Turismo del genocidio – 26 de septiembre
Colonos judíos organizan cruceros para contemplar la destrucción de Gaza. Son viajes nocturnos, para apreciar mejor el fuego: los niños abren los ojos con asombro, como cuando van al cine por primera vez. No llegan a ver cómo los otros niños mueren abrasados. Las mujeres vigilan que no se caigan al agua. Los hombres cargan fusiles automáticos: los cañones cuelgan junto a los tzitzit, los flecos para que los fieles se acuerden de los mandamientos de Jehová: «y los cumplan y no exploréis tras de vuestros pensamientos y vuestros ojos, en pos de los cuales os prostituyáis». El Antiguo Testamento crea dos tipos de humanos: los hijos de Dios y los corruptos.
A los alejados de ese Dios, se los mata sin compasión. O se los expulsa como números: «Netanyahu sopesa un plan para echar a los palestinos de ciudad de Gaza para derrotar a Hamás», titula la CNN. La limpieza étnica se racionaliza, dependiendo de la cercanía del criminal al Eterno. «¿Qué piensas cuando ves lo que está pasando en Gaza?», pregunta la periodista turca al colono: «Me siento feliz», responde el hombre, que cita las Escrituras. «Lo único que puede salvarnos es pensar que este es nuestro destino, que es un mandato divino», dice otro colono. Sin Dios, serían simples asesinos.
El ejército de Israel ha cerrado la oficina de Al Jazeera en Ramallah: cuarenta y cinco días por orden judicial. Les han quitado las cámaras y los micrófonos. Los soldados rasgaron el gran póster de la periodista Shireen Abu Akleh, asesinada por tropas israelíes cuando trabajaba para la cadena qatarí. Shireen había nacido en Jerusalén y vivido en Estados Unidos. Tenía pasaporte estadounidense y era cristiana. Nada de eso la convirtió en humana para los selectivos medios occidentales, tan silenciosos. Quizá porque Shireen había mirado con sus propios ojos: una prostituta, para el Dios vengador.
«La tierra va unida a la sangre: si tengo que matar por la tierra, mataré», explica el colono, para quien el barro es más importante que la vida ajena. La deshumanización está unida a la colonización. «El lenguaje del colono es un lenguaje zoológico», explicaba Frantz Fanon en Los condenados de la Tierra. «Cada persona de este barco es un arma», dicen en Éxodo, la peripecia novelada y filmada de los colonos que fundaron Israel. Llegaron por mar, cumpliendo un mandato divino, el mismo que hoy permite ver con alegría cómo el fuego sobre Gaza elimina la vida molesta de la tierra prometida.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.
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