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Brzezinski, Kissinger, arquitectos imperiales: los cadáveres los recogen otros – 31 de mayo de 2017

Zbigniew Brzezinski se ha muerto en un hospital de Virginia a los ochenta y nueve años de edad. Falleció en la cama, privilegio no reservado para los que perdieron la vida por sus ideas. Brzezinski fue el Consejero de Seguridad Nacional del presidente Carter, el que susurró que Afganistán podía ser el Vietnam de la URSS. En una de las fotos de su vida sujeta un fusil junto a los muyahidines, los freedom-fighters, más tarde Al Qaeda. Tal vez eso no se veía venir en los ochenta. O era un mal menor de la Guerra Fría. Brzezinski suponía que desangrar al enemigo en el eterno Afganistán era el camino de la victoria. Los cadáveres ya los recogerían otros, en Kabul, Nueva York o Madrid.

A Brzezinski, demócrata, lo homenajean estos días como un gran intelectual. La responsabilidad de la guerra no era cosa suya sino del comandante en jefe. El mismo argumento utiliza Henry Kissinger, republicano, para dormir por las noches. Fue el predecesor de Brzezinski y a él se le deben las dictaduras asesinas del cono sur americano, otro mal menor en la guerra contra la hidra roja. Al principio, Kissinger decía que Brzezinski era una puta: que era halcón o paloma según el viento. Luego guardaron las formas. Los geoestrategas afirman que la política bipartisana, la que está por encima de los partidos y los animales, incluidos los humanos, ayuda al equilibrio.

La estabilidad es el gran sueño del imperio, ese que produce los monstruos que le carcomen. En los Idus de mayo se ha ido también el general Manuel Antonio Noriega, cobaya de Estados Unidos en Centroamérica gracias, entre otros, a un Brzezinski ya Consejero cuando el general se convirtió en el Hombre Fuerte de Panamá. Noriega ayudó a combatir a los sandinistas de la vecina Nicaragua. Eran días de coca, rosas y M16. Fue bien hasta que Noriega empezó a usar el dinero de la droga que enviaba a EEUU para distribuir armas a la guerrilla salvadoreña. Se hizo incontrolable. La CIA lo sacó de su nómina un año antes de que Bush padre lo sacase a tiros del palacio presidencial.

El alemán Albert Speer soñaba con palacios y anchas avenidas para hacer del Berlín de Hitler la capital del mundo. Arquitecto y ministro de armamento, era la mente que dirigía la producción de la formidable maquinaria de guerra nazi. Speer no era Consejero de Seguridad Nacional, ese cargo no existía, pero cuando le juzgaron en Nuremberg respondió como uno de esos intelectuales del poder: pidió perdón por los crímenes contra los judíos, dijo que no sabía del Holocausto, y sobre todo proclamó que él no decidía, que se había limitado a organizar y planificar en nombre de cierto ideal equivocado. Murió en Londres en 1981, en la cama como Brzezinski, cuyo ideal era la paz.


Notas de Extramuros es una columna informativa de Siglo 21, en Radio 3. Puedes escucharla en el siguiente audio y acceder al programa pulsando aquí. También puedes revisar todas las Notas de Extramuros en este tumblr.

Víctor García Guerrero
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