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Arte y Letras

Concha Jerez y la medición en tiempos de utopías rotas

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Jorge Luis Borges, en su célebre cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, escribe lo siguiente: «Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres». Así, uno entra a la Galería Freijo como quien penetra en un laberinto borgeano, con la intención de descifrar lo que nos quiere decir Concha Jerez con su exposición Mediciones de tiempos.

No hay ventanas en la galería, así que el espacio puede evocar fácilmente la pérdida de referencia temporal. Esto es probable que le ocurra a aquellos degenerados que como Dostoyevski anden familiarizados con el juego y sus tentáculos; quienes aspiren a una vida más anodina y además rocen la treintena, tal vez el impulso más primario que sientan al perder la medición del tiempo sea el de ponerse a montar muebles, como si fueran perros pavlovianos adiestrados por los CEO’s de Ikea. En efecto, las galerías, los casinos y las tiendas de muebles suecas comparten con el universo metafísico de Leibniz que no tienen ventanas.

La primera pieza que encontramos, Retrato mental de Marcel Duchamp II, es una puerta con cristalera que nos conduce a ninguna parte. Las rayaduras del rotulador indeleble que intervienen la obra parecen los arañazos de alguien intentando escapar, con el mismo éxito que se lograba en las duchas de Auschwitz. La sensación de agobio que transmite esta obra hace que uno se pregunte, ya desde el principio, si este laberinto tendrá salida. Dice Harold Bloom: «Aunque en Borges el laberinto es esencialmente una imagen que funciona como un juego, sus implicaciones son tan sombrías como en Kafka. Si todo el cosmos es un laberinto, entonces la imagen favorita de Borges se vincula a la muerte, o a una visión de la vida que es esencialmente freudiana, el mito de la pulsión de la muerte».

«Que nos roban la memoria», reza la siguiente puerta que lleva a la nada. Así es como se tituló la última gran exposición de la artista. Pero la memoria es acaso lo único que no nos pueden robar. ¡Qué más quisieran Ireneo Funes y Daniel Thorpe! Salvo por la ausencia del guardián (quizá sea Lenin o Zapata, que nos miran de soslayo), uno se siente ante esta obra como el miserable protagonista del cuento Ante la ley de Kafka: la autocensura en los textos de las fotografías es lo que no nos permite pasar.

Al final de la sala nos sorprende un fantasma titulado Recorrido mental a través de Hannover. Este, ahora sí, vigila la pieza aledaña, Unidades de referencia. Un conjunto de seis sillas plegables custodian a su vez seis espejos borgesianos que reflejarán nuestras posaderas al sentarnos. «— Este espejo ha visto algunas cosas extrañas, señor —susurró Poole. —Y seguro que ninguna tan extraña como él mismo», escribía Stevenson (tan querido por Borges) en su Dr. Jekyll y mr. Hyde, compadeciéndose aquí con la obra de Concha Jerez. Las sillas se encuentran colocadas mirando hacia la pared, como queriendo condenarnos al castigo que todos sufrimos alguna vez en la infancia y que nos presentaba por primera vez de una forma absolutamente despiadada la idea de la soledad y la nada.

Concha Jerez Mediciones Tiempos

La nostalgia juega un papel fundamental también en piezas como Ingredientes de menú de día. En ella aparece el logo de la MTV haciendo referencia a los summer hits, transportándonos así a los años noventa. Sin embargo, al estar presentes además algunas de las plataformas digitales desde las que podemos descargar la aplicación, acontece un extraño sincronismo que nos da la sensación de estar habitando dos dimensiones temporales de forma simultánea, como si transitáramos un jardín con senderos que se bifurcan.

Al subir las escaleras y llegar a la planta de arriba encontramos un conjunto de seis celemines, que más bien parecen ataúdes infantiles. El título de la obra, Medida, aparece deletreado en los pequeños féretros, como invocando a Protágoras, pero trocando el hombre como medida de todas las cosas por la muerte.

La bandera de la Unión Europea alojada en una especie de sopera kitsch (Sopa de estrellas), después de pasar por los ataúdes, refleja la decadencia de un proyecto macropolítico que tal vez naciera ya exánime. De hecho, la fotografía vecina lleva por título Residuos de Utopías Rotas y contiene unos marcos desiertos, dentro de los cuales solo encontramos ausencia. Ante el panorama de las utopías truncadas, la exposición concluye a las puertas de una biblioteca que, aunque no forma parte de la obra de Jerez, nos permite concebir una posible escapatoria del laberinto hacia un tipo particular de paraíso. Uno muy adecuado sin duda, si lo que queremos es descifrar las piezas de la artista. Para ello necesitaremos medir bien el escasísimo tiempo que como seres finitos nos es dado y así dedicárselo generosamente a los libros.

Posdata:

Por favor, se ruega encarecidamente a los responsables de la galería que cambien el suelo. Quienes tenemos el mismo en casa y no disponemos de los medios económicos para cambiarlo por otro menos intempestivo, sabemos bien lo que es sufrir en la retina los daños severos del alicatado de baldosas regresivas setenteras.

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