Catherine Nixey y el terrorismo de los primeros cristianos
Unos hombres barbudos, vestidos de negro, destruyendo la estatua de Atenea en Palmira, Siria. A golpes, a martillazos. Y por debajo los salmos en honor al dios verdadero. Eso son vídeos de hoy, o de hace unos pocos años. Del ISIS, del Califato Islámico hoy en destrucción. Pero también la imagen con la que arranca La edad de la penumbra, el relato que hace la británica Catherine Nixey de un afán destructivo similar: el que llevaron a cabo los primeros cristianos contra la cultura clásica en todas sus formas: costumbres, filosofía, escultura. Nixey describe con valentía los crímenes del cristianismo cuando Constantino la convirtió en la religión del imperio. Un dios, un emperador. Arrasaron: la victoria necesitaba la destrucción de lo anterior, argumenta Nixey, porque Dios perdonaba a quien estaba de su lado. Y así se inició una era oscura que pregunta a los hombres por su religión y que hoy, en los nuevos templos de la opinión de las redes sociales, también divide a los seres humanos entre quienes están del lado del bien y los herejes que se atreven a pensar diferente. La edad de la penumbra la edita Taurus.
¿Qué podrías decirme acerca del título de tu libro? En castellano hemos traducido darkening por penumbra, pero el gerundio en inglés también indica algo que está en proceso, sucediendo. ¿Eso significa que lo que hubo antes era muy brillante y lo que vino después fue apagándose?
Sí, evidentemente el mundo clásico fue en muchos sentidos una era más luminosa que lo que vino después. Imagínate ser una estatua en aquella época; lo tendrías muy negro, porque habría gente armada con martillos que irían a atacarte al verte como algo demoníaco, por no ser cristiana. O un sacerdote de una religión que no fuese el cristianismo; también se pondría muy oscuro para ti, porque destruirían tu templo y te robarían todo tu dinero. Y no digamos un filósofo; en Alejandría los amarraban y les daban latigazos. A Hipatia la lapidaron y la descuartizaron porque creían que era un demonio por el mero hecho de dedicarse a las matemáticas y utilizar astrolabios y brújulas. Así que no hay duda: para toda esa gente eran tiempos de penumbras, mucho más oscuros que los que habían conocido.
La que parece muy oscura es la imagen con la que arrancas tu libro. Esos hombres barbudos que llegan del desierto a Palmira para destruir a martillazos la escultura de Atenea. A mí esto me hace pensar en el ISIS. ¿Es una idea que tenías en mente cuando lo escribiste?
Cuando empecé la investigación para este libro encontré una descripción arqueológica de una estatua que había sido destruida por un grupo de hombres el año 385 después de Cristo. También encontré una descripción de algo parecido en otro lugar de Siria. Normalmente eran monjes, con barba, vestían de negro, recorrían el campo con martillos y destruían las estatuas porque pensaban que los demonios vivían dentro de ellas, y porque querían que todo el mundo creyese en la única religión verdadera, que era la de Cristo. Estos hombres eran tristemente famosos en todo el Imperio. Su tarea era terrorífica. El templo más hermoso de todo el Imperio, el de Serapis, fue demolido por esta gente en el año 392. Fueron los mismos que acabaron con lo que quedaba de la gran biblioteca de Alejandría. Lees sobre estos cristianos que mataban a otra gente, atacaban sus fiestas, destruían sus templos o se suicidaban porque pensaban que la recompensa en el Cielo eran cien veces mejor si morían como mártires, y es imposible no pensar en el ISIS. Cuando me puse a investigar sobre Palmira, me encontré con que la mismísima escultura que había sido destruido por estos cristianos había sido atacada de nuevo en 2015 por el Estado Islámico. La misma estatua había sufrido las mismas heridas. La estatua de Atenea, a la que le habían arrancado los brazos, la habían aplastado de la misma forma. Es lo que pasa cuando estás poseído por la creencia de que todos tienen que tener fé en tu particular versión del monoteísmo. Ocurre a lo largo de la historia. Es el mismo impulso, el mismo afán, da igual quién lleve a cabo la violencia.
¿Eran terroristas?
