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El cine como transmisor de ideología (IV): Japón y la necesidad de recuperar el orgullo en Shin Godzilla

El cine como transmisor de ideas suele tener mucha fuerza en los países en los que el mercado interior es muy fuerte y los modelos americanos pueden copiarse de manera poco disimulada. Pasa en Turquía, en China o en Corea. En Japón se añade un nuevo componente: una cinematografía particularmente rica y prestigiosa, con un envidiable equilibrio entre el cine popular y el que podríamos calificar de autor. Un cine que puede permitirse recuperar un icono de la cultura pop creado en 1954 y que ya hace acto de presencia en su trigésimo primera película. Godzilla, ciertamente, parece inmortal.

Ya hemos hablado con anterioridad de los inicios de Godzilla, relacionándolos con su rápido cruce con el mismísimo King Kong. Lo cierto es que el señor de los kaijus, archifamosos monstruos gigantes japoneses, es una de esas figuras culturales cuya capacidad para fascinarnos resulta casi incomprensible. A saber: la mayoría de sus películas terminan siendo farsas bastante aburridas con tipos disfrazados con trajes más o menos creativos y que se pegan entre ellos; las dos versiones americanas han sido decepcionantes (sobre todo la primera, un engendro de Roland Emmerich que funciona mejor como comedia que como cualquier otra cosa); y, sin embargo, es difícil escaparse al encanto del lagarto gigante con aliento nuclear más cinematográfico del mundo.

Dejando de lado el aspecto festivo y lúdico de sus películas, que es importante, lo cierto es que Godzilla tiene el mérito de haber nacido como la expresión corpórea del terror japonés a la bomba atómica y sus  diversas repercusiones. Esa lectura del monstruo gigante como personificación de un terror casi atávico le ha dado sus mejores momentos, consiguiendo que trascienda la comedia involuntaria. Sus mejores cintