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Arte y Letras

El Capitán Britania de Alan Moore: la obra maestra que oscurece todo lo que la rodea

El cómic británico de los años 80, al menos en su vertiente superhéroica, suele terminar orbitando de manera inevitable en torno a la figura de Alan Moore. El chamán de Northampton, autor de algunas de las obras más míticas de la historia del noveno arte, se convirtió por méritos propios en un referente, en el ejemplo contra el que tenían que medirse los esfuerzos del resto de autores. Y a pesar de que para la historia ha quedado sobre todo su trabajo en V de Vendetta o Watchmen, no menos importante resultó su periodo en el Capitán Britania tras el despido de Dave Thorpe.

Llegar a un cómic en mitad de una saga abierta, con ideas ajenas a las que es necesario plegarse, nunca debió ser algo apetecible para un autor tan personal como Alan Moore. Sin embargo, eso no bastó para evitar su desembarco en el Capitán Britania allá por 1982. Ese mismo año había empezado a trabajar con Marvelman, luego renombrado como Miracleman por problemas legales, y en V de Vendetta, ambas en la mítica revista Warrior. Entre las historias de Michael Moran y las de Brian Braddock pudimos ver la construcción por parte de Alan Moore de un universo propio y una visión personal e intransferible del cómic de superhéroes cuyas ramificaciones siguen, en gran medida, marcando el género a día de hoy.

Llegando con todo empezado

Ya hemos comentado de pasada que Alan Moore llega con un tablero de juego ya presentado por el guionista anterior, Dave Thorpe. Por suerte o por desgracia este apenas había empezado a plantear el inicio de lo que luego se conocería como la saga de Jaspers, dejando que Alan Moore empezara a jugar con toda una panoplia de universos alternativos y de viajes que los conectaron, personajes delirantes y el establecimiento de un omniverso que a día de hoy sigue vigente en la continuidad de Marvel.

Porque ese elemento es básico para entender la importancia de la etapa de Alan Moore en el Capitán Britania: se trata de la única obra del genio inglés que forma parte del canon de la Casa de las ideas. Mientras que en DC tienen La broma asesina, La Cosa del Pantano y algunas historias sueltas de otros personajes, en Marvel solamente cuentan con una veintena de historias cortas de un personaje menor que, además, tardaron mucho tiempo en poder editar por problemas legales. La invasión inglesa fue ciertamente cruel con Marvel.

El Alan Moore de 1982, aunque nos parezca mentira, ya era prácticamente el de las obras que le consagraron como autor. Puede ayudar que su entrada en el mundo de los cómics profesionales se produjese cuando ya tenía un cierto bagaje personal; después de todo, para entonces ya se acercaba a la treintena de años y había podido desarrollar una voz propia. El caso es que Moore ya entendía que el cómic era un medio tan válido como cualquier otro para poder tratar una historia, con el añadido de que el formato le permitía centrarse en argumentos únicos, fantásticos, sin que nadie se sorprendiese lo más mínimo. Deconstruir la figura del superhéroe, meditar sobre el poder absoluto y sobre el mismo tejido del universo es algo que sin duda resulta mucho más natural en el mundo del cómic que en el de la novela, por ejemplo.

De ahí que lo primero que haga en Capitán Britania sea una especie de borrón y cuenta nueva. Apenas en diez páginas asesina al protagonista para en otras ocho reconstruirlo y devolverlo a nuestra Tierra. Es inevitable tener aquí fogonazos de la maravillosa La lección de anatomía de su etapa en La Cosa del Pantano; lo curioso es pensar que esto tuvo lugar algo más de un año antes de su aterrizaje en la serie de DC. Parece claro que la idea de la destrucción y recreación del héroe como punto de partida de su participación en una colección ajena le era muy querida a un Alan Moore que sabía perfectamente que eso le podía servir para reconstruir una historia de la manera que quisiera.

En el caso del Capitán Britania le permite librarse de un plumazo de Jackdaw, el elfo secundario gracioso que le habían encasquetado a Dave Thorpe, y hacer que la historia de Braddock vuelva a su propia Tierra y le permita recuperar a personajes de la continuidad anterior del personaje, sobre todo la figura de su hermana Betsy Braddock (futura mutante conocida como Mariposa Mental, junto a Mente Maestra o el Maestro Asesino). Por si eso fuera poco, ahora todo pasa a centrarse en los efectos en la realidad de los actos del loco Jim Jaspers, un personaje muy menor de la etapa anterior que ya mostraba que ocultaba algo más de lo que parecía.

El efecto de las decisiones de Moore es un reinicio que, sin embargo, mantiene como seña de identidad la construcción de una nueva historia sobre los cimientos del trabajo anterior de Thorpe. El resultado es un extraño monstruo de Frankenstein que tarda un poco en coger velocidad, pero que termina resultando enormemente satisfactorio cuando por fin el guionista consigue liberarse de sus ataduras previas y llevar la historia a su terreno favorito: el lugar en el que los héroes son más grandes que el universo que habitan.

Una saga apocalíptica para dar nombre al Universo Marvel

Un aspecto poco reivindicado de la etapa de Alan Moore en el Capitán Britania es que a ella le debemos la denominación oficial de la tierra Marvel en el Omniverso. En un universo de tierras paralelas aparentemente imposibles entre las que viajar, nosotros nos encontramos leyendo los sucesos de la número 616. A día de hoy no sabemos quién eligió la denominación: la familia política de Alan Moore (su yerno John Reppion para ser exactos) insiste en que lo eligió el autor de Northampton y fue un número al azar; Alan Davis sigue diciendo que ya venía de Dave Thorpe y que era un juego con el número del demonio, el 666, porque a Thorpe no le gustaba demasiado el género de superhéroes.

Sea como sea, con Moore llegaron definitivamente las historias del omniverso a Marvel. Y lo hicieron mientras DC ya se planteaba seriamente acabar con su propio multiverso mediante Crisis en Tierras Infinitas, la mítica maxiserie de Marv Wolfman y George Perez. En realidad, no es difícil encontrar en las ideas de Moore una reivindicación de los múltiples universos, muy lejana a la idea contemporánea de que había que acabar con ellos. Cuando en Justicia severa decidió que Brian Braddock era el Capitán Britania de la Tierra-616 ya nos había presentado al Capitán Inglaterra, a la Capitana Albión y hasta a Linda McQuillan, la Capitana Reino Unido de la Tierra 238, aquella en la que había acabado el Capitán Britania al inicio de la etapa de Dave Thorpe.

La idea de un ejército de capitanes britania de diferentes Tierras, capaces de unirse si es necesario, nos lleva sin duda a acordarnos de las ocasiones en que esa misma idea ha sido desarrollada en las diferentes sagas de Linterna Verde. Y es que, al igual que pasa con el héroe de DC, aquí también tenemos el concepto de una fuerza de superhéroes con los mismos poderes, pero personalidades muy diferentes, que son capaces de unirse para luchar por el bien común. Merece la pena recordar que una de las historias cortas más celebradas de Alan Moore en su periodo ochentero de DC no fue otra que su creación de Mogo, el planeta viviente, en 1985, precisamente en las páginas de Linterna Verde. Una muestra más de que las historias cósmicas son básicas para acercarse a la obra del autor.

Es verdad que las referencias a la existencia del omniverso en Marvel se han limitado mayormente a las historias más relacionadas con el Capitán Britania y los grupos que le rodean, con Excalibur a la cabeza; pero no es menos cierto que en el imaginario colectivo del aficionado la consciencia de que estamos leyendo las historias de una Tierra particular dentro de un casi infinito número de ellas está muy presente. Aquí Alan Moore triunfó entre el público mucho más que entre el resto de autores.

