De una película primeriza y fallida, pero interesante, nos vamos a otra también primeriza, también fallida y también interesante: la ópera prima de Luis Tinoco, La paradoja de Antares (2022), inteligente apuesta patria de ciencia ficción de bajo coste pero gran ambición.
Alexandra (Andrea Trepat) es una astrofísica que trabaja para una filial española del proyecto SETI (Search for Extra Terrestrial Intelligence: búsqueda de inteligencia extraterrestre). Una noche, de guardia en el radiotelescopio, recibe una prometedora señal del sistema Antares que debe de verificar en un máximo de dos horas, a la vez que es avisada de que su padre está agonizando. Contra reloj, comienza una frenética aventura plagada de inconvenientes técnicos que tendrá de telón de fondo el dilema interior de la protagonista: elegir entre su responsabilidad como científica o el amor por su familia.
En esta historia de búsqueda obsesiva de vida extraterrestre como vehículo para canalizar deficiencias personales y familiares, es inevitable ver una especie de inversión minimalista y descafeinada del Contact de Robert Zemeckis (y Carl Sagan). Pero donde este, con todo el músculo de Hollywood, erigía un thriller catedralicio de ciencia ficción con hechuras filosóficas y trasfondo dramático, Luis Tinoco, por razones evidentes, reduce a la mínima expresión la premisa sci-fi común adoptando una propuesta casi teatral de escenario único sustentada en un montaje dinámico y en la convincente interpretación (casi) solista de Andrea Trepat (a años luz, nunca mejor dicho, de sus partenaires digitales).
Esta apuesta, tan arriesgada como lógica, acaba haciendo ceder la balanza hacia el lado más débil, resultando en una cinta que, más allá de la jerigonza científica y su punto de partida, tiene poco de ciencia ficción y mucho de melodrama familiar peligrosamente sensiblero, sobre todo en su tramo final, de difícil digestión para aquellos espectadores de paladares diabéticos. Como si la paradoja del título no fuese suficientemente ilustrativa, todo el tramo final de la película desperdicia, por ñoño y excesivo, la potencia de la metáfora que subyace en esa búsqueda obsesiva de vida inteligente en el cosmos a costa de, precisamente, nuestra deshumanización en la Tierra.
Y es una pena, porque el debut de Tinoco es una propuesta fresca e inteligente que, como una señal del espacio, en buena parte de su metraje nos ilusiona indicándonos que el cine español, a falta de medios, va sobrado de talento.
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