Patricia Cornwell contra la historia: inventando su Jack el Destripador
Desde los años setenta del pasado siglo, parece inevitable que, cada cierto tiempo, una nueva teoría, un nuevo sospechoso, un nuevo hallazgo, hagan que la opinión pública crea que se ha descubierto quién fue Jack el Destripador. La duración del interés popular por estos hallazgos suele ser más bien corta, pero hay diferentes componentes que pueden actuar para alargar su vida. Uno de los más importantes es quién proponga la teoría, sobre todo si los nuevos hallazgos provienen de la mano de una escritora de novelas de misterio millonaria que responde al nombre de Patricia Cornwell.
Todos hemos visto a diferentes actores, escritores o músicos declarar firmes que están en contra de alguna guerra, de algún ataque a los derechos humanos o de sucesos semejantes. El interés cultural y social de las figuras públicas suele reducirse a la realización de diferentes actos solidarios que parecen tener un fondo publicitario. Es más raro que se embarquen en una suerte de cruzada por resolver una serie de asesinatos sucedidos hace más de un siglo y en un continente diferente a aquel que les vio nacer. Pero a veces ocurre, y es entonces cuando podemos comprender que no importa la fama, ni la riqueza a la hora de caer en la pseudociencia más absoluta.
¿Por qué Jack el Destripador?
Patricia Cornwell es una de las escritoras de literatura negra más famosas y exitosas del mundo. Su serie de novelas dedicadas a las aventuras de Kay Scarpetta, una médica forense, alcanza ya las veinticuatro entregas desde 1990. Como muestra de los ingresos proporcionados por sus obras, basta tener en cuenta que en 2009 denunció a la firma neoyorkina encargada de llevar sus finanzas: en la declaración se supo que sus ingresos anuales eran superiores a diez millones de dólares. Y eso que su principal serie de novelas nunca ha dado el salto a la pantalla.
Sin embargo, para lo que nos atañe, la historia empieza en mayo del año 2000, en Londres. Fue entonces cuando, según sus propias palabras, Patricia Cornwell descubrió el caso de Jack el Destripador. Aunque pueda parecer mentira para alguien que llevaba ya diez años dedicada a la escritura de novela de misterio, resulta que no sabía nada sobre la figura del asesino de Whitechapel. Ni siquiera que sus víctimas eran prostitutas, según sus palabras. Y, sin embargo, va a ser en esa visita a la capital británica, debido a las palabras de John Grieve, que va a decidir que sabe quién es el culpable.
Hay que reconocerle a Patricia Cornwell que la razón que da para obsesionarse con Jack el Destripador parece muy válida. ¿Qué hubiese pasado si se hubiesen aplicado las actuales técnicas forenses en los asesinatos? ¿Habría bastado para atrapar al culpable? El problema es que cuando se sentó a escribir Retrato de un asesino: Jack el Destripador. Caso cerrado (Portrait of a Killer: Jack the Ripper – Case Closed, 2002) no hizo exactamente eso, sino que decidió convertir una supuesta investigación en un juicio paralelo acerca de una figura pública ya muerta. Creyéndose juez, jurado y testigo, en realidad, Patricia Cornwell se convirtió más bien en la fiscal de un caso ya cerrado antes de que empezara a investigarlo.
Si Patricia Cornwell hubiese hecho realmente lo que proponía, seguramente el libro sería mucho mejor, pero, misteriosamente, no hubiese tenido un culpable predeterminado. Si algo es indudable, es que durante los años que han pasado desde los asesinatos toda posible prueba ha sido perdida, contaminada o destruida, de manera que nunca podremos tener la seguridad absoluta en ningún análisis posterior. Esto es algo que la propia Cornwell nos llega a contar en su libro, cuando descubre que realizar un análisis de ADN nuclear es imposible.
Pero, a pesar de que nunca pueda probar la identidad del Destripador con su arma favorita, eso no va a frenar a Patricia Cornwell a la hora de asegurar, siempre que puede, que ha descubierto quién fue el asesino y que nos puede dar su nombre sin ninguna duda.
El Destripador que pintaba cuadros (o el pintor que destripaba)
Walter Sickert está considerado por muchos expertos como el mejor pintor británico entre Turner y Francis Bacon. Algunos dirán que durante ese periodo la pintura británica iba a remolque de la francesa (aunque luego seguramente saliven cada vez que alguien mente a los prerrafaelitas); otros, que ni siquiera era británico sino nacido en Alemania; pero nadie podrá negar que una afirmación como esa debe situar al autor en el altar pictórico del siglo XX.
