Tendría que haberme servido de aviso no conocer un experimento como Historias de Nueva York (1989). Entiéndaseme: no se trata de reivindicar aquí una vasta cultura cinematográfica de la cual, realmente, carezco; pero que Martin Scorsese, Francis Ford Coppola y Woody Allen se hayan juntado en un mismo proyecto debería ser tan conocido como el hecho de que Messi, Cristiano Ronaldo y Zidane hayan compartido equipo. ¿Cómo? ¿Que no lo han hecho? Pues a eso me refiero: si hubiese pasado lo sabríamos. Y si no lo sabemos es por algo.
Pero primero las justificaciones. La conexión entre el cinefórum de hoy y Chungking Express es evidente: se trata de una antología de relatos independientes, pero relacionados entre sí por el amor (en sus diferentes vertientes) y por una ciudad, Nueva York, que al igual que Hong Kong es tanto o más protagonista que sus personajes.
Hechas las presentaciones, vayamos al lío.
El proyecto surge cuando Woddy Allen envía a su productor, Robert Greenhut, un guion gracioso pero demasiado corto para un largometraje y este, gritando «¡Eureka!», intenta solucionar el asunto aplicando la lógica gastronómica de Joey y el pastel de carne con mermelada y nata: si me gusta Woddy Allen, me gusta Steven Spielberg y me encanta Martin Scorsese… el pastel cinematográfico va a estar buenísimo.
Spoiler: NO.
La idea era precisamente esa: llamar a otros dos grandes directores y realizar un película formada por tres episodios que tuviesen a Nueva York como telón de fondo. Scorsese dice que sí, pero Spielberg se acaba desentendiendo del proyecto, así que Greenhut, en cuya agenda la personalidad más intrascendente debía de ser la reina de Inglaterra, decide apostar por el glutamato definitivo para sustituirlo: Francis Ford Coppola. Con el director de El Padrino ya nada podía salir mal.
Spoiler again: SÍ.
Pero no nos pongamos tan dramáticos. Para empezar, porque dos tercios de Historias de Nueva York sí merecen la pena. Es más, por momentos, rozan la genialidad. El problema es el tercero en discordia. Veamos.
La primera historia, Apuntes al natural, es la adaptación libre que Scorsese (previo libreto de Richard Price) nos regala de El jugador de Dostoievski; y, concretamente, del enamoramiento y obsesión del escritor con una mujer mucho más joven que él. Su trasunto será un proverbial Nick Nolte mutado en pintor de éxito y enamorado perdido de la belleza cegadora de Rosanna Arquette. La historia, olvidada a menudo dentro de una filmografía mayúscula, rezuma ese nervio cinematográfico tan característico del cineasta y se despliega ante nosotros, vista hoy con tres décadas a sus espaldas, no solo como una sugerente reflexión sobre el arte y el artista, sino como el incómodo retrato de la toxicidad sentimental en relaciones de dominación masculina.
La tercera historia, Edipo reprimido, es la que puso en marcha el experimento, y una vez vista se entienden los esfuerzos de Greenhunt por sacarla adelante inventándose una película omnibus. Porque su premisa tiene la chispa de genialidad necesaria para un cortometraje, pero también la suficiente naturaleza de bufonada como para convertirse en un chiste que, alargado, perdería toda su gracia: Allen es un abogado cincuentón oprimido por la absorbente presencia de su madre; un día, en una actuación de magia, ella se esfuma y aparece en el cielo neoyorkino, lugar privilegiado para seguir amargando a su hijo con sus homilías materno-filiales. Se trata, sin duda, de una película divertida, preñada de las constantes narrativas de la obra del director (el complejo de Edipo, el psicoanálisis, la mentalidad judía, las relaciones de pareja…) y con un formato small size que la favorece. Hoy en día habría sido rodada como parte de una serie de humor. Y sería un capítulo perfecto.
Y así llegamos a la segunda historia. Sí, la comentamos la última, pero la presentación desordenada no es caprichosa.
Muchos identifican la aparición de Sofia Coppola en El Padrino III (1990) como la ominosa señal de que el criterio cinematográfico de papá Coppola empezaba a flojear. Sin embargo, el primer aviso de chochez lo había dado un año antes, también relacionado con su hija, cuando decidió rodar para Historias de Nueva York un guion coescrito con ella. Vida sin Zoe es, se mire por donde se mire, una castaña absoluta; las idas y venidas de una niña pija de Manhattan que no interesan a nadie. Ni siquiera al propio director, quien despacha el asunto con la gracia flemática que parece emanar de la propia historia. Baste como ejemplo del desaguisado general la reflexión que leí en algún sitio (y que siento no poder acreditar a su autor, puesto que no lo recuerdo) de que algo debe de andar mal en una película que pretende ser un homenaje a Nueva York y termina en Atenas. Pues eso.
En definitiva: una historia buena (Scorsese), una graciosa (Allen) y una lamentable (Coppola); balance menos negativo de lo que parece, pero que no compensa la fatídica decepción que suele acompañar a las altas expectativas.
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