De cameos, universos compartidos y otros líos en el espacio y el tiempo

Gracias al Doctor Who sabemos que el espacio y el tiempo son relativos para el mundo cultural británico. Ese conocimiento, además, puede aparecer en el momento más inesperado gracias, entre otras cosas, a que es raro el autor de las islas que no ha pasado en algún momento por un título dedicado al gran icono de la ciencia ficción del Reino Unido. Alan Moore, claro está, no es ninguna excepción, y también firmó algunas historias para el Doctor Who Magazine. Estaba claro que no iba a dejar pasar la oportunidad de jugar un poco con el universo Marvel y hacer que el del Doctor Who estuviese a la vuelta de la esquina; claro que no.

Esto lo logró al incluir en sus historias a la Ejecutiva Especial. Este variopinto grupo de superseres había aparecido en sus guiones para el Doctor Who Magazine, pero cuando dejó de trabajar para la publicación decidió que no había terminado con ellos. En un giro inesperado, son ellos los encargados de transportar entre dimensiones al Capitán Britania, lo que sitúa al universo Marvel en la continuidad del Doctor Who. En realidad, y por desgracia, los autores se dieron cuenta de los posibles problemas que podía haber hace tiempo y decidieron que el Doctor Who corriese sus propias aventuras en la Tierra 5556. Esto puede explicarse porque la Ejecutiva Especial salta entre dimensiones además de en el tiempo.

No menos curiosas son las referencias a su trabajo en Marvelman, con la aparición del personaje en dos ocasiones diferentes. En la primera, en El cementerio, podemos ver cómo entre las tumbas de los caídos luchando contra La Furia se encuentra la de Miracleman; fue la primera vez que se le dio ese nombre al personaje. En la segunda podemos ver brevemente al mismo personaje cayendo en la lucha contra el cazador de superhéroes, en Justicia severa. Además, es necesario señalar que Marvelman estaba siendo publicada en la revista Warrior y que en ella coincidieron Alan Davis y Alan Moore como autores. La pareja no duró tanto en esta publicación como con el Capitán Britania, y no acabarían su trabajo muy contentos el uno con el otro. Esto terminaría explotando con el tema de los derechos sobre su obra por parte de Marvel, pero durante un corto periodo de tiempo puede que fuesen uno de los mejores dúos creativos de todo el mundo del cómic.

Las referencias no se quedan ahí, sino que alcanzan también al ayudante de Marvelman: Young Marvelman aparece como el esposo de Linda McQuillan, la Capitana Reino Unido, bajo el nombre de Rick (referencia a su identidad como Dickie Dauntless). Lo más importante de estas dos apariciones seguramente sea la de establecer el nombre de Miracleman como la identidad bajo la que esconder a Marvelman en el futuro, algo que tendría que usarse muchas veces debido a los problemas legales del personaje.

El gusto de Alan Moore para juguetear con los cameos, las apariciones de personajes de otras colecciones y la creación de un nuevo universo compartido, por su parte, no deberían sorprender a ningún lector de su obra, sobre todo a los que se hayan enfrentado a ese monumento a las referencias cruzadas que es La liga de los hombres extraordinarios. Esto explica, sin ninguna duda, que en el poco tiempo que tuvo para trabajar dentro de la continuidad de Marvel, Moore tuviese la oportunidad de establecer relaciones entre el universo de la compañía americana, el del Doctor Who y, de regalo, con el que daba cobijo a las aventuras de Marvelman bajo el apelativo de Miracleman. Alan Moore nunca defrauda.

De villanos por encima de héroes

Un tópico en la historia como autor de Alan Moore es que sus villanos ganan importancia con respecto a los héroes. El Dr. Manhattan en Watchmen, el Joker de La broma asesina, el Kid Marvelman de Marvelman/Miracleman… y por supuesto el dúo de villanos del Capitán Britania: Jim Jaspers y La Furia.

