Cinefórum CCCXCII: «Raftis (El sastre)»
Son abundantes las referencias que en nuestros ciclo podían ligarse a la película que la semana pasada nos ocupaba, Surcos: una familia que llega a la gran ciudad proveniente del campo con una mano delante y otra detrás, como sucedía también en Rocco y sus hermanos; una atmósfera de precariedad y crisis como veíamos en Milagro en Milán; o la huida hacia adelante de su protagonista en busca de un futuro mejor, que se le resiste, como en Come, duerme, muere o la grandísima Rosetta. Pero, como le sucede a los personajes de todas estas historias, nuestro deber es mirar hacia adelante; en esta ocasión hacia Grecia: en 2020, Sonia Liza Kenterman debutaba como directora con El sastre.
El guion de esta entrañable comedia con tintes dramáticos, firmado por la propia Kenterman y por Tracy Sunderland, nos cuenta la historia de Nikos, un sastre a la vieja usanza que ante la amenaza de perder su negocio por un embargo, decide echar mano a su ingenio y reinventarse creando una sastrería ambulante.
Nos hallamos en la Atenas de mediados de la segunda década del siglo XXI, cuando, en lo peor de la crisis de la deuda soberana, la inflación, el paro y la precariedad atenazaban a su población hasta la extenuación. Un momento en que muchos jóvenes que comenzaban su carrera profesional vieron como sus aspiraciones se encontraban con un muro de hormigón; pero un tiempo también en que una generación de mediana edad, entre 40 y 50 años, vieron como sus consolidadas vidas se resquebrajaban, quedando relegadas a una marginación in-imaginada y con poco horizonte de cambio. Es en estas personas, en quienes las guionistas se fijaron en aquellos años para escribir la historia de Nikos.
Ciertamente, todo el peso de la película recae sobre los hombros de este peculiar personaje. Nikos (Dimitri Imellos) es un hombre sencillo, chapado a la antigua y fácilmente confundible en una multitud. Un hombre en el que se aprecian carencias afectivas y un infantilismo que oscila entre lo entrañable y lo raro; no en vano se nota que, básicamente, Nikos es un inadaptado vital y emocional que no entiende el ajetreado modo de vida actual.
Kenterman y Suderland dibujan un personaje dentro de una burbuja física (la sastrería) y afectiva (con su dificultad para comunicarse con las mujeres). El oficio representa también al personaje en sí, un oficio que requiere minuciosidad, paciencia, tiempo, individualidad, basado en rutinas y donde el manejo de la herramienta manual debe ser impecable. Un oficio venido a menos, una especie en extinción. En último término, la sastrería representa no sólo al protagonista, sino a toda una generación a la que la revolución digital y todo lo que ella conllevó, cogió con el pie cambiado.
Ante este panorama tan descorazonador, se opta por la sabia vía del humor, y la comedia se abre camino. Con guiños claros al cine mudo y al clown el protagonista, con aires de Charles Chaplin, adquiere un carisma inigualable y sostiene una historia de superación, que si bien en algún momento tiene algunas lagunas, navega esquivándolas sin mayor problema gracias a una humildad sincera que rezuma a lo largo de toda la producción.
Tamila Koulieva-Karantinaki y Thanasis Papageorgiou lideran junto a Imellos el elenco de esta película tan particular como amable, sin caer en lo convencional. Tras llevar a cabo la producción de tres cortometrajes, Sonia Liza Kenterman debutó con El sastre, pero esperamos que no se quede ahí. Tiene mucha tela que cortar, y talento para hacerlo.
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