Tras un par de semanas explorando el camino de la violencia, continuamos recorriendo otro de sus senderos con una película que, como Ondskan, afronta los posibles efectos de una infancia rota por los abusos y el maltrato. Sin embargo, en Warrior (Gavin O’Connor, 2011) los puños no se utilizan solo para afrontar diversos problemas personales, sino que además señalan el camino del éxito deportivo.
En 2010 The Fighter ensambló con éxito un drama familiar al atractivo subgénero de las películas de boxeo. Tan solo un año más tarde, Warrior trató de hacer lo mismo, aunque adaptando ligeramente la fórmula de su predecesora y forzando la premisa de la película hasta un límite insospechado: Tommy (Tom Hardy) regresa a la que fue su ciudad tras la muerte de su madre, con la intención de castigar a su padre maltratador con el relato de su desgracia; mientras tanto, su hermano Brendan (Joel Edgerton), profesor de Física en un instituto, necesita cada vez más dinero para mantener a su hija enferma. Pronto los caminos de ambos y el de Paddy Conlon (Nick Nolte), en plena rehabilitación de su adicción al alcohol, comienzan a aproximarse a un gran campeonato de MMA (Mixed Martial Arts o artes marciales mixtas). Para completar el panorama, irrumpen en escena un titán ruso aparentemente imbatible (y que recuerda mucho al Iván Drago de Rocky IV, pero en bestia) y un misterioso evento del pasado de Tom Hardy (inmenso, esta vez en un sentido más bien literal del término). Los dos hermanos, que no logran encauzar su relación y no soportan a su padre, están en peligro: el peso de su vida familiar y el enorme Koba amenazan con partirles la espalda.
La trama es tan barroca que puede parecer absurda y, a pesar de ello, Warrior sabe ir ofreciéndola cucharada a cucharada, guardándose algún as en la manga y recubriendo el argumento con capas de varios sabores, entre los que destaca un humor fresco y sin complejos. Porque lo cierto es que Warrior es una cinta de acción, y cuando te paras a pensar en lo absurdo que resulta ver a dos huérfanos (uno de ellos profesor) luchar ante la atenta mirada de su padre alcohólico contra los tipos más duros del circuito mundial de MMA… en realidad, hace ya muchas escenas que has aceptado la historia de la familia Conlon. Están peleando por dinero, sí; pero también por la rabia que genera su incapacidad para afrontar un drama que es, en realidad, lo único que les une. Una vez hecho el esfuerzo de aceptar el ascenso dramático de la primera parte de la película, solo queda disfrutar del tobogán de golpes, sudor y lágrimas que queda por delante.
Warrior se resuelve de forma bastante previsible, pero antes logra sorprender en muchos aspectos. El final deseado no se convierte, en este caso, en un defecto grosero. Al fin y al cabo, estamos hablando de una película en cuya portada aparecen dos tipos musculosos y cuyo título significa guerrero. Lo mejor que se puede decir de ella es que dejará satisfechos a los que busquen acción y sorprenderá positivamente a los que quieran algo más.
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