Agua envenenada para un mundo en llamas – 2 de noviembre
El agua de las ciudades del agronegocio en Brasil se ha envenenado. Estudios realizados en veintiocho localidades próximas a grandes explotaciones agrícolas muestran niveles de agrotóxicos por encima de lo saludable. En Aurana, estado de Goiás, en el centro del país, el veneno multiplica los límites por diecisiete. Beber el agua de forma esporádica no mata, pero hacerlo a diario sí puede hacerlo. O causar enfermedades como el cáncer. El producto más encontrado en esas aguas es la endrina, un insecticida: produce temblores y convulsiones. Brasil es uno de los graneros del mundo. Algunos agromercaderes cuidan más la semilla y el dólar que la salud de su pueblo.
Brasil es una potencia acuática: tiene las mayores reservas de agua dulce del mundo. Las utiliza para generar energía y para regar sus inmensos campos, donde se produce el café, el azúcar y las naranjas de los desayunos de medio mundo. O la soja, la carne de vaca y pollo de la otra mitad. El agua es vida y negocio. El agrobusiness ingresa medio billón de dólares al año: un cuarto de la riqueza nacional anual, todo lo que genera la vecina Argentina. Sin agua sería imposible. Sin las leyes incumplidas y ciegas ante la deforestación y la contaminación de los ríos, tampoco. El capitalismo extractivo nada y prospera en el dejar hacer, aunque el futuro sea un mar de veneno.
Los niños de Gaza beben el cinco por ciento del agua que deberían consumir. Y la que toman está sucia. Por el agua también se matan en Israel y Palestina: las colonias ocupan los pozos y los palestinos pierden el agua de sus olivos. La limpieza étnica es también de flora y tierra en una guerra global por los recursos de un mundo en llamas. Dice el presidente de Colombia, Gustavo Petro: «lo que el poder militar bárbaro del norte ha desencadenado sobre el pueblo palestino es la antesala de lo que desencadenará sobre todos los pueblos del sur cuando por la crisis climática quedemos sin agua».
Los españoles que perseguían el país de la canela se encontraron con el Amazonas por casualidad, buscando una escapatoria al entuerto al que los había condenado la ambición: «hay tantas cosas que la humanidad nunca habría hecho si no la arrastrara un fantasma», escribe William Ospina. Pero no se puede someter el río a la voluntad de los hombres y fue la fortuna la que salvó a Orellana. En Brasil, los pobres beben agua del grifo y se la llevan embotellada a sus vecinos de casas enjauladas. El veneno corre por sus venas esperando el momento de desbordar el muro y buscar su conquista.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.
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