Discípulo del mismísimo James Abbott McNeill Whistler, conocido de Oscar Wilde, profesor de pintura de Winston Churchill… Walter Sickert es una de las figuras artísticas más importantes de la Inglaterra contemporánea, algo que mucha gente decidirá ignorar si se acerca a su figura por medio de las diferentes obras sobre Jack el Destripador que existen. Esto es una de las grandes injusticias de algunos estudios en torno a la figura de Jack: su capacidad para establecer una visión monolítica de algunos personajes históricos.
La relación de Walter Sickert con Jack el Destripador es, en realidad, bastante reciente. Todo empezó en el documental Jack The Ripper de la BBC, con la presencia de un supuesto hijo ilegítimo del pintor, Joseph Gorman/Sickert. Según él mismo, su padre biológico le habría contado que había participado en la conspiración real para acabar con unas prostitutas que habían tratado de extorsionar a la corona británica, con una hija del Príncipe Eddy. Dicha hija era, curiosamente, su madre. La teoría tuvo mucha fortuna gracias a inspirar el libro libro Jack el destripador: La solución final (Jack The Ripper: The Final Solution, 1976) de Stephen Knight y aparecer tanto en la película Asesinato por decreto (Murder by Decree, 1979) como en la miniserie de la BBC Jack el destripador (Jack the Ripper, 1988). Por supuesto, también fue parte integral del desarrollo de la teoría por parte de Alan Moore en su obra From Hell.
No fue hasta 1990, más de un siglo después de los asesinatos, cuando alguien decidió convertir a Sickert en el asesino. Jean Overton Fuller fue la que lo propuso en su obra Sickert and the Ripper crimes: An investigation into the relationship between the Whitechapel murders of 1888 and the English tonal painter Walter Richard Sickert. Mucho me temo que no es casualidad que esa obra no sea mencionada en ningún momento por Patricia Cornwell, mostrando una cerrazón absoluta hacia los estudios anteriores en torno a la figura del Destripador.
Así pues, cuando en 2002 se publicó la obra de Cornwell no nos encontramos con una teoría novedosa; la relación de Sickert con los asesinatos ya se había postulado, e incluso la atribución al mismo de su ejecución no era nada nuevo. Esto explicaría que se le ofreciese como posible culpable a la autora en su primera conversación sobre los sospechosos. Lo que no explica es que Cornwell decidiera convertir una supuesta investigación en una suerte de alegato de la fiscalía contra Sickert.
Nuestra visión de la realidad es la realidad
Lo primero que destaca dentro de la teoría de Cornwell, es su aparente incapacidad para acercarse a una interpretación artística y creativa de la obra de Sickert. Todo el libro está lleno de pruebas de su falta de habilidad, o interés, para alejarse de la lectura textual de las fuentes y las obras del pintor. Esto se ve reforzado por una tramposa costumbre de elegir el título más morboso de los muchos que este daba a sus obras y por la proyección de sus propias ideas sobre el lienzo de la obra.
Para nuestra escritora, por ejemplo, resulta impensable que Sickert pudiese tener un interés casi lúdico en los asesinatos de Jack el Destripador y pudiese emplearlos como una suerte de broma constante en sus obras. Esto es particularmente desconcertante si tenemos en cuenta que Cornwell se gana la vida escribiendo novelas en las que tienen lugar rocambolescos asesinatos y sucesos dramáticos sin fin. ¿Debemos suponer que todo asesinato lejanamente similar a uno sucedido en sus novelas es obra suya? Desde luego que no, porque sabemos que la creatividad humana no tiene que ir unida a la ejecución de los sucesos ideados. Por desgracia ese conocimiento debe desaparecer cuando nos referimos a Sickert, un hombre que debía ser Jack el Destripador para atreverse a llamar a un cuadro Jack the Ripper’s Bedroom (La habitación de Jack el Destripador) y basarse en una habitación en la que vivió durante un corto periodo. Ridículo sería considerar que quisiera reflexionar, por ejemplo, sobre cómo la habitación de Jack no sería muy diferente a la de cualquiera de nosotros.