Claro que eran terroristas. Esto era terror. Funcionaba así. Es así como consigues convertir a un imperio. Todo el Imperio se convirtió en unos cien años a una nueva religión, porque cuando Constantino llegó al trono, como mucho el diez por ciento era cristiano. Sesenta millones de personas no se transforma de esta manera sin que, en ocasiones, entre en funcionamiento una seria persuasión y terror. La gente aterrorizada tenía, lógicamente, miedo. Hay relatos increíbles de gente pidiéndoles que parasen. Hay relatos de gente que sentía repulsión hacia estas figuras que estaban tan mal educadas. Eso es otra cosa: quienes llevaron a cabo la destrucción estaban mucho menos educados que los que intentaban defender los templos. Los llamaban «barbudos granujas de negro». Y las descripciones son maravillosas. Barrían el campo, especialmente en Siria, «como un río en una pala». Cuando se iban, lo que quedaba era una desolación absoluta. Cuando la gente veía cómo se quemaban los libros o cómo a los filósofos les daban latigazos, su sentimiento era de horror pero también de miedo. La gente huyó de Alejandría después de la muerte de Hipatia y de la destrucción del templo. Estaban asustados.
La huida de los filósofos es también un pasaje impresionante en tu libro. ¿Ahí perseguían directamente al conocimiento? ¿Era el cristianismo un movimiento de estúpidos o de gente inteligente que sabía a lo que se estaba enfrentando?
Estos filósofos eran neoplatónicos, por lo que eran particularmente espirituales en su trabajo y en sus creencias, pero se volvieron fundamentalistas porque Justiniano aprobó una ley que cerró su escuela en el año 529. El objetivo del emperador era cerrar los caminos que conducían al pecado errante. Estaba obsesivamente preocupado por detener todo tipo de pecado. Sus castigos contra los desviados sexuales eran verdaderamente escandalosos: si te pillaban teniendo una aventura, voluntariamente, tu castigo era la muerte; pero si eras una mujer joven que había sido pillada y se pensaba que tu enfermera te había ayudado, su boca se abriría y se vertería plomo fundido en ella para cerrar la abertura que había creado el pecado. Así que Justiniano era un creyente fundamentalista extremadamente ferviente que creía que el cristianismo era el único camino, y gobernaba para que todos en el Imperio se hiciesen cristianos y para que estos filósofos no difundieran lo que él veía como una enfermedad, un contagio, una infección que se podía propagar si se permitía. Por eso cerró su escuela, aprobó una ley contra las personas paganas que enseñaban y luego gradualmente les quitó todo su dinero también. En ese momento no les quedó nada a los maestros y tuvieron que irse. Más tarde volvieron, pero su escuela, esta academia cuya historia se remonta mil años atrás en lo que llamaban una cadena de oro, hasta Platón mismo, no podía soportar ese tipo de oposición. Sus miembros habían sido arrestados y su forma de vida se estaba desmoronando bajos sus pies. Se veían como hombres reducidos a cenizas.
¿El cristianismo tiene en esos primeros momentos un estrato ideológico o filosófico, más allá de la imposición brutal de la fe?
Sí, claro. Vamos a ver: tú vives en un país católico, seguro que sabes de lo que estoy hablando. En esa época lo importante es el giro que da Constantino. Él es que quien ve esa cruz llameante en el cielo y se convierte en el primer emperador cristiano. Constantino es interesante. Cuando lees a su biógrafo, Eusebio, hablar sobre las razones de la conversión, compruebas que la intención del emperador no es que quiera darle un fuerte abrazo a todo el mundo y decirle que ya están salvados. No, es porque quiere ganar una batalla y cree que no tiene suficientes soldados. En ese momento dice: «mira, ese dios solitario es más poderoso que todos los otros dioses». Ahí es cuando le dice a su biógrafo, casi poseído, que va a usar a ese dios para ganar guerras. A partir de ahí, está obsesionado y hasta el final solo repetirá: «un Dios, un emperador».
De lo que se perdió en aquellos siglos, ¿qué crees que es lo más importante? En varios sentidos: arquitectura, conocimientos…
La mayor pérdida seguramente es lo que quedaba de la gran biblioteca de Alejandría. «Desperdigaba en el viento», así lo describieron. Los libros desaparecieron para siempre. El noventa por ciento de la literatura clásica se perdió en los siglos posteriores a la cristianización. Se perdió el noventa y nueve por ciento de la literatura latina. De lo que sobrevivió tenemos apenas algunos textos aislados porque, por alguna razón, fueron despreciados o ignorados.
