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Adriana naufraga en el Jónico – 21 de junio

El barco hundido en el Jónico se llamaba Adriana. Con él, 500 personas se han ido al fondo del mar. Las madres se ahogaron con sus hijos en brazos, cuentan los supervivientes. Ninguno de ellos son mujeres o niños, porque los habían hacinado en el interior del pesquero. Adriana es un arca sin salvación, un Titanic sin glamour ni Oscars ni banda sonora. Escribe Patricia Simón, desde la indignación, que Europa está en guerra contra inmigrantes y refugiados. El Viejo Mundo ha convertido sus fronteras en una industria militarizada que prospera sobre el réquiem de los ahogados.

O de los lisiados en tierra. Polonia acaba de instalar una barrera electrónica en la frontera con Bielorrusia: hay tres mil cámaras y sensores y discurre junto a una valla de cinco metros y medio de acero y alambre de espino, como la de Melilla. Europa sí está unida en su fortaleza. Frontex, escribe Morvan Burel, es «el único cuerpo europeo verdaderamente integrado». El capitalismo UE consagra la libertad de tránsito de bienes y servicios, mientras destruye millones de empleos industriales. En los puertos, apenas se revisa el 1 por ciento de las mercancías. Europa practica la aduana humana.

Las fronteras de Europa se preparan para un asedio. Peligra el jardín tan extraño: sin alambrada, el edén se confunde con la selva. Europa es el eslabón débil mientras los otros dos imperios se disputan el mundo. A Estados Unidos también le tientan sus bordes: en el patio trasero saben que los chivos no son más que matarifes a sueldo de sí mismos. China juega con ventaja. El imperio del centro construyó una muralla antes que nadie. Hoy importa inmigrantes de Corea del Norte: espaldas mojadas en el mar amarillo. Pero China se dedica, sobre todo, a exportar móviles, coches eléctricos y parte de su humanidad.

En la frontera de Cormac McCarthy viven hombres, caballos y lobos. Y jueces que imparten una justicia salvaje a los indios a los que se les están imponiendo los nuevos límites de la civilización. Las fronteras son un invento de los Estados, sueño de la razón: he visto a la razón montada a caballo, soñó Hegel al ver a Napoleón. La conquista de América fue el avance de esa quimera sobre las naciones de pieles rojas de Toro Sentado, Caballo Loco o Cochise. De esa negra forma del mundo que es la nuestra escribe McCarthy, quien prefería a la loba herida, porque era libre y cazadora, y el mundo no podía quedarse sin ella.


Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.

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Víctor García Guerrero
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