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Cinefórum CCCXC: «La trampa»

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No hay muchas películas ni muchos directores actuales que pongan a prueba con tanto riesgo (y mérito) la suspensión de la credulidad como lo hace M. Nigth Shyamalan; ya se sabe, ese pacto tácito entre obra y espectador por el cual la primera exige del segundo que deje de lado su sentido crítico y, aceptando como ciertas las premisas que se le proponen, simplemente, entre y disfrute de la función. En muchas ocasiones, y es este el caso, la suspensión de la credulidad lleva consigo, además, un intenso sentido de la maravilla; o sea, que el espectador tenga la capacidad de asombrarse y creerse (y disfrutar) elementos de la ficción que, en nuestra (aburrida) realidad, no serían posibles. Ejemplos hay a patadas, pero en la última cinta del cineasta estadounidense de origen indio, La trampa (2024), invitada de hoy en nuestro cinefórum, estos dos vectores convergen hasta volverse esenciales para su visionado.

La verdad es que es difícil hablar de esta obra sin destripar el elemento clave de su propuesta argumental, como lo es, también, ver su tráiler (en donde, precisamente, se destripa esa cuestión) y no querer salir corriendo a verla. Probablemente haya en este spoiler impuesto una declaración de intenciones más grande que todas las loas que podamos levantar aquí acerca de la diletancia cinéfila. Porque con ese giro de guion anticipado a la propia película, Shyamalan, a parte de superarse a sí mismo, parece estar ofreciéndonos el cheque dorado de la fábrica de chocolate; una invitación a un mundo de magia y fantasía.

Así que respecto a su argumento, solo diremos que la cosa va de un padre, guapo y moderno (incluso con el espléndido Josh Harnett en plan madurito-follacas, es inevitable acordarse del célebre meme del señor Burns molando), que lleva a su hija al concierto multitudinario de su cantante preferida (a saber, una suerte de trasunto latino de Taylor Swift o, lo que vendría a ser esto, una copia indisimulada de Ariana Grande). La cuestión es que, entre idas y venidas al baño, el padre se entera de que el pabellón está repleto de fuerzas del orden que forman parte de un complejo dispositivo desplegado para capturar a un asesino en serio del que se sabe que estará presente en el espectáculo. Y, a partir de ahí, let the show begin!

Blinding Edge Pictures

Lo que nos espera es una historia vertiginosa, de prácticamente escenario único y que se enraiza con esa tradición hitchcockiana del mal llamado thriller tramposo. Aunque es demasiado goloso adjetivar a la cinta con su propio título, más que como una trampa podemos verla como el trampantojo levantado con (todas) las artes prestidigitadoras de un ilusionista prodigioso dispuesto a poner toda su magia a disposición de nuestro deleite. Y de sobra sabemos que no hay magia si nos empeñamos todo el tiempo en mirar lo que el mago esconde debajo de la manga.

Porque de esto va todo: de la magia de la ficción y de disfrutar de ella. Si en el mundo 2.0 cada vez se nos hace más necesario enarbolar la bandera del let people enjoy things (deja a la gente disfrutar de las cosas), en esta ocasión podríamos añadirle, además, que a veces es uno mismo el que tiene que permitirse el lujo del disfrute, predisposición sine qua non para esta película. Por eso lo de la suspensión de la credulidad y el sentido de la maravilla que decíamos al principio. Y por eso lo de recordarnos que, aunque nos duela, el que no sabe disfrutar de una película tampoco sabe hacerlo de la vida.

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