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Cinefórum XXVIII: El castillo en el cielo

Cualquier excusa habría sido buena para hacer una parada en la obra de un cineasta capaz de trascender su género hasta convertirse en uno de los últimos grandes del séptimo arte. Pero el fantástico desenfreno de El baile de los vampiros era una oportunidad de oro para adentrarse en la filmografía de Hayao Miyazaki a través de uno de sus múltiples fetiches, en este caso el asalto a una fortaleza.

Serán dos jóvenes, Sheeta y Pazu los que intenten traspasar los muros de El castillo en el cielo (Tenkū no Shiro Rapyuta, 1986), en un intento desesperado por desentrañar las claves de la desaparición de una civilización perdida mientras son perseguidos por Muska, un agente secreto del gobierno que no duda en manipular al ejército para alcanzar sus propios fines. Pero, en realidad, será alrededor del triángulo que sostiene el argumento donde se sitúen los verdaderos protagonistas, los grandes temas que el genio de Tokio ha popularizado hasta el punto de hacerse merecedor de dos Óscar de la Academia (mejor película de animación por El viaje de Chihiro en 2002 y Óscar Honorífico a su trayectoria en 2014): la fortaleza voladora, protegida por seres de otro mundo y convertida en una Arcadia abandonada capaz de preservar cientos de secretos y prodigios de la naturaleza; aviones, dirigibles y todo tipo de aeronaves rocambolescas, amables piratas del aire y ejércitos mecanizados; el relato, trepidante, lleno de fantasía y que dirige al espectador al corazón de una trama que no debe tanto seguir, como admirar. Una elaborada sucesión de las obsesiones de un autor que parece haberse obligado a sí mismo a ser siempre libre.

A pesar de todo, es probable que la verdadera magia de El castillo en el cielo se encuentre en todo lo que la película no cuenta; en los personajes, creaciones y paisajes que simplemente se esbozan, alimentando de este modo un misterio que les vuelve incluso más sugerentes. Lo cierto es que averiguaremos muy poco de los protagonistas de la historia, de los piratas que primero les persiguen y luego les ayudan o del militarismo que parece haber conquistado el mundo que se extiende a los pies de todos ellos. Incluso, solo podremos disfrutar unos segundos de personajes maravillosos como el anciano minero que vive en el subsuelo, charlando con las piedras, o el robot que ha cuidado en soledad, quién sabe durante cuánto tiempo, el precioso jardín de la fortaleza voladora y cuya aparición supone un auténtico clímax de la narración. Por supuesto, tampoco habrá ocasión para descubrir los secretos de los seres que levantaron ese maravilloso mundo volante, pero fueron incapaces de evitar su propia destrucción.

Querríamos saber más de todo lo que rodea El castillo en el cielo, mucho más; pero no tenemos tiempo porque Miyazaki pasa demasiado rápido las páginas de su propia imaginación. Afortunadamente, podremos volver a descubrir muchas de estas pequeñas historias en el singular relato que forman sus películas. Entristece pensar que estamos cada vez más cerca del momento en el que el tiempo comenzará a pasar por ellas. Pero si algo bueno tiene la imaginación, es que es capaz de resistir eso y más.

Víctor Muiña Fano
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