poner en prosa sus investigaciones acerca de la tradición oral de los Scottish Borders, la región escocesa limítrofe con Inglaterra. Walter Scott construyó así la historia de un simpatizante de los jacobinos en Waverley, obra que muchos consideran todavía hoy la primera novela histórica de la literatura.

Si admitimos que Walter Scott creó el género en su acepción moderna, nos encontraremos con que desde un principio la historia y la novela se dieron la mano. Walter Scott veía su prosa, después de todo, como una manera de popularizar unos estudios que estaban condenados a acabar en polvorientos libros que pocos leerían. Además, también buscaba traer a la luz aspectos que los historiadores solían ignorar, como el día a día de los habitantes de ese pasado, no tan lejano en su caso. Recordemos que el subtítulo de Waverley hace referencia directa a los sesenta años pasados desde los sucesos hasta la escritura de la obra.

Desde entonces, mucho ha cambiado en el panorama editorial y se han dado casos en los que un autor se convierte en dos: por un lado, sigue siendo un historiador, pero por otro se convierte en un creador de historias ficticias. Este sería el caso de Ian Mortimer, también conocido como James Forrester cuando escribe novela histórica. En su ensayo Why historians should write historical fiction, nos descubre cómo la profesión de novelista no significa para el historiador ningún tipo de liberación sino, más bien, todo lo contrario.

En relación con lo expresado por Walter Scott y algunos de sus contemporáneos a principios del siglo XIX, Mortimer afirma que escribir novela histórica obliga a que el autor se tenga que fijar en nuevos aspectos que en ocasiones ignora durante su trabajo como historiador. Por si esto fuera poco, también le obliga a construir unos personajes plausibles y a pararse en lugares y temas poco comunes en su ocupación diaria. Además, señala también la incapacidad de la historia para acercarse al espectador y propone una solución que ya ha sido estudiada en la práctica por otro autor de gran importancia: Peter Ackroyd.

Peter Ackroyd es, sin ninguna duda, uno de los autores más importantes de la novela inglesa de finales del siglo XX y principios del XXI. A su pluma le debemos obras tan importantes como Hawksmoor, Londres: Una biografía o El último testamento de Oscar Wilde. Precisamente esta última, escrita ya en 1983, se convierte en la referencia de Mortimer al señalar que cuando Ackroyd nos cuenta un periodo de la vida de Wilde, crea una auténtica biografía sin dejar de hacer una novela histórica centrada en la ficción.

El supuesto diario de Oscar Wilde es, por supuesto, una invención del autor. Del mismo modo, los pensamientos de Wilde no son suyos, sino la interpretación realizada por Ackroyd basándose en las fuentes. Lo que nos plantea Mortimer es si a través de esa mentira, de esa invención, no se puede alcanzar la verdad del personaje histórico con la misma fiabilidad que en cualquier obra académica.

No menos notable puede ser la experiencia de otro autor: Simon Schama. Profesor en la universidad de Columbia y frecuente colaborador de la BBC, este historiador escribió en 1991 una obra llamada Dead Certainties: Unwarranted Speculations. Se trata de una novela corta que trata dos muertes diferentes, las de James Wolfe en la batalla de Quebec y la de un habitante del Boston de mediados del siglo XIX. A pesar de que la obra reflexione sobre la naturaleza de la historia y su construcción, en ningún momento deja de ser pura ficción. Sin embargo, debido a su autor y a su aspecto veraz, el New York Times decidió ponerla en su sección de no ficción a pesar de que el propio Schama les dijo que no lo era.

Estamos aquí ante una cuestión que difícilmente podremos resolver: ¿en qué momento la ficción acaba con la naturaleza histórica del texto? Es fácil suponer que, en cuanto empleamos la ficción, hay que dejar de lado toda fachada de historicidad, que no puede existir realmente el resultado del matrimonio de la novela con la obra histórica. ¿Pero es esto cierto?

