Un hombre corriente nos regalaba las peripecias de un tipo aparentemente normal, aunque en realidad fuese una suerte de Woody Allen bonaerense que se convertía de la noche a la mañana en una sensación televisiva. La idea era tan buena que no debería sorprendernos que ya hubiese sido empleada anteriormente en múltiples ocasiones, aunque posiblemente en ninguna de manera tan efectiva y casi visionaria como en Un rostro en la multitud.
Existen dos motivos por los que todo el mundo recuerda a Elia Kazan: el primero es que fue un soplón que testificó en el Comité de Actividades Antiestadounidenses; el segundo es que fue un grandísimo director al que le debemos obras como Un tranvía llamado deseo, La ley del silencio, Esplendor en la hierba o Al este del Edén. Por suerte para nosotros, al ver Un rostro en la multitud no solamente nos reencontramos con el gran cineasta, sino que puede que hasta lleguemos a reconciliarnos algo con la persona de Kazan.
La historia de un humilde y borracho cantante de Arkansas, llamado Larry «Lonesome» Rhodes, y su ascenso meteórico hasta el estrellato televisivo, podría considerarse ya suficiente bagaje para aplaudir la película; pero el aporte del guionista Budd Schulberg, que consigue elevar la cinta a los altares del séptimo arte, es la decisión de Rhodes de acercarse al poder político. Lo que no dejaba de ser una historia acerca de los excesos de la fama y el éxito de lo popular y lo sencillo entre un público adocenado, pasa entonces a ser una oscura fábula sobre nuestro presente.
Porque Rhodes, interpretado magistralmente por Andy Griffith, se convierte en una figura mediática cuya estatura se escapa de la pequeña pantalla que le da vida. Consciente del poder casi infinito que le proporciona su popularidad, estará dispuesto a traicionar a todos aquellos que le han llevado a su lugar, mientras se atreve a acercarse a la política, la cual entiende como un continuo de su propia actividad. Su dominio del populismo más exacerbado le convertirá en el principal consejero de un candidato a la presidencia estadounidense y le hará soñar con la grandeza.
No vamos aquí a destripar el final de una película que todo el mundo debería ver, así que quienes quieran saber qué le espera a la carrera política de Rhodes deberán acercarse a la cinta por su cuenta. Solamente dejaremos caer que los paralelismos de los sucesos de Un rostro en la multitud con el ascenso a la primera plana de la política estadounidense de Donald Trump, no han pasado inadvertidos más allá del Atlántico. Cuando escribo estas líneas aún no han tenido lugar las elecciones americanas, así que desconozco si el final de ambos personajes será semejante, pero lo que si sabemos es que Elia Kazan, ese traidor a sus amigos que aparentaba tratar de justificarse con cada película que firmaba, confiaba en exceso en la sabiduría del público televisivo. Que esa triste realidad nos sirva para reflexionar.
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