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Arte y Letras

Ann Radcliffe: la dama del terror gótico

Mucho antes de que Emily Brontë pasase a la posteridad gracias a sus Cumbres borrascosas, de que Percy Bysshe Shelley escribiese la poco conocida Zastrozzi: un romance, y por supuesto, antes de que su esposa, la gran Mary Shelley (más talentosa que él), confeccionase la trama de una de las obras cumbre de la literatura universal, Frankenstein, estuvo Ann Radcliffe. Es posible que algunos hayáis arqueado las cejas y que en vuestro rostro se haya dibujado una expresión a caballo entre la estupefacción y la sorpresa. No os culpo, es normal que muchos no hayáis oído hablar de esta escritora inglesa de finales de siglo XVIII. De hecho, a no ser que seáis grandes seguidores de Jane Austen (y en concreto de su obra La Abadía de Northanger) o verdaderos apasionados del tema, es complicado que el nombre Ann, seguido del apellido Radcliffe, os suene de algo. Por todo ello, y porque vivimos tiempos en los que la literatura gótica parece vivir una segunda juventud, esta historiadora se dispone a descubriros a toda una pionera del género.

Nacida en el londinense barrio de Holborn (actualmente situado entre el barrio de la City de Londres y el alternativo Camden) en el año 1764, Ann Radcliffe creció en el seno de una familia adinerada. Su padre, William Oates, fue un comerciante al cargo de una compañía familiar, y su tío, Thomas Bentley, al que Ann solía visitar asiduamente, era un amante de las artes en cuya lista de amistades figuraban nombres vinculados a la ciencia y las letras. Es en este ambiente, de constante intercambio de ideas y de pasión intelectual en el que Ann Oates (ese era su apellido de soltera) se movió durante su infancia y adolescencia.

Sin embargo, ser mujer condicionó su educación; sus progenitores consideraron que unas pequeñas nociones de música, arte y protocolo bastaban para hacer de Ann una señorita de su tiempo. Aun así, y a pesar de ver reducido el espectro de sus intereses, Ann encontró en la lectura el estímulo para liberar su espíritu creador. Devoraba novela, teatro, ensayo filosófico, escritos teológicos…, aunque siempre sintió predilección por las historias tenebrosas. Según Agustín Izquierdo, autor del prólogo de la última edición de Valdemar de Los misterios de Udolfo, entre sus libros favoritos se encontraban Macbeth de William Shakespeare y Los bandidos de Schiller. Dos obras maestras de la literatura universal, de marcado carácter tenebroso y que sin duda le indicaron el camino a seguir.

Al mudarse a la ciudad inglesa de Bath, según apunta de nuevo Izquierdo, es posible que la joven Ann frecuentase la escuela femenina que fundaron las hermanas Sophia y Harriet Lee. De hecho, fue la obra de una de ellas, en concreto The Recess, escrita por Sophia, la que acabó influyendo en su estilo personal. Aquel texto lúgubre y que narraba una historia de amor durante el reinado de Isabel I de Inglaterra se convirtió en todo un fenómeno literario, algo que no pasó desapercibido para Ann Oates, que por aquel entonces comenzaba a mostrar especial interés por la creación literaria.

En el año 1787, como muchas mujeres de su tiempo, Ann contrae matrimonio con William Radcliffe, un estudiante de derecho que nunca finalizó sus estudios y que acabó dedicándose al periodismo, llegando a ser el propietario del popular English Chronicle. Fue un matrimonio sin hijos (algo muy poco común en la época) y en el que ocurrió algo extraordinario o al menos inusual, teniendo en cuenta el contexto en el que nos movemos. William, consciente del talento de su esposa (ahora Ann Radcliffe), no dudó en animarla a seguir escribiendo. Un apoyo que se mantuvo con firmeza y que, según Izquierdo, propició que en 1789 nuestra protagonista publicase su primera novela, The Castles of Athlin and Dunbayne, ambientada en un castillo  escocés, propiedad de un señor con un oscuro pasado y protagonizada por una inocente y arrojada joven. El texto no solo le dio a conocer entre los lectores, sino que también estableció un esquema (lugar tenebroso, personaje aquejado por terribles circunstancias a las que debe hacer frente, personajes tétricos) que reproduciría una y otra vez a lo largo de su carrera literaria. De hecho, Ann Radcliffe siguió publicando novelas en los años siguientes, como A Sicilian Romance (1790) o A Romance of the Forest (1791), consiguiendo gran popularidad entre los lectores de clase media y alta. Sin embargo, no fue hasta Los misterios de Udolfo (1794) cuando su fama y prestigio se dispararon.

