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¿Y por qué?

«Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños», Khalil Gibran.

Uno de los retos a los que nos enfrentamos cuando engendramos hijos es a las cuestiones filosóficas y vitales que sus dudas (y a veces sus ganas de llevar la contraria) nos plantean. Ya sumidos en la adultez, contamos con incontables situaciones y cuestiones asimiladas y, de pronto, nos vemos abocados a la nada fácil tarea de tener que responder a incontables preguntas que, en muchos casos (tal vez la mayoría) ni siquiera conocemos la respuesta. Pero no solo a cuestiones cuya respuesta desconocemos por no contar con conocimientos al respecto, sino a la realidad última: que hay incontables cuestiones que escapan a los límites de nuestra naturaleza humana.

Las preguntas que nos plantean nuestros pequeños pueden provenir desde prácticamente cualquier contexto, abordar cualquier temática y llegar hasta las cuestiones metafísicas más complejas y enrevesadas (la concepción del Universo, la existencia de Dios…). Y esto es así porque al final, si abordamos una nueva pregunta sobre la anterior respuesta y luego otra sobre la que demos a la actual pregunta, finalmente acabamos llegando a este tipo de cuestiones. Por llevarlo a lo concreto, podríamos partir de alguna pregunta como: «¿por qué cae el agua del cielo?». Nos desenvolvemos con mayor o menor eficiencia, explicando el ciclo del agua, para dar una respuesta coherente, pero seguramente ni siquiera podamos terminar de explicar, porque se nos viene encima la siguiente: «¿y por qué el agua se convierte en vapor?». Entonces le explicamos el cambio de estado de líquido a gaseoso, para, acto seguido encontrarnos ya en un no retorno: «¿y por qué se calienta?»  Y así sucesivamente hasta que llegado a un punto entramos en terreno árido: sabemos el ciclo del agua, aceptamos las leyes de la naturaleza, pero ¿por qué funcionan esas leyes así y no de otro modo?, ¿por qué es así y no al revés? Hasta cierto punto, la ciencia puede responder muchos porqués, pero ¿acaso estas respuestas no generarían nuevos?, ¿no podríamos preguntar el por qué una partícula antes de ser observada es onda y al ser observada partícula? ¿Habría capacidad de responder al por qué de la paradoja del gato de Schrödinger?

Hay niveles de profundidad y en cuanto se encadenan algunos, es habitual alcanzar el límite de conocimientos que poseemos o directamente el límite humano (al menos del ser humano actual), así que no queda más remedio que responder: «pues no lo sé». Creo, con firmeza, que el tipo de respuestas «porque sí» o «porque yo lo digo» es un enorme error, ya que el que algo no sea conocido o directamente no sea comprensible, no justifica una respuesta absolutista que básicamente es un intento de imposición.

En una ocasión, haciendo patente aquella frase de Antoine de Saint-Exupery que decía que «los niños han de tener mucha tolerancia con los adultos», vi como una mujer respondía a un niño de unos cinco años, tras este hacerle una pregunta, que qué clase de pregunta tonta era esa. Esa respuesta me sobrecogió. Esa ridiculización manifestó la ignorancia de esa persona que, por el motivo que sea, consideró más adecuado avergonzar al niño por haber hecho una pregunta que enfrentarse a la respuesta de una pregunta de algo que desconoce y decir que no lo sabía y que no tenía capacidad de responder. Nuestras incompetencias no deberían determinar el futuro de nuestros hijos y/o de los niños en cuya formación estemos involucrados, pero desafortunadamente lo hacen. Va a determinar su futuro y por eso es importante cuidar este tipo de aspectos. Además, el desconocimiento no es un muro infranqueable, sino todo lo contrario: puede ser una gran oportunidad para aventurarse a nuevos descubrimientos.

No solo son legítimas todas esas cuestiones que plantean los más pequeños, sino que además son muy interesantes. Mientras los adultos hablamos de temas tan anodinos como repetitivos (deporte, películas y series de moda, trabajo, de otras personas…), los niños demuestran un enorme ingenio y creatividad, planteando todo tipo de cuestiones variopintas y reflexiones formidables. Son pura espontaneidad. Pueden saltar con cualquier cosa, y eso le da un aporte de vitalidad a la vida. De hecho, tal y como yo lo veo, esas preguntas son una oportunidad estupenda para involucrarnos en lo apasionante que es el aprendizaje de nuevos conocimientos. Así pues, a todas esas preguntas: «¿por qué sale agua del grifo?», «¿a dónde va el agua de la ducha?», «¿por qué se enciende la luz al pulsar el interruptor?», «¿por qué las vacas dan leche?», etc., le debemos no solo nuestra atención, sino también nuestra dedicación; porque estas oportunidades son únicas e irrepetibles, porque nuestro comportamiento determina su futuro y porque, después de todo, para las temáticas de adultos tenemos todos los días de nuestra vida.

«Cada niño es un artista. El problema es cómo seguir siendo artista una vez que crezca», Pablo Picasso.

Rubén J. Triguero
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