El cine y la cuestión histórica

Edward Munch segun Peter Watkins

Esa misma dualidad historia-ficción ha sido transitada y estudiada en otras artes. En el cine, muy a menudo nos encontramos con ese choque y, de nuevo, nos enfrentamos a la difícil configuración de historia y ficción como recipientes estancos que no se interrelacionan.

Tal vez el autor más importante en su estudio de las fronteras entre realidad y ficción haya sido Peter Watkins. Este autor inglés nos regaló una primera obra maestra que estudiaba la relación entre pasado, presente y su representación en Culloden, un estudio fílmico de la antigua batalla y cómo su recuerdo resuena en el presente que abriría un nuevo campo para la futura obra del inglés. Ese mismo estilo, inclasificable y chocante, sería empleado en más ocasiones por un autor que lo llevaría a la perfección en La Comuna y Edvard Munch. Esta última es posiblemente insuperable en su capacidad para crear una película donde toda posible diferenciación entre realidad y ficción, entre pasado y presente, se vuelve imposible. Los personajes del pasado se han reencarnado en personas reales del momento en que se rodó la película que nos hablan a nosotros, espectadores del futuro, de la relación existente entre ambos momentos históricos. El diálogo se multiplica y la obra consigue una vigencia absoluta, sin importar el paso del tiempo.

No es extraño que un director tan meticuloso y obsesionado con la perfección como Mike Leigh terminase recogiendo el guante lanzado por Peter Watkins cuando se vio inmerso en la realización de Mr. Turner. La película consigue hacer que las fronteras entre lo histórico y lo ficticio queden definitivamente destruidas. En ese discurrir, el biopic tal y como lo entendemos deja de tener sentido: la propia vida del personaje posee la suficiente fuerza dramática sin falta de añadidos, parece decirnos Mike Leigh.

Al enfrentarnos a Mr. Turner terminamos extrañados. ¿Estamos viendo una ficción, o más bien una dramatización? ¿Están documentadas todas las escenas y relaciones que vemos en la pantalla? ¿Importa eso en absoluto? La sensación final es que nuestro conocimiento de la figura de Turner es tan completo como si nos hubiésemos enfrentado a la ingente documentación que alimentó al proyecto. Comprendiendo que la imagen debe alejarse de la frialdad y el utilitarismo de los documentales tradicionales para transmitir la mente de un pintor, Mike Leigh realiza una obra maestra que es de esperar que pueda dar nuevas fuerzas a un género cinematográfico muy trillado y que en ocasiones parece agotado.

¿Existe un futuro distinto para la narrativa histórica?

Mitos y hechos

Por supuesto, hay muchos más ejemplos que los mencionados que nos servirían para reflexionar en torno a la historia y la ficción. Seguramente, cada uno de los lectores tendrá sus propios favoritos y no pocos creerán que semejante maridaje es una aberración destinada a dar hijos bastardos que nunca alcanzarán ninguna consideración dentro de la ciencia de la Historia.

Ciertamente, no tenemos todas las respuestas al respecto. Lo único que sabemos es que existen obras que tratan de derribar las barreras existentes entre la historia y la ficción y que algunas tienen éxito. Si esta tendencia no se frena, tal vez no debería extrañarnos que en el futuro, al menos en el terreno de la Historia, las secciones de ficción y no ficción se convirtiesen en innecesarias. Algo difícil, cierto, pero según muchos autores, no imposible.

Mientras tanto, seguiremos dependiendo de análisis pormenorizados para saber hasta qué punto podemos fiarnos de las novelas leídas; para averiguar cuándo están transmitiendo una visión veraz del pasado y no manipulándolo por diferentes motivos. Seguiremos necesitando que los historiadores aprueben unas obras que, en ocasiones, otros como ellos han escrito. Menos mal que nadie dijo que la historia y sus aledaños fueran coherentes, la verdad.

Ismael Rodríguez Gómez
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