Así construye Patricia Cornwell su discurso acerca de Jack el Destripador y Sickert, eligiendo aquello que apoya sus teorías e ignorando el resto. Y cuando no tiene nada, directamente se lo inventa, aunque nos lo cuenta como si fuera la realidad. La obra está llena de momentos en los que se nos dice que no podemos estar seguros de algo, pero al no tener ninguna prueba en contra, lo tomamos como realidad. ¿Estaba Sickert en Londres durante los asesinatos? Pues todo apunta a que seguramente se encontrara en Francia con su familia, pero no tenemos ninguna prueba definitiva, así que podría estar en Londres o ir y venir rápidamente a través de Dover… O no. Pero pensemos que sí, que nos viene mejor para nuestra teoría, y sigamos como si estuviese probado que fuese así. Ese es el método de Cornwell.
Pero, ¿por qué iba Cornwell a condenar sin pruebas a Walter Sickert? Ella misma nos da la respuesta en su libro, aunque sin saberlo acabe con sus propias teorías. Primero nos dirá que empezó a sospechar de él cuando miró un catálogo de sus obras, pero lo importante es cuando afirma lo siguiente: «Descubrí una mente diabólicamente creativa, y tuve conciencia del mal. Comencé a sumar una prueba circunstancial tras otra a las pruebas materiales descubiertas por la moderna ciencia forense y el cerebro de los entendidos».
Patricia Cornwell, pues, parte de la respuesta a la pregunta de quién fue Jack el Destripador. No estudia el caso, sino que busca una manera de probar que su conciencia del mal es correcta. Esa, y no otra, es la razón de acusar a Sickert, el hecho de que su obra le resulta repulsiva y malvada. Su subjetividad llevada a la mayor expresión, convertida en la prueba contra alguien que no puede defenderse.
Cartas, escritores y originales
Tal vez el mayor ejemplo de la capacidad de Patricia Cornwell para actuar de manera irracional en el tema de Jack el Destripador sea su actitud para con la correspondencia atribuida al mismo. Todos los expertos coinciden en que la inmensa mayoría de las cartas fueron debidas a bromistas o a los mismos periodistas, buscando un momento de fama. Cualquier catálogo serio de las mismas, solamente va a dejar como posibles obras del Destripador dos cartas y una postal. Son las que conocemos como la carta de Dear Boss (Querido jefe), la carta From Hell (Desde el infierno) y la postal de Saucy Jacky (Travieso Jacky).
Sin embargo, para Patricia Cornwell todas las cartas son ciertas y fueron enviadas por la misma persona. Leyendo el libro nunca sabremos de dónde viene esa seguridad, más allá de que se trate de una cuestión de fe (una más), que debemos aceptar sin cuestionarla. Partiendo de esa base, Patricia Cornwell procederá a ir tergiversando cada posible frase, cada error ortográfico o gramático para tratar de relacionarlas con Sickert.
Las cartas también son importantes porque el sello de una de ellas será empleado por Patricia Cornwell para realizar las pruebas de ADN que tanto publicitó en su momento. Ya hemos comentado que las pruebas de ADN nuclear fueron imposibles de realizar, así que se enfrascó en realizar pruebas de ADN mitocrondial sobre la carta y un pañuelo de Sickert. La carta elegida fue la llamada carta Openshaw.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que la carta Openshaw nunca ha estado entre las favoritas de los estudiosos de Jack para ser considerada genuina. Aún así, el hecho de que se encontrasen coincidencias en ADN mitocondrial entre Sickert y el sello de la carta no debe ser menospreciado, ni excesivamente aplaudido. Si seguimos la teoría de Cornwell y decidimos que esto excluye al noventa y nueve por ciento de la población, considerando el número de habitantes del Reino Unido en aquel momento, tendremos que existirían unos cuatrocientos mil posibles positivos, lo que no parece un número demasiado bajo.
Por otra parte, debemos tener en cuenta que podría ser, por qué no, que Sickert hubiese sido una de las personas que escribiese algunas de las cartas del Destripador. La existencia de gente que escribía estas cartas de manera anónima no es precisamente desconocida y, en todo caso, la única dificultad radica en identificar al bromista. Aquí, sin quererlo, tal vez Patricia Cornwell haya podido descubrir nueva información sobre el caso, aunque por desgracia para ella no sobre el asesino.