Jim Jaspers es, oficialmente, el villano de toda la saga. Un demente mutante que se convierte en parlamentario y lucha para que los superhéroes sean prohibidos en el Reino Unido. Su primera versión apareció en la saga de Dave Thorpe, encargado de destruir la Tierra 238. La versión de la Tierra 616 es, sin embargo, aún más poderosa y peligrosa: capaz de acabar con toda la existencia si es necesario. Su poder es ni más ni menos que el de manipular la realidad, una idea muy habitual en Alan Moore y que realmente puede prepararnos para sus reflexiones en torno al Doctor Manhattan.

Otro apunte interesante es que el momento en el que el Capitán Britania llega al número 10 de Downing Street, residencia oficial del primer ministro británico, para enfrentarse a Jim Jaspers puede verse como un preludio de lo que le pasará a Batman en La broma asesina cuando acude a enfrentarse al Joker en el abandonado parque de atracciones. Ese mundo incomprensible para el personaje principal en el que el enemigo le ha preparado una trampa aparentemente invencible es, ciertamente, algo habitual en Moore. Aquí, no obstante, hay que subrayar que la resolución del escenario por parte del autor de Northampton es excelente, con la presencia como invitado del otro villano: La Furia.

La Furia es una creación mayúscula de Moore, una idea que resulta tan sencilla y un diseño tan peculiar que, en manos de casi cualquier otro guionista, podría haber sido un desastre; en las suyas termina siendo un acierto pleno. En esencia, La Furia se trata de lo que llaman un cibiote, «una amalgama imparable de carne y metal». En realidad, es una fuerza de la naturaleza capaz de atravesar dimensiones para acabar con sus objetivos, para el que no existen más que la destrucción y el cumplimiento de las órdenes recibidas.

A pesar de ello, todo eso es poco original y el personaje podría haber pasado desapercibido si no fuese porque Moore se alía con Alan Davis para que el personaje funcione. No es solo que los escasos momentos en los que entramos en su mente estén prodigiosamente escritos, sino que las escenas de acción en las que participa se convierten en auténticos prodigios bajo la pluma de Davis. Destaca sobre todo su trabajo en el episodio Pero nunca mueren de verdad, una auténtica obra maestra que muestra cómo un enfrentamiento puede soportar perfectamente la trama de un cómic en las manos adecuadas.

Dedicar unas líneas también a la recuperación del Maestro Asesino, al que Alan Moore le da una dimensión y una importancia que se reutilizarán tras su partida, pero al que no deja de tratar como un personaje episódico. También Lord Mandragon, al que solamente le resta interés su presencia en los primeros tramos de la historia, para luego desaparecer. Por último, subrayar el regreso de La Banda Loca, que ya habíamos conocido de la mano de Dave Thorpe y que además llegarán a estar presentes incluso en Excalibur.

Secundarios y semillas de historias

Junto a los villanos, otro aspecto importante de la etapa de Moore es la creación y desarrollo de un buen grupo de secundarios que ayudan a que la historia siga adelante. Así, tenemos un plantel que incluye a Betsy Braddock, Mente Maestra, la Ejecutiva Especial, la Capitana Reino Unido, Saturnina, Merlín o Roma. Todos ellos ganan o pierden importancia según avanza la trama, ayudando a una historia en la que quien se ve desdibujado es, curiosamente, el propio protagonista, un Brian Braddock que se convierte en poco más que una cáscara.

Decía en una entrevista Dave Thorpe que Alan Davis había acabado en malos términos con Moore porque, precisamente, este había tratado al Capitán Britania como un mero saco de boxeo. La excusa que daba el propio Thorpe es que su personaje era bidimensional, lo que seguramente acabara con el interés del genio de Northampton, pero hay que tener en cuenta que si Alan Moore hubiese querido cambiar al personaje es desde luego le hubiesen dejado hacerlo, visto todo lo que cambió la serie tras su llegada. Es más fácil pensar que Alan Moore tiene a veces algunos problemas con sus protagonistas, a los que tiende a usar como vehículos para contar una historia en lugar de convertirlos en el motor de la misma.

