El mundo de las películas biográficas de músicos es ciertamente curioso. Hay muchas y de muy diferente calidad. Se adentran en todo tipo de artistas, desde la música clásica al rap, pasando por el rock o el jazz. Lo que sea. Hasta existen algunos que tratan bandas inexistentes con el mismo cuidado que si fueran reales… Todo vale para que el cine y la música se den la mano. Y mejor todavía si puede ser a través de una estrella, una figura reconocible que despierte inmediatamente la simpatía y el interés del público. Ya se sabe, alguien como Freddy Mercury o Elton John, por ejemplo.
De ahí que, siendo sinceros, no sea precisamente una sorpresa que acabasen existiendo dos biopics (me voy a permitir el anglicismo para no alargarme cada vez que cite la expresión) respecto a esas dos figuras, ídolos absolutos de la música de los años setenta y ochenta. Freddy Mercury consiguió el más difícil todavía al ser capaz de devorar la fama de Queen y seguir ganando adeptos cada año que pasa. Mientras tanto, Elton John mantiene un perfil mucho más bajo, al menos en España, convertido en una especie de dinosaurio del que es fácil olvidarse, hasta que a algún despistado le produce perplejidad enterarse de lo mucho que vendía y triunfaba en los años setenta. La cosa debe ser morirse en el momento justo para que tu estrella no pueda llegar a apagarse.
El caso es que biopics los hemos visto de Jim Morrison, Ray Charles, Johnny Cash… Pero estas producciones tenían una gran diferencia con los que hoy nos ocupan, y es la influencia de los protagonistas de la película. En el caso de The Doors (id., 1991) no hubo problemas con Jim Morrison, que murió en 1971, pero sí con los supervivientes del grupo, hasta el punto de que Ray Manzarek y Oliver Stone no se hablaban porque el primero no estaba de acuerdo con el punto de vista del director. En el caso de Ray (id., 2004) el inspirador murió antes del estreno pero pudo ver la película; antes de eso solamente había dado su aprobación al guion con reservas con respecto a una escena. En la cuerda floja (Walk the Line, 2005) se estrenó dos años después de la muerte de Johnny Cash y llegó a ser criticada por la familia del músico por entrar en los aspectos más oscuros y deprimentes de la vida del hombre de negro.
Sin embargo, tanto Bohemian Rhapsody (id., 2018) como Rocketman (id., 2019) son películas que han sido producidas directamente por los interesados en la historia. Los supervivientes de Queen, con Brian May y Roger Taylor a la cabeza, por un lado, y Elton John por el otro. Los protagonistas de la vida real tratando de conseguir una película que cuente su historia. No hay lugar, pues, para giros inesperados o puntos de vista extraños; para que se hable de las miserias de unos músicos que son también productores y tienen la palabra final en lo que puede y no aparecer en escena.
La historicidad o la fantasía
La primera diferencia existente entre las dos películas parte desde su propia concepción. Una, Bohemian Rhapsody, es un intento de crear un documento histórico, de narrar desde lo externo unos sucesos que son vistos de manera objetiva. De ahí que nunca se nos muestre el punto de vista de alguno de los personajes, sino que toda la historia está marcada por un aspecto supuestamente objetivo, pero mentiroso. Se suceden escenas, acontecimientos, conversaciones, pero nunca entramos en la personalidad de los que se pasean frente a nuestros ojos. Freddy Mercury, Brian May y compañía son casi marionetas lo más fieles que se puede al modelo original en lo visual, y nos venden unos principios irreprochables y absolutos. Son la banda que nunca se vendió, la familia que nunca se abandonó… y lo son de manera objetiva, imposible de negar, palpable y verificable. Nunca entramos en la mente de ninguno de ellos, ni siquiera de Freddy Mercury, solamente observamos los hechos.
Mientras tanto Rocketman toma el camino completamente opuesto. La historia de Elton John nos la cuenta él mismo, vestido de manera ridícula en una reunión de Alcohólicos Anónimos tras dar la espantada antes de un concierto. Y lo hace con sus canciones, fuera de lugar y en ocasiones también de tiempo, con coreografías cuando estima oportuno y con otros personajes tomando la voz. Por si fuera poco, Taron Egerton se convierte en Elton John, Jamie Bell en Bernie Taurpin y Richard Madden en John Reid, un reparto elegido por motivos ajenos al mero parecido físico, realmente muy escaso, mostrando que estamos viendo la idea que Elton John tiene de sí mismo y no al propio pianista y cantante.
La diferencia entre ambas películas radica, en este aspecto, en la propia idea de la realidad. Ambas juegan con las cronologías y se inventan relaciones entre los sucesos y las canciones, pero en Rocketman todo forma parte de la historia personal de un Elton John que puede imaginarse empezando a tocar I Guess That’s Why They Call It the Blues en su audición para Dick James en 1967, aunque la canción no se escribiese hasta 1983. Por eso da igual que I’m Still Standing sea el gran final pese a que se publicase antes de muchos de los sucesos que nos cuenta, porque en nuestro recuerdo todo se mezcla; somos narradores mentirosos y nos inventamos las cosas. Elton John nos da su visión de su vida, y lo hace intercalando canciones cuya letra ni siquiera escribió él para contarnos sus sentimientos, sin que eso importe en absoluto. La única verdad es la suya, su memoria.