La obsesión con el Destripador
Pocos crímenes, si es que alguno, han resultado ser tan obsesivos para sus estudiosos como los de Jack el Destripador. El hecho de que se burlara de la policía, que nunca fuese descubierto, el telón de fondo del Londres victoriano… Todo parece conjurarse para que nuestra imaginación se vea atrapada por los sucesos del otoño de 1888 en Whitechapel.
La mayor prueba de esta atracción mental es, seguramente, que se ha llegado a acuñar un término en inglés para los estudiosos del Destripador: son los Ripperologists. Personas que se dedican a estudiar todos los aspectos que rodean a los asesinatos y sus víctimas, hasta un nivel difícil de comprender. De sus escritos han salido casi todos los posibles culpables que manejamos a día de hoy; pero en los mejores libros acerca de Jack nos encontramos, en realidad, con un estudio de época. Como se puede leer en ocasiones, los verdaderos Ripperologists no buscan descubrir quién fue Jack el Destripador, sino conocer más de su época y su mundo.
Patricia Cornwell podría haberse convertido en una más de esa comunidad mundial, pero sus intereses son muy diferentes a los de estos. Segura de que ha descubierto al asesino, las opiniones de los demás le resultan molestas si no coinciden con la suya y sobrantes si lo hacen. El resultado no es otro que la ignorancia de sus estudios y el enfrentamiento con los autores. Después de todo no es tan extraño: Cornwell no necesita saberlo todo de Jack el Destripador, simplemente necesita saber lo suficiente como para defender su teoría. Es cierto, y es justo decirlo, que recientemente ha reconocido que tal vez se equivocó en ese alejamiento absoluto con respecto a los Ripperologists: llegó a encontrarse con Jean Fuller Overton en 2007, aunque por lo que ha dicho al respecto, no parece que ese encuentro haya servido para mucho.
Pero no por eso está libre de la obsesión, sino que parece haberla sufrido en mayor medida. Leer las historias casi sobrenaturales que nos cuenta en Chasing the Ripper, un corto ebook publicado en exclusiva por Amazon, nos parece señalar que a día de hoy cuesta mucho dar veracidad a nada de lo que nos cuenta. Según ella, cada vez que escribe sobre Jack el Destripador empiezan a sucederse a su alrededor todo tipo de sucesos extraños. Problemas de salud, ruidos en los pisos superiores de las casas, objetos que desaparecen para reaparecer en algún lugar extraño, problemas informáticos… Todo alcanza el paroxismo cuando relaciona su aceptación del contrato para el libro con el mismísimo 11 de Septiembre.
Para Patricia Cornwell, la identidad del Destripador, su identificación con Walter Sickert, se ha convertido en una obsesión, algo vital e inevitable. Es una creyente en una cruzada y hay pocas cosas más peligrosas para la verdad.
Los peligros de la pseudohistoria
Muy a menudo entendemos como pseudohistoria solamente aquella destinada a contarnos historias rocambolescas e increíbles sobre nuestro pasado. Los templarios, los rosacruces, alienígenas ancestrales… pareciera que solamente cuando tratamos esa suerte de temas aparece la verdadera pseudohistoria para aguarnos la fiesta. Por desgracia, no es así.
Estudios como el de Patricia Cornwell son verdaderas muestras de los peligros de dejar la historia en manos de aquellos que no saben cómo interpretarla. Para la autora americana no parece existir ninguna diferencia entre crear un culpable para sus novelas o acusar a un pintor británico, ya fallecido, de ser Jack el Destripador. En ambos casos, va a retorcer las pistas para que todo apunte a su elegido y va a dejar que la increíblemente inteligente heroína lo resuelva.
El problema es que en el segundo de los casos ella se convierte en esa heroína invencible y el acusado es una persona real, cuya memoria ataca sin más motivo que una convicción, rayana en la obsesión, de su culpabilidad. Por el camino, todo es susceptible de ser demolido si sirve para verse reforzada en su opinión.
Así, la historia muere, sepultada bajo la creencia y puesta al servicio de un proceso judicial dónde en el que una misma persona acusa, juzga y emite sentencia. La culpabilidad de Walter Sickert, siguiendo los métodos de Patricia Cornwell, es la muerte de la historia como disciplina, y su sustitución por un sucedáneo difícilmente defendible.
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