En dicha novela, Emily, una heroína arquetípica, tiene que hacer frente a las adversidades y desastres provocados por Montoni, un malvado antagonista de manual; debe hacerle frente con la fuerza de la racionalidad, tras haber sucumbido temporalmente a la superstición. Todo ello ambientado en el Castillo de Udolfo, un lugar repleto de sólidas almenas y en el que tienen lugar fenómenos paranormales como la presencia de fantasmas o el constante murmurar de voces de ultratumba. Una sinopsis que, sin duda, nos revela una trama tremendamente típica y ajustada al terror gótico, con todas las características y tropos literarios propios de la época. Un género que por aquel entonces empezaba a dar sus primeros pasos en la Inglaterra de finales del XVIII, gracias a la influencia de los escritores miembros del Srum und Drang alemán, a la tradición literaria proveniente de la Edad Media y a la propia historia cultural británica. Porque, no nos engañemos: una tierra plagada de castillos medievales y leyendas (entre las que destacan el Beoulf y la Materia de Bretaña, más conocida como el Ciclo artúrico), ofrecen la inspiración perfecta para escribir una excelente novela gótica.

A pesar de todo, y aunque para el lector del siglo XXI esta parezca una historia demasiado canónica, Los misterios de Udolfo definió las directrices de un género que no pararía de evolucionar desde entonces y a lo largo de todo el siglo XIX, especialmente en Gran Bretaña. Fueron muchos los escritores que tomaron la novela de Radcliffe como inspiración para sus obras: fue el caso de Jane Austen (quien conoció personalmente a la autora y que no dudó en parodiar Los misterios de Udolfo, a modo de crítica y homenaje al mismo tiempo, en su célebre La Abadía de Northanger), Walter Scott, Mary Wollstonecraft, Charles Dickens, Henry James, Edgar Allan Poe o Victor Hugo, entre otros. Su popularidad, sin duda, traspasaba fronteras.

Sin embargo, tras la publicación de su quinta novela, El Italiano o el confesionario de los penitentes negros en 1796, Radcliffe abandonó la escritura, invadida por la melancolía. La muerte de sus padres y la enfermedad de su marido pesaron más que sus ganas de seguir creando historias. Fue un periodo de inactividad que solo se rompería con Gastón de Blondeville, una novela ambientada en la Edad Media en la que Ann Radcliffe trabajó en sus ultimos años de vida. Finalmente, aquejada de una neumonía, moría en la capital británica en 1823, a la edad de cincuenta y ocho años.

La historia posteriormente se portó relativamente bien con su figura, al menos durante las primeras décadas tras su muerte. Por aquel entonces, se llegó a considerar que su novela Los misterios de Udolfo, junto con El castillo de Oranto de Horace Walpole (1765) y El monje de Mathew Lewiss (1796), fue uno de los textos pioneros del terror gótico. Pero digo relativamente porque, a medida que fue pasando el tiempo, su legado literario, así como su biografía, se fueron difuminando. Es posible que Ann Radcliffe fuese ensombrecida por la figura de dos de sus insignes coetáneas, Jane Austen y Mary Wollstonecraft, y que estas hayan acaparado estudios generado un auténtico fandom (sobre todo en el caso de Austen) cuando llevan doscientos años muertas. También es posible, aunque esto ya sería mucho aventurar, que otros autores posteriores como Bram Stocker o los ya citados Edgar Allan Poe y Charles Dickens (herederos naturales de su estilo y temática), llamasen durante años la atención de la crítica y la investigación intelectual, dejando en un segundo plano a las mujeres escritoras (siendo Mary Shelley, cuya producción literaria va más allá de Frankenstein, la excepción a la norma). Todas y todos, desbordantes de imaginación y bendecidos por el don del talento para la palabra escrita, crearon historias inmortales, sobrecogedoras, terroríficas. Pero no hay que olvidar que hubo quienes ya lo habían hecho antes, y Ann Radcliffe fue uno de ellos. La crítica es unánime al señalar El castillo de Oranto de Walpole como la primera novela gótica; pero también en que Los misterios de Udolfo fue la primera escrita por una mujer.

