NELINTRE
Música

Black Sabbath y la dama de negro

Hay pocas cosas más molonas (y absurdas) que las leyendas urbanas del rock. Que si Marilyn Manson es el Millhouse de Aquellos maravillosos años y se ha quitado costillas para hacerse autofelaciones; que si Elvis Presley y Jim Morrison nunca se fueron y siguen vivos pero ocultos entre nosotros; que si Gene Simmons (Kiss) tiene una lengua kilométrica porque se ha trasplantado la de una vaca. Ese rollo.

Entre todas estas leyendas siempre han ocupado un lugar especial aquellas relacionadas con las artes oscuras y el satanismo. Ya se sabe, la música del diablo y otras historias para no dormir. Y en este contexto es inevitable que un grupo como Black Sabbath, piedra madre del heavy metal y banda por antonomasia de lo oscuro, ocupe un lugar referencial. Se podría escribir no solo un artículo, sino un libro entero con los rumores que envuelven al grupo liderado por Tony Iommi (y ya no decir sobre los relacionados con Ozzy Osbourne). Posiblemente, el más conocido y comentado de todos ellos sea el de la portada de su primer disco.

Corría el año 1970. Led Zeppelin y Deep Purple estaban llevando el rock a un nuevo estadio de evolución pétrea y un grupo con nombre de película de terror de serie B apareció desde Birmingham para apuntalarlo. Era Black Sabbath y se presentaba en sociedad con toda una declaración de intenciones: un disco titulado como la banda y que daba comienzo con el lúgubre sonido de la lluvia, de unos truenos y del repicar de unas campanas (¿a medianoche?) para a continuación desatar el diabolus in musica, una escala disonante de tres notas que en el pasado había estado asociada a la fatalidad (hasta el punto de ser prohibida en la Edad Media) y que en la pesadísima guitarra de Iommi adquiriría la condición de la «canción más malvada jamás escrita» (Rob Halford dixit). Como letra, la historia de Satanás cobrándose el pago de un alma. Era la canción homónomina del disco homónimo de Black Sabbath, y con ella nacía definitivamente el heavy metal. Nunca el rock había sonado tan potente y oscuro.

El álbum era una colección de poderosos riffs y tenebrosas referencias líricas. Fue publicado nada menos que un viernes 13 (de febrero) y en el arte interior aparecía una cruz invertida y un siniestro poema de Edith SitwellStill Falls the Rain. Pero lo más impactante era su portada, abocada a convertirse en una de las más malrolleras de la historia de la música y a cuya contemplación se asocian verdaderos pasajes de sofoco en la juventud de la época, solo igualados décadas después por las cubiertas de Backstreet Boys (y por motivos diferentes). Se trataba de la imagen, en tonos apagados, de una perturbadora escena: de fondo, un lúgubre caserón junto a un río y, en primer plano, un bosque en el que aparecía la fantasmal figura de una mujer vestida de negro con un gato en sus brazos. Aquello solo se podía mejorar con una leyenda a la altura de las circunstancias. ¿Y si esa enigmática mujer nunca hubiera estado ahí? ¿Y si esa siniestra dama de negro fuese en realidad el fantasma de una bruja que se apareció una vez revelada la fotografía?

Black SabbathLa cuestión puede sonar a risa, pero estamos hablando de un mundo, el del rock, en el que a día de hoy se sigue discutiendo si Paul McCartney en realidad falleció en 1966 a causa de un accidente de tráfico y desde entonces ha sido sustituido por un doble. La leyenda de la portada de Black Sabbath es tan fascinante como conocida su explicación: la famosa fotografía fue tomada por Markus Keef, que consiguió el aterrador efecto de la misma superponiendo el negativo sobre el original; el caserón fantasmal es nada menos que el último molino de agua de Inglaterra (en Mapledurham, condado de Oxfordshire, célebre localización turística en la actualidad); y el supuesto ectoplasma que se marcó el primer selfie no consentido de la historia fue, según el periodista Pete Sarfas, una tal Louise, modelo de la que poco más se sabe (otra leyenda dice que murió trágicamente el mismo año del lanzamiento del disco: síndrome poltergeist y tal). Al respecto, los integrantes de la banda aseguran que se encontraban demasiado drogados como para recordar algo… Cosas del diablo.

Sin embargo, lo que sí recuerdan Ozzy y compañía es que el halo oscuro que envolvió al álbum (y a la postre, a toda su carrera) fue algo estudiado y potenciado por la propia compañía de discos, Vertigo, y que el grupo lo abrazó con gustosa alegría. Así lo reconocen abiertamente cada vez que se les pregunta. A fin de cuentas, ellos son los más indicados para saber que no eres nadie en el mundo del rock sin una buena leyenda urbana a tus espaldas.

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