Para mí, personalmente, la mayor pérdida en términos de un individuo es lo que desapareció de Porfirio el filósofo. En cierto modo, era mellizo de otro autor de la época, Celso, quien atacó a la Iglesia con un vigor y una frescura que incluso hoy en día puede resultar chocante. Decía cosas como que si necesitas a Cristo para salvarte, ¿por qué Dios esperó tanto tiempo para enviarlo? ¿Por qué no lo envió a un lugar más poblado? ¿Por qué no lo envío a Roma en lugar de a esa especie de patio trasero? ¿Qué pasa con la gente que nació en los años anteriores a su llegada? Si Dios es Dios, y podía tener a cualquier mujer que quisiese, ¿de verdad me estás diciendo que escogió a María? ¿Por qué no escogió a una reina?
También se perdió a los atomistas, filósofos precristianos que decían que no había que preocouparse por Dios: sé libre, no hay Dios, estamos hechos solo de átomos que se juntan y se separan… Eran gente que no solo decía que era razonable no creer en Dios, sino que de hecho era algo bueno porque liberaba tu mente del miedo y la opresión y la constante sensación de que hay alguien vigilándote. También los romanos encontraban esta idea muy extraña. Se preguntaban: ¿qué hace su Dios observándome mientras estoy haciendo limpieza en casa? ¿Por qué me está mirando en mi habitación? ¿No tiene mejores cosas que hacer?
Lo que creo que es terrible es que antes de que la Cristiandad llegase al poder de esta manera, casi nadie se imaginaba presentándose ante los demás por la religión que profesaba. Desde el cristianismo, a la pregunta «¿quién eres tú?» termina respondiéndose «yo soy cristiano»… Desde ese momento, el mundo fue dividido en creencias religiosas. Y todavía está.
¿Crees que la represión y el castigo que se producen en esos primeros siglos de nuestra era pervive hoy en día de alguna manera y por eso tu libro ha sido polémico? ¿Por eso sigue chocando eso que dice Celso?
La represión y el castigo siguen vivos. Soy hija de un cura y una monja, y me tragué todo lo que enseña la Iglesia. Me creí la película de Hollywood: los malvados romanos con sus espadas y sus gladiadores, los buenos cristianos que se enfrentaban con ellos casi desnudos. Y pensaba que cuando Constantino se convirtió al cristianismo eso significó el fin de las persecuciones. Eso es lo que contaban los libros. Pero eso es un cuento chino; era justo al revés, justo el principio de una cacería religiosa.
Sí, creo que todavía existe y que el mensaje de la Iglesia pervive. Me choca la destrucción, la vehemencia de cómo algunos sacerdotes animaron a sus congregaciones a destruir templos; cómo los cristianos se decían entre ellos que debían ir a pegar a quienes no tenían las creencias correctas porque así les estaban salvando. Me choca leer sobre esos monjes lunáticos que dejaban a la gente medio muerta a palizas y que decían que no había crimen para aquellos que tenían a Cristo de su lado. En realidad, ese podría ser el subtítulo del libro: no hay crimen para aquellos que tienen a Cristo. Si crees en Dios y crees que estás haciendo su trabajo, entonces nada de lo que puedas hacer sobre la Tierra puede ser malo.
En la reciente inauguración de la nueva embajada de Estados Unidos, había dos pastores evangélicos. También estaba el dueño de Las Vegas Sands. Por el dios del dinero y el dios del antiguo testamento. Me llama la atención que hoy siga funcionando esa unión entre poder político, económico y religión. Poder, dinero, Dios, ¿eso está también presente en el principio del cristianismo?
Oh, sí, la Santísima Trinidad, ¿no? Desde el principio. Julián el Apóstata llama a Constantino «un tirano con la mente de un banquero». Es una gran frase. Y es que cuando el emperador ataca los templos es el primero que sistemáticamente saca las estatuas, tanto porque no le gustan como porque están hechas de oro, así que las funde y se lo lleva a sus cofres. La Iglesia está exenta de impuestos cuando los obispos empiezan a ganar salarios inmensos. De pronto se convierte en una carrera muy atractiva. Y la riqueza pasa de las antiguas iglesias a la nueva. Pero, sabes, la religión siempre ha sacado mucho dinero. También en la Grecia clásica. Hay una historia muy buena: un antiguo escéptico griego ve cómo detienen a un ladrón que estaba robando en un templo y se dice: «los grandes ladrones deteniendo al pequeño ratero». Los templos siempre han tomado lo que han pensado que merecía la pena. Dinero, sí. Siempre estuvo entrelazado.