Para compensar esto, Moore, seguramente apoyado por la presencia de un Alan Davis convertido en el corazón del Capitán Britania, se encargó de ir plantando semillas de historias futuras. Entre ellas destaca sobre todo la presentación de Meggan y la capacidad de sus guiones para no cerrar todos los sucesos, dejando cabos sueltos que no molestan en la lectura y que, en cambio, abrieron posibilidades a aquellos que llegaron detrás de él.

Sí que merece la pena subrayar ahora la trascendencia de la Capitana Reino Unido, a la que da la impresión que Alan Moore quería dar más importancia de la que finalmente tuvo en la historia global. No solamente es clave en el final de la saga, sino que aparenta que pudiese formar parte del proceso que Alan Moore podía tener en mente para convertir al Capitán Britania en algo parecido a un nuevo Capitán Marvel (el de DC, ahora conocido como Shazaam) o un Marvelman. Crear una nueva familia con la base en el Capitán Britania y la Capitana Reino Unido podía haber sido una idea maravillosa, recordando la Edad de oro de los cómics. Pero Alan Davis, que sería el elemento unificador del Capitán Britania, tenía otras ideas.

Un clásico de dos grandes autores

Acercarse a estas alturas al Capitán Britania de Alan Moore y Alan Davis no deja de tener un elemento de nostalgia; de recuerdo de un cómic de superhéroes diferente, en el que las ideas eran básicas y todo podía pasar en un abrir y cerrar de ojos. En Conversando a la luz de una vela, una de las mejores historias de toda la etapa, bastan solo ocho números para situarnos en un Reino Unido distópico, con campos de concentración y un Capitán Britania convertido en una leyenda, un mito que se susurra entre los capturados. Algo muy lejos de la descompresión narrativa que vivimos hoy en día.

Porque, al igual que ya pasaba con la época anterior de Dave Thorpe, a Alan Moore no le sobraban las páginas sino las ideas. Contar una saga cósmica de ramificaciones casi infinitas en las pocas páginas con las que contaba el inglés es una muestra de creatividad inusitada y de la evidencia de que Alan Davis ya podía contarse entonces entre la élite absoluta de los dibujantes de cómics de superhéroes. Al fin y al cabo, era capaz de narrar sin problemas lo que Alan Moore le enviaba.

El único aspecto que debemos colocar en el debe de la saga son los ocasionales momentos en los que a Alan Moore le puede su particular verborrea a la hora de narrar. Siempre ha sido ese el único punto débil en el repertorio de Moore, que en ocasiones parece demasiado enamorado de su prosa y la sitúa por encima del conjunto de la obra, haciendo que la lectura del cómic se haga menos orgánica, obligándonos a leer antes de mirar. En esta ocasión, por suerte, no es nada grave, seguramente gracias a la creciente familiaridad que tenía con el trabajo de Alan Davis, en el que parece claro que confiaba ciegamente a la hora de llevar al dibujo lo que su mente había ideado.

La etapa de Alan Moore en el Capitán Britania no ha alcanzado los niveles de fama de su obra contemporánea en Miracleman, pero eso seguramente se debe a que durante mucho tiempo fue una gran desconocida por el público. Estuvo mucho tiempo sin editar en los Estados Unidos o en nuestro país mientras los aficionados seguían hablando de la mítica edición de Eclipse de Miracleman o, en el caso de nuestro mercado, la que hizo Fórum a principios de los noventa.

Esto nos debe ayudar a reflexionar, una vez más, sobre las grandes obras que pasan por debajo de nuestro radar en el momento de su publicación. En el caso del Capitán Britania los problemas fueron mayormente legales, porque de hecho el personaje pasaría a estar en primera línea en la colección de Excalibur, una de las mejores que salió de los títulos de los mutantes en los años ochenta: Sin embargo, durante muchos años la etapa de Alan Moore permaneció oculta, como una suerte de leyenda urbana de muchos lectores. Afortunadamente, es algo que finalmente se ha ido reparando con el paso del tiempo. Tenemos suerte de ello.

Ismael Rodríguez Gómez
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