Desde hace un tiempo, concretamente desde el mes de septiembre del pasado 2017, los lectores hemos asistido a una avalancha de títulos encuadrados dentro del género gótico, tanto en su vertiente más original como en su fantástica y posterior evolución durante la época victoriana. Si bien han aparecido títulos en donde las escritoras y escritores tomaban como inspiración la literatura de aquella época (lo cual nos llevaría a hablar del neogótico o neovictotianismo), han proliferado más los rescates literarios, en especial de aquellas autoras que dominaron dicho género con maestría. Desde la traducción al castellano de los relatos de Edith Nesbit, pasando por el descubrimiento de Mary Elizabeth Branddon, Amelia B. Edwards o Margaret Oliphant, hasta la publicación de un relato (hasta ahora desconocido para el público español) de nada menos que la mismísima Charlotte Brontë. En este pequeño renacimiento del género, en el que las novelas de Elizabeth Gaskell se leen con más entusiasmo que nunca, echo en falta el nombre de Ann Radcliffe. La editorial Valdemar cumplió el sueño de muchos lectores al publicar Los misterios de Udolfo en una memorable edición de coleccionista. Pero ¿y el resto de sus libros? ¿No merecen el mismo interés que su obra más conocida? ¿De verdad nadie ha pensado en ella? Este está siendo el año del redescubrimiento huérfano, pues Ann Radcliffe, la autora que inspiró a toda una generación de escritoras victorianas, sigue en silencio.

Andrea Moliner Ros

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4 comentarios

  1. Muy interesante el artículo, aunque quizá un poco aventurado decir que Ann Radcliffe es una autora desconocida (y por supuesto que Mary Shelley tenía más talento que su marido). Se echa en falta una mención a La ciudad vampiro de Paul Féval, sátira de las novelas (góticas) de vampiros protagonizada, precisamente, por Ann Radcliffe. Muy recomendable.

    1. Bueno, como comento, las y los que están versados en estos temas la conocerán, pero el público en general desconoce la existencia de esta autora. Además, el hecho de que gran parte de su producción literaria no se haya traducido al español, y por supuesto, el que en las librerías no esté colocada a la altura de sus coetáneas (Jane Austen por ejemplo) no ayuda a que exista un conocimiento de su figura y libros. Gracias por el apunte de la novela de Paul Féval, no la conocía y mucho menos sabía que estaba protagonizada por Ann Radcliffe. El fin de todo esto es enriquecerse mutuamente.
      Un saludo.

  2. En la literatura encontramos muchas referencia a historias de terror, concretamente en los siglos XIX y XX encontramos grandes clásicos de la literatura de miedo y de horror. Una manera de acercarse la literatura de la mano del cine, al fin y al cabo una parte más plástica de las artes.

  3. ¿Poco conocida? En fin lo que hay que leer. Evidentemente no es Ken Follet, pero vamos, en su género, es de las más conocidas e importantes ¿Que Mary Shelley tenía más talento que el excelente poeta y marido? Ni de broma, sin su Frankenstein, que además la ayudó su marido (prólogo Vicens Vivens) jamás hubiera sido recordada, y Percy fue es y será unos de los más grandes poetas ingleses, y no sólo por una obra. Por lo demás interesante artículo.

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