Demasiadas veces me acerco al cine español con desconfianza. Como muchos, tiendo a presuponer que a los actores no se les entenderá al hablar o que en algún momento van a verse pechos aunque no venga a cuento. Sé que tengo mi parte de culpa, pero no ayuda que una producción como Stico (Jaime de Armiñán, 1985), que nos sirve para continuar con la relación establecida entre dos académicos en Un método peligroso, haya caído en el olvido.
En plena década de los ochenta, Fernando Fernán Gómez encarna a un doctor en Derecho que atraviesa por una situación económica que le impide dedicarse a su único y asequible pasatiempo: seguir leyendo a los clásicos. Agustín González, que se cruza por casualidad con su viejo maestro por la calle, representa a la España que ya estaba viniendo: es un letrado con aspiraciones, no lee pero publica, y debe escribir discursos de agradecimiento para los que su formación no alcanza. La de su profesor y su biblioteca, sí, pero tienen un precio. El senil experto está harto de preocupaciones mundanas y encuentra en el mundo antiguo que tanto quiere la solución a sus problemas: será el esclavo de su limitado pupilo.
Con esta premisa, Stico demuestra que el humor español moderno y de tintes surrealistas no es solo cosa del siglo XXI. A medida que la familia Bárcena va cogiéndole el tranquillo al esclavismo y pasa de la amabilidad a la más absoluta explotación, una comedia descacharrante va tomando forma. Mención especial merece, por su vigencia, la devastadora crítica de la nueva sociedad mediática que se estaba creando allá por los 80, cuando el vecindario ya sospecha del arreglo entre los profesores y eso le cuesta al amo del profesor el escarnio público y su sillón en la Real Academia de la Juridprudencia. Bárcena recibe el golpe de gracia en la radio, en directo, cuando el conductor de Cedo la palabra, programa de moda, le tiende una entrevista trampa en la que solo hay un emisor y un medio que impone su mensaje. Al final de la misma, por cierto, interviene un contertulio catalán que solo habla en su propia lengua y contesta a cualquier cosa que le preguntan con argumentos muy parecidos a los que seguimos oyendo hoy día en torno a la cuestión catalana. Supongo que unos no dejan de decir siempre lo mismo, y otros llevan sin escuchar desde los años ochenta.
Así, entre carcajadas y reflexiones que conectan el Derecho y la Filosofía, Stico echa el cierre, quizá necesariamente por debajo del nivel del nudo de su historia. Pero es un aterrizaje suave que devuelve a todos, protagonistas y espectadores, a la realidad y la cordura. Nosotros nos quedamos la mejor parte: una sonrisa que dura unos días, una buena película a las espaldas y, por supuesto, otra gran interpretación de aquellos actores a los que se entendía perfectamente. Y si no lo hacías, era por tu culpa.
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El cine de Armiñan nunca fue mediocre y siempre fue un estímul,cuando todo a su alrededor sí lo era. Stico, sin duda, una de las mejores.
Deberíamos lamentarnos de haber olvidado a este director, que en sus series televisivas también marcaba diferencia.
Película interesante, y peculiar. Como también lo eran Armiñán, Fernán Gómez y Agustín González. La vi hace ya bastante tiempo y me gustó. Aunque es una esclavitud también peculiar, porque es elegida, una paradoja, y no obligatoria como la esclavitud real. Incluso elige a su propio amo.