Guardo gratos recuerdos de mis clases de Antropología Social y Cultural en la universidad de Oviedo. Uno de ellos me lleva a una clase en la que el profesor, Cipriano Barrio, nos habló de cómo una parte de la antropología se dedica a estudiar y medir los tiempos de trabajo y ocio de las diferentes sociedades humanas, y de la existencia de sociedades y tribus, a priori primitivas, como los bosquimanos, los pigmeos o algunas tribus samoanas, donde el tiempo que se dedicaba anualmente al trabajo «en el sentido peyorativo», es mínimo. Simplificaciones mediante, aquella luminosa clase la guardé en mi acervo personal como un faro de referencia y, ocasionalmente, vuelve a mi memoria como ocurre con las dos películas que hilamos esta semana. De la satírica Trabajo basura (Office Space, 1999) pasamos a Come, duerme, muere (Äta sova dö, 2012), un retrato de las dificultades que atraviesa una joven para conseguir trabajo en la Suecia contemporánea.
Escrita y dirigida por la cineasta Gabriela Pichler, la película nos cuenta la vida de Rasa Abdulahovic, una joven que lucha por mantenerse a flote tras ser despedida del trabajo. El foco puesto sobre las protagonista nos muestra una joven que se enfrenta a la vida con unas cartas muy desfavorables: una madre ausente, un padre enfermo e hija de inmigrantes con un apellido musulmán que trata de camuflar para evitar negativas laborales. Rasa lucha contra la desesperación en una realidad que ya de por sí es compleja: paro, precariedad, islamofobia. Una cúpula de cristal la mantiene encerrada y contra sus muros se estrella una y otra vez con el tesón, la valentía y la osadía juvenil que la caracterizan. Unos muros de cristal a través de los cuales dirige la mirada perdida en busca de una alegría que reivindica, pero que a la vez se escurre entre los dedos en un ecosistema de patetismo y vegetación urbana inerte.
La joven actriz Nermina Lukac borda una interpretación intensa y veraz en la que la potencia de su presencia física y de su movimiento desgarbado marida con la energía de quien se sabe capaz de todo, junto con la inocencia y ternura de quien hace nada era una niña con ganas de seguir jugando en el parque y ya no puede. En ese patetismo tierno pero lleno de dignidad, la acompañan unos personajes secundarios bien dirigidos e interpretados entre otros, por Milan Dragisic, Jonathan Lampinen, Peter Fält o Ruzica Pichler, madre de la directora.
Gabriela Pichler rueda un eficaz drama social cercano al documental que, si bien promete grandes expectativas, termina por perder algo de ritmo en su parte final. Aunque justamente premiada en 2013 en los Premios del Cine Europeo, el Festival de Sevilla y en los Premios Guldbagge, entre otros, Come, duerme, muere se difumina algo en un género en el que ya existen otras grandes historias, como la ya mencionada en nuestro cinefórum, Rosetta. Con todo, ansiamos seguir profundizando en la aún escasa (aunque prometedora) filmografía de una cineasta que se muestra comprometida con su realidad, que, en parte, también es la nuestra.
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