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Cinefórum LXVII: La herencia del viento

En La leyenda de la casa del infierno, un testarudo científico traicionaba su profesión al resistirse a toda evidencia para tratar de demostrar sus propias hipótesis. En Heredar el viento (Inherit the Wind, Stanley Kramer, 1960), un no menos obstinado profesor de ciencias honra la suya al negarse a dar la espalda a la teoría de la evolución de Charles Darwin; la misma que sigue molestando a muchos en lugares como Tennessee, representante aquí de una América profunda que sirve como decorado a un desfile de estrellas en el que Gene Kelly se ve reducido, por una vez, a la categoría de honroso telonero de Spencer Tracy.

Los conocidísimos rostros de este ensayo general de Adivina quién viene esta noche (Guess Who’s Coming to Dinner, también dirigida por Kramer y también con Spencer Tracy, pero realizada en 1967), pueden llegar a hacer sombra a una trama en la que las tesis del naturista inglés amenazan con hacer saltar las costuras de una sociedad zafia y cainita, conectando el integrismo del párroco local con la modernidad del joven profesor a través de una hija en edad de merecer. El triángulo sirve, en realidad, como ventana a través de la que asomarse a la red de privilegios que (siempre) esconde el tradicionalismo; como excusa para analizar el conflicto larvado que enfrenta a una sociedad poco oxigenada con el cinismo de la ciencia, las nuevas instituciones y medios de comunicación, representados en el primer tramo del film por un sentencioso reportero (Gene Kelly), al que le dieron un guion repleto de lo que hoy llamaríamos zascas. El bailarín, con esa elegancia que transmite quien controla su cuerpo incluso cuando no lo necesita, exprime cada uno de ellos hasta dejar en ridículo el edificio ideológico conservador.

Sin embargo, cuando al espectador le parece que no puede haber nadie más carismático que ese maldito periodista, Fredric Marc hace acto de presencia y pone en escena su exagerada interpretación de un fiscal que representa al pueblo salvaje en su cuita contra la razón. El contrapunto que ofrece al abogado defensor sirve de alfombra roja con la que recibir al triunfal Spencer Tracy, que defenderá al desvalido maestro con su imperio interpretativo, pero, sobre todo, con la posesión de la verdad. Convertirlo, de este modo, en el mejor letrado posible, supone el más evidente y a la vez insignificante pero de este clásico del cine norteamericano: Heredar el viento no escatima falacias para caracterizar a una parte de su sociedad como primitiva, ruin e incluso cruel. Es esa parte de su país que a Hollywood parece que a veces le sobra (excepto para llenar las salas de sus recurrentes blockbusters) y que, sabe Dios por qué, ya era creacionista cuando en California todavía se rodaban grandes producciones recordando al prójimo el componente liberal e ilustrado de los cimientos de su nación. Mejor dicho, de la nación según Hollywood. En cualquier caso, es un tema de esos que ya está superado, porque ya no sale tanto en las películas.

Víctor Muiña Fano
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