Mientras tanto Bohemian Rhapsody se viste de documental, de reflejo de la realidad. Y, a pesar de ello, sigue mintiendo tanto como Rocketman o más. Para empezar, el reparto solamente busca el parecido con los originales. Por mucho que Rami Malek haya ganado todos los premios habidos y por haber, no deja de ser más un imitador que un actor, preocupándose en todo momento por parecerse a Freddy Mercury y no por transmitir, seguramente porque el guion no le da nada a lo que agarrarse. La cronología se vuelve extraña, nos parece que su primer sencillo fue Killer Queen aunque este sea del tercer disco de la banda, se mueven años arriba y abajo diferentes canciones… Y por si fuera poco, se emplea toda la parte final de la cinta para cambiar el significado de lo que realmente sucedió.
Y es que, al convertir en el centro de la película la mítica actuación en el Live Aid en 1985, cuando Queen volvió a convertirse en el grupo más grande del mundo durante un corto periodo de tiempo, la película siente la necesidad de aumentar la trascendencia de lo que ocurrió. Y de ahí que se afirme que la banda llevaba años sin tocar y necesitara ponerse en forma en apenas dos semanas, cuando la realidad es que el 15 de mayo de 1985 habían acabado el The Works Tour (recordemos que el Live Aid fue el 13 de julio, menos de dos meses después). También se juega con la idea de que Freddy Mercury supo que tenía SIDA justo antes del concierto, cuando la realidad es que fue después del Magic Tour, ya en 1987.
Pero es que Bohemian Rhapsody es la película biográfica ideal para el 2018, una en la que la realidad no debe molestar y los personajes que refleja nos cuentan con aspecto verista una fantasía en la que son poco menos que superhéroes que consiguen levantarse frente a todas las adversidades. Y encima lo hacen sin admitir que la suya pueda ser una visión parcial, a la que dan forma de realidad en lo que no deja de ser una narrativa interesada. La esperanza es que para mucha gente la mentira se vuelva verdad, que descubran cómo Queen se reunió para tocar dos semanas antes del Live Aid y esa se vuelva una anécdota que contar a los amigos. Así todo el mundo aplaudirá el modo en que Freddy Mercury y los suyos dieron su mejor concierto tras haber descubierto que el corazón del grupo tenía SIDA.
Estamos en el mundo de la realidad líquida, de las fake news y de las guerras de Internet. Nada es fiable, todo es manipulable y el cine ha mostrado en muchas ocasiones su capacidad para fijar nuestra percepción del mundo. Y en esas condiciones no es de extrañar el éxito inusitado de Bohemian Rhapsody, una película que busca que tengamos una celebración del pasado mítico sin plantearnos la realidad de lo que vemos. ¿Existe esperanza para los biopics en esta época? Es difícil, aunque hay un pequeño resquicio para el optimismo en el hecho de que cuando Bryan Singer fue apartado de la dirección de Bohemian Rhapsody, su sustituto no fue otro que Dexter Fletcher, que terminaría siendo el director de Rocketman. Tal vez podamos creer que el camino de la cinta dedicada a Elton John se perpetuará en el futuro, huyendo de la hagiografía más fácil y mentirosa para volver a centrarse en la mente de los músicos, en el descubrimiento de cómo y por qué crearon su música. Mientras tanto, Bohemian Rhapsody difícilmente será destronada como el biopic musical más taquillero de la historia. Y es fácil entender que la gente disfrute de ver en pantalla grande a unos imitadores que calcan el concierto del Live Aid… Yo, personalmente, reconozco que ni siquiera llegué a verlo. Corrí a Youtube para ver el original. Manías que tiene uno.
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yo la vi en el cine con mi chica y cuando volví a casa obviamente también le enseñé la actuación original y otras más.
aparte me vi otros documentales para informarme más (y mejor?).
el biopic musical debe ser de los géneros más fáciles y efectivos del cine.
Soy muy fan de Elton John y he de decir que, aún sabiendo que es su historia pasada por su propio tamiz, adornada y algo engañosa, me encantó. Estuve con la carne de gallina durante toda la película (y no por el aire acondicionado del cine). Creo que Taron Egerton está espectacular.
Gracias por este gran artículo!
Ambas películas me parecieron buenas más no excelentes, el actor que personifica a Freddy Mercury se parece tanto como yo a Brad Pitt y la película sobre Elton John me ayudó a conocer mejor a un músico que nunca me gustó, más algunas canciones se soportan. A la fecha lo mejor que vi sobre músicos fue: The Dirt con la historia de Motley Crue y Rock Star sobre el cantante que sustituyó por un tiempo al cantante de Judas priest. Lo mejor desde siempre fue la opera rock: Across the Universe.