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Cinefórum CXXXV: Caravaggio

El arte es una de las fuerzas creativas más potentes dentro del cine. Desde el cine clásico hasta la actualidad, nos hemos paseado por casi toda época histórica posible conociendo las vicisitudes de pintores, escultores, escritores, músicos… Incluso de reyes con gusto por la danza como nos demostraba La pasión del rey la semana pasada. Dentro de esa miríada de posibles inspiraciones, la pintura siempre ha sido una de las musas del séptimo arte. Por un lado, debido a la fuerza visual del propio arte pictórico; por otro, gracias al tópico del artista maldito y genial que tanto nos recuerda a los pintores. Y es que los más importantes de la historia han tenido un aire especial que solamente los poetas consiguen igualar. Ya sea un Miguel Ángel interpretado por Charlton Heston, un Van Gogh al que ponía rostro Kirk Douglas o Timothy Spall convirtiéndose en Turner… Y es en esa línea en la que se situaría nuestra cinta de esta semana, Caravaggio de Derek Jarman, dedicada a Michelangelo Merisi da Caravaggio, uno de los grandes artistas del barroco italiano.

Lo cierto es que la vida de Caravaggio da para más de una película. Fue el pintor más importante de su época y tuvo tiempo de coleccionar todo tipo de escándalos: fue acusado de asesinato y expulsado de Roma cuando estaba en la cima de su fama, huyendo a Nápoles. Después llegó a ser caballero de la Orden de Malta, de la que fue expulsado por faltas a la moral. Regresó de nuevo a Nápoles, protegido por la familia Colonna, y había conseguido el perdón del Papa cuando murió misteriosamente, posiblemente en Porto Ercole, a causa de unas fiebres. Tenía treinta y ocho años, solamente uno más de los que contaba Rafael de Urbino a su muerte. Detrás suyo quedaban escándalos, huidas, aliados… y, por supuesto, la obra de uno de los pintores más importantes de la historia del arte occidental.

No es extraño, por tanto, que Derek Jarman se fijara en la figura del pintor italiano hasta el punto de obsesionarse con ella. Durante siete años buscó financiación para poder enfrentarse a la producción de su biografía cinematográfica, que reescribió en al menos diecisiete ocasiones según sus propias palabras. Tuvo la suerte de contar con el apoyo del Channel Four inglés y el BFI. La idea de Jarman era la de acercarse a la figura de Caravaggio más que contar su vida de la manera habitual: huir de la representación fidedigna del período histórico (se ven camionetas o máquinas de escribir en la Italia del XVII) y construir un personaje libertino y magnético durante su época romana, la que llegó a su final con la muerte de Ranuccio Tomassoni y que nos muestra al autor maldito en todo su esplendor, entre fiestas, conspiraciones, amantes y enemigos.

La película es una clara muestra del llamado arte de cine y ensayo que parece haber perdido toda trascendencia en nuestros tiempos, pero que en los años ochenta todavía cuajaba grandes películas. Caravaggio pertenece a la rama más libre y artística del cine británico que personifican autores como Peter Greenaway o el ya por entonces veterano Ken Russell (del que ya vimos aquí Los demonios); de hecho, ganó un Oso de Plata en la Berlinale y llevó por primera vez a la gran pantalla a Tilda Swinton y Sean Bean, mostrando el buen ojo para los actores del director. Si uno consigue superar los prejuicios ante la ahistoricidad de la trama y se deja llevar por la película hacia la búsqueda del verdadero corazón de la obra del artista, se terminará encontrando con una película tan interesante como única; un artefacto de un cine que ya parece olvidado por desgracia para los espectadores.

Ismael Rodríguez Gómez
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