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Arte y Letras

«Piranesi», de Susanna Clarke: fantasía del siglo XXI sobre la historia del género

Es indudable que la fantasía literaria escribe en femenino. Las pruebas son muchas, pero bastaría con usar como guía el premio más prestigioso del género. Para situarnos, la última vez que un hombre ganó en solitario el World Fantasy Award fue en 2015 con David Mitchell. Desde entonces, y ya van siete ediciones, solo Victor LaValle compartió galardón con Fonda Lee, en la excepción que confirma la regla. En este 2023, por si quedaban dudas, tenemos cuatro mujeres nominadas y tan solo un hombre. El nivel es tal, que Susanna Clarke consiguió ganar en 2005, pero no en 2021, pese a regalarnos aquel año una obra a la que se le antoja un futuro como clásico de la fantasía. Hablamos de Piranesi.

En los últimos años, parece estar de moda que los grandes autores de la fantasía, al menos en términos de ventas y popularidad, tarden mucho en publicar nuevas entregas de sus sagas. Los ejemplos más claros son tan famosos como poco originales: George R. R. Martin y Patrick Rothfuss. Más de doce años llevan ambos para facturar una nueva entrega de Canción de hielo y fuego o Crónica del asesino de reyes, respectivamente. Algo semejante le pasó a Susanna Clarke. La autora inglesa cayó, tras el éxito absoluto de Jonathan Strange y el señor Norell, serie de la BBC incluida, en un cansancio crónico que le impedía trabajar. Su idea original era la de escribir una secuela de su exitosa primera novela, pero le resultaba imposible realizar ningún trabajo de documentación ni tomar ninguna decisión en torno a la trama cuando se sentaba a escribir. El pozo de su escritura parecía haberse secado.

Por suerte, existía una salida: mirar atrás y replantearse las cosas. Susanna Clarke se volcó en una idea que ya había manejado desde antes de su primera novela. Defiende que la eligió porque era una obra más sencilla, que no requería de un amplio trabajo de investigación previo y que, tal vez, podía afrontar en su estado. Lo consiguió pero, aun así, pasaron dieciséis años entre la publicación de ambas novelas. Era normal tener miedo a que la magia se hubiese perdido con el paso del tiempo, pero, por suerte, no fue así. El resultado, Piranesi, se erige como una obra capital dentro de la fantasía contemporánea; como un libro tan único como coherente con la tradición del género.

Un viaje a otro mundo

Giovanni Battista Piranesi fue un artista italiano del siglo XVIII que ha alcanzado la inmortalidad gracias a una serie de dieciséis aguafuertes llamados colectivamente Las prisiones imaginarias. Ese Piranesi no es el que aparece en el libro, aunque su sombra está presente en todo momento. En su lugar, tenemos a un Piranesi, hombre sin memoria y atrapado en la Casa. Es esta una sucesión de grandes salas, llenas de gigantescas esculturas sin aparentemente ningún sentido. Cuenta con un piso superior en el que sopla un fuerte viento y con otro inferior cuyas aguas llenas de peces amenazan con inundar el plano intermedio, en el que vive nuestro protagonista. En ese único piso habitable, Piranesi tiene la única compañía, dos veces a la semana, del Otro, un hombre mayor y aparentemente más sabio que él. Es ese Otro el que le ha encargado cartografiar y explorar la Casa. Ellos son los dos únicos hombres vivos de ese mundo vasto y desconocido. Piranesi convive así con estatuas, aves, peces y unos viejos cadáveres convertidos en huesos sobre los que parece haber construido una especie de religión propia. Lo que leemos, además, son entradas del diario de Piranesi, anotaciones realizadas en lo que dura una eternidad, deambulando por la Casa.

Así, Piranesi nace hablándonos de algo parecido a un viaje iniciático. Y decimos que es parecido porque el protagonista no emprenderá su deambular por esa Casa en busca de una salida, un final o algo semejante; lo que viremos será la construcción de un camino personal, un viaje interior en el que el protagonista se conoce a sí mismo, junto al propio lector. Existiría por tanto el peligro de que la narración se quedara en lo aparentemente anecdótico, en la descripción de esa extraña geografía y de ese pasado desconocido. Pero no es así, porque el lienzo en blanco que era la mente de Piranesi ha permitido que se vaya dibujando un nuevo mundo en el que los rituales nos resultan extraños, pero comprensibles, y desde el que podemos ir construyendo a su lado el universo que habita, aunque sea con una ventaja que él no podría tener.

