Adónde van los periodistas cuando mueren – 27 de diciembre
Israel ha matado a tantos periodistas en Gaza que ya no salen las cuentas. Más de cien, afirma la oficina de medios de la Franja. Sesenta y nueve, apunta el Comité para la Protección de Periodistas. cincuenta y nueve, según Reporteros sin Fronteras, que dice que solo trece estaban trabajando cuando les cayó bomba o el sniper perfeccionó el tiro. De trece a un centenar hay muchas vidas de distancia, y a la organización de origen francés la critican por mandar a los muertos a la misma zona de silencio e impunidad que se supone debería combatir. A los reporteros de Gaza los matan por hacer periodismo y por ser palestinos, doble click para el operador del dron asesino.
A los periodistas de Gaza los están matando solos o junto a sus familias. A veces el artillero falla por minutos, como en el caso de Wael Al Dahdouh, que perdió a esposa, hijo, hija y nieto en un bombardeo sobre su casa. No estaba porque se había quedado informando a las puertas del hospital al que no dejaban de llegar heridos de otro ataque. Hoy Wael sigue trabajando como puede para Al Yazira. La televisión qatarí es de los pocos grandes medios internacionales que mantiene una señal constante desde la Franja. Millones de árabes la sintonizan noche y día. Su mundo ya no es el de Occidente, que solo mete periodistas en Gaza cuando Israel le deja. Los ciegos somos nosotros.
Antes de Gaza, los grandes mataderos de periodistas habían sido Irak y Siria. A José Couso lo asesinó un tanque estadounidense en Bagdad con la misma precisión que Ios bombarderos israelíes. El obús se coló por la ventana desde la que grababa la invasión. No fue un accidente sino una orden: el crimen es el mensaje. El hotel de Couso era el Palestina. Casualidad siniestra. Su asesinato sigue impune por la inacción y complicidad de tribunos y magistrados de mirada selectiva a los derechos humanos. La zona de sombra tampoco es accidental, sino un cementerio meticulosamente excavado donde se entierra la verdad.
El periodismo ha perdido prestigio, como cualquier oficio que trate con hechos, identificados con la verdad. El individualismo turbocapitalista convierte a las 8.000 millones de almas del mundo en jueces de consumo de lo cierto y lo falso. La posmodernidad ofrece mejor amparo a los tiempos salvajes que la historia verdadera del reportero en extinción. Como los poetas de Juan Gelman, que tenían difícil conseguir el amor de una muchacha y que un rey les pagara cada verso con tres monedas de oro. Eran los líricos cantores de hazañas y mitos, los mismos a los que Platón quería echar de la ciudad, más allá de los muros, esa zona de sombra que es a donde van los periodistas cuando mueren.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.
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