Estaba equivocado. Me di cuenta de ello después de ver la película, más en concreto cuando empecé a escribir estas líneas por primera vez.
Reflexionaba sobre la relación entre la anterior película de nuestro ciclo, American Buffalo, y la que nos ocupa; particularmente sobre las motivaciones que llevan a los protagonistas a tomar las decisiones que toman. Entendía el delirio de los personajes de Dustin Hoffman y Denis Franz por apoderarse de una valiosa moneda y venderla al mejor postor como un ejemplo de la ambición ante un dinero fácil que lleva a una peligrosa espiral de desgracia. Sin embargo, al ver el devenir de Perhan, el protagonista de El tiempo de los gitanos, encuentro la principal conexión en la oportunidad de escapar de la marginalidad, en buscar, efectivamente con ambición, pero sin perversidad (aunque esto último sea ciertamente cuestionable), la solución a la solvencia económica; huir de la pobreza usando las herramientas que están al alcance de cada uno, siendo al mismo tiempo presos de las circunstancias propias de cada cual y de sus demonios.
El tiempo de los gitanos es una obra de arte magnífica en todos los sentidos. Desde sus temáticas universales, sus personajes, su técnica, su banda sonora o su simbología, hasta su contexto histórico y social o sus influencias.
La premisa es sencilla: el humilde Perhan, joven y apocado gitano yugoslavo con poderes telequinéticos, apremiado por medrar económicamente para ganarse los favores de la familia de la joven Azra, de la cual está enamorado, y teniendo que hacer frente a las deudas de juego de su tío, accede a acompañar, junto con su hermana enferma y necesitada de tratamiento médico, a un poderoso magnate para trabajar en lo que finalmente es una red de proxenetismo, mendicidad y pequeña delincuencia infantil. Ahí es nada.
Emir Kusturica ejerce aquí de magistral arquitecto de una trama que aborda cual encaje de bolillos el sacrificio por la familia, el amor platónico, los celos, la soledad, el adulterio, la traición, el instinto de supervivencia y la venganza.
Ciertamente, la concepción de la película como una gran historia podríamos decir que antihomérica, se demuestra desde el principio con un extenso plano secuencia en el que, a modo de prólogo, se trazan algunas líneas de la idiosincrasia del pueblo gitano, culminando el mismo con un pequeño monólogo de un anónimo personaje que se lamenta de su suerte, explica su desgraciada situación y clama a Dios por una intervención divina que libre de su desdicha al pueblo gitano.
Es este universo de los gitanos un tema recurrente en Kusturica. En varias películas aborda el retrato de una comunidad que, compartiendo unas mismas necesidades humanas, posee unas coordenadas sociales y culturales diferentes. En la película se ve reflejada cual drama social, aunque con tintes de comedia negra, una sociedad aislada en el espacio y en el tiempo, que mantiene orgullosa sus tradiciones y su cultura, pero que vive a la vez en una precariedad económica y educativa importante.
Kusturica sumerge todo el relato en un maravilloso realismo mágico que, junto a los surrealistas pasajes oníricos y algún que otro truco cinematográfico, crean una atmósfera de cercana irrealidad.
Curioso nos ha resultado también el papel de los animales. Quizá como metáforas de los destinos y emociones de los personajes, aparecen los desorientados y ruidosos perros del poblado, el entrañable y peculiar pavo que podríamos asociar a la desafortunada inocencia del protagonista o el frágil gato como símbolo de la indefensión humana ante los avatares vitales.
Mención aparte merece la banda sonora, elemento crucial y liderada por Goran Bregovic. Está encabezada por el tema Ederlezy, que aparece en las escenas más cruciales del filme otorgando una tremenda potencia a dichos momentos. El manejo de la música también es reseñable, apareciendo numerosas veces de forma incidental (ajena a la escena) y conviritiéndose progresivamente en música diegética y con un papel también simbólico y diferenciador de la propia cultura gitana.
Premiada en Cannes y en Suecia, El tiempo de los gitanos es una obra que trasciende etiquetas y que es merecedora, al menos a juicio de quien escribe, de un mayor reconocimiento.
¡Que el tiempo haga justicia! ¡Que Dios vele por la suerte futura de esta película!
Disculpen, no recordaba que esto, aquí, no funciona.
No se la pierdan.
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