Porque Susanna Clarke sabe perfectamente lo que necesitamos como lectores. Así, desde casi el principio de la novela, podemos ir situándonos mentalmente e ir intuyendo aspectos de lo que sucede en esa narración aparentemente opaca y misteriosa. Podemos leer palabras que resultan incomprensibles para Piranesi, pero triviales para nosotros. Podemos entender referencias que a él no le dicen absolutamente nada. El manejo de la información es, de hecho, ejemplar, evitando la sensación de tender una trampa literaria de esas en las que se hurtan datos necesarios o coherentes con nuestro propio conocimiento. Clarke confía en su habilidad narrativa y no nos engaña en ningún momento. Los giros narrativos están presentados de manera clara, confiando en que la empatía con el personaje hará que lo importante sea vivirlo desde su mirada, no sentirnos increíblemente listos por haber entendido cosas que él ignora. Y el plan funciona.

Piranesi puede entenderse, de hecho, como un viaje a un mundo secundario que ya conocemos, aunque no lo sepamos. La Casa nos recuerda de manera clara y evidente a los aguafuertes del artista italiano, pero también existen referencias nítidas a Borges o a la mismísima Narnia de C. S. Lewis. Susanna Clarke juega a un juego muy complejo en el que muchos han fracaso antes: maneja apenas dos personajes durante la mayor parte de la obra y construye la narración desde la abstracción y el minimalismo. El diálogo interior, plasmado en un diario, es nuestra guía, huyendo de expresiones alambicadas o de recargadas descripciones. Piranesi es un hombre sencillo que escribe de lo que él ya conoce, de lo que nosotros vamos descubriendo por medio de sus ojos.

En ese sentido, es posible que Piranesi también sea un buen ejemplo de esa fantasía que es cooptada por la narrativa general. Para entendernos, seguramente podría ser editada en España por Anagrama sin que nadie torciese el gesto. Para comprender por qué pasa esto, seguramente nos baste con fijarnos en que esa literatura generalista, que a menudo se denomina simplemente narrativa, sigue siendo alérgica al género; lo tolera tan solo en la medida en la que sus referencias pueden ser lo suficientemente elevadas como para que el lector pueda sonreír mientras piensa que, bueno, al final esos escritores se inspiran en las obras que el canon ha señalado como válidas. En nuestro caso, en Borges más que en C. S. Lewis, por si había alguna duda.

Nuevos clásicos de la fantasía

Siempre he defendido que los premios literarios del fantástico y la ciencia ficción suelen resultar mejores guías para sus géneros que los de otros nichos y, sobre todo, que aquellos que pretenden premiar toda literatura, sin entender oficialmente de distinciones ni divisiones. Así se puede comprobar al retroceder en el tiempo a través de ejemplos como los Hugo, Nebula, Locus, World Fantasy Award… En ellos encontramos a la inmensa mayoría de los grandes autores que han ido configurando y construyendo ese nebuloso mundo literario que podemos denominar como el fantástico. También dan testigo de la llegada y desaparición de las corrientes que empiezan siendo subterráneas para terminar eclosionando: el paso del terror adscrito a Stephen King a los seguidores de la renovación iniciada por Clive Barker; de la fantasía urbana del siglo XXI al regreso de la space opera; del transhumanismo a la ciencia ficción dura.

Esto no quiere decir, ni mucho menos, que los premios sean infalibles. Existen obras coyunturales, que pasan al olvido tras su nominación o victoria. Pero, muy a menudo, en esas nominadas se esconden las claves para entender la construcción del gran edificio literario que llamamos fantasía. Es algo que podemos apostar que pasará en el caso de Piranesi, una obra que mira al pasado para construir el futuro, apostando por la concreción frente a la grandilocuencia y por las buenas ideas frente a la mera multiplicación de páginas.

En la fantasía, hay lugar para las grandes sagas de innumerables entregas, para las novelas cortas llenas de ideas, para aquellas obras que abren nuevos caminos y, a la vez, funcionan como referencia y compendio de lo anterior. Aquí encontraríamos Piranesi, una obra con cierto aire de atemporalidad, con una mirada que engloba desde la filosofía de Platón a la fantasía de portal de C.S. Lewis, desde la intelectualidad de Borges a las referencias cultas al arte del siglo XVIII. Y, sin embargo, es también una obra que solo podría existir ahora, en este momento en el que la fantasía ha ido liberándose de muchos prejuicios y construyendo un lenguaje propio; creando un ecosistema en el que una autora como Susanna Clarke puede tomarse el tiempo necesario para escribir una obra que sirve como compendio de la fantasía y, también, como una puerta a su interior.

Ismael Rodríguez Gómez
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