Lo que decías hace un momento de que Dios o la religión lo perdona todo, también me hizo pensar en el acto de hace poco en Jerusalén. Netanyahu citó la Mikra: «Y dice el Señor: “Volveré a Sión y habitaré en Jerusalén. Entonces Jerusalén será llamada la ciudad de la verdad»». Mientras decía esto, sesenta palestinos eran asesinados en la frontera con Gaza. Dios siempre sanciona. Avala. En el libro, la destrucción está avalada por el Antiguo Testamento. Porque eso es lo que quiere Dios… Está claro que es precisamente un libro adorable (risas).
¿Por qué la victoria exige aniquilación?
La victoria exige aniquilación porque sí. Soy tu Dios y soy un dios celoso. No tendrás otros dioses. Solo yo. Y si crees eso, si de verdad te lo crees, tienes que deshacerte de todos los demás. Y si tienes el poder para hacerlo, ¿por qué no? Sienta bien (risas).
¿Crees que vivimos en otra edad de la penumbra?
Bueno, hablando desde Inglaterra y desde el mundo anglosajón, la preocupación que yo tengo es menos acerca de una religiosidad creciente, aunque parece que hay una profundización en la religiosidad de la gente. Pero eso, al mismo tiempo, va a acompañado de un crecimiento del agnosticismo y el ateísmo. Lo que está ocurriendo es que las religiones parecen estar haciéndose más fundamentalistas. También en la Iglesia Católica. Lo ves en curas que están volviendo a llevar viejos hábitos, o en esa vuelta a las misas en latín. Pero yo creo que el mayor miedo se está generando en las redes sociales, porque una de sus características es que no puedes decir nada que se salga de la línea sin ser señalado y atacado. La censura de libros está en aumento en el mundo anglosajón, pero eso no viene de la Iglesia sino de gente que piensa correctamente. Y creo que eso es lo preocupante. La persona que piensa bien. Porque la gente que censura libros nunca es desagradable. No lo hacen para ser malos contigo, si no para ayudarte, ¿sabes? Tienen las respuestas adecuadas y tú no. Todo se están volviendo demasiado tendencioso. La gente tiene miedo de decir cosas porque otros van a ser desagradables con ellos en Twitter. Y los van a odiar. Creo que ese es el problema.
También dices en tu libro una frase que me gusta mucho: «el fanatismo nunca ha hecho buena poesía». No son buenos tiempos para la lírica en las redes sociales…
Sí, la idea de que hay una cosa correcta y de que la gente hará una lista con las cosas que están bien, me parece similar. Es verdad que el Estado no controla las redes, pero sí que hay una tendencia a que la gente te diga lo que está mal y luego te avergüenzan, te expulsan de la comunidad. Me parece que, en muchos sentidos, es un remanente. Hay una línea y si te separas estás como maldito. Desde luego, vivimos en otro mundo. La moral es completamente diferente.
Para terminar: una de las cosas que más me llama la atención de la destrucción de las esculturas es que les borraban la cara, las manos, las orejas… El sexo, la música. ¿Era por eso? ¿Por odio a los sentidos? ¿El placer que nos hace humanos?
Sí, es totalmente cierto lo que dices. No les gustaba el placer. Y tampoco les gustaba la ropa de cama de color púrpura. Eso también lo odiaban (risas). Y sandalias con pedrería. Eso también les ponía muy nerviosos (risas). Esta destrucción del placer es muy triste. Mira Pompeya: a los romanos les gustaba pintar las paredes de sus casas con escenas de la vida cotidiana y también del sexo. Pompeya estaba llena de penes pintados. Les gustaba. Desapareció. Y la poesía, la libertad, la diversión, el sentido del humor… todo eso lo borraron del mapa. Esa es la gran tragedia.
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Magnífica entrevista.
No hay ningún historiador, medievalista, bizantinista o experto en Antigüedad Tardía que apoye el libro de esta Nixey, es un panfleto sin base real. Se basa en sus traumas con sus padres, parece. Hasta un ateo como Tim O Neill, en su blog «History for atheists» señala que es el peor libro que ha leído.
Hay una crítica a sus errores -muuuuchos- en el artículo ««La edad de la penumbra», un bulo: los arqueólogos niegan que el cristianismo destruyera templos» y en «¿Cuántas bibliotecas quemaron los cristianos antiguos? No la de Alejandría, y parece que ninguna más». Quien le interese la verdad histórica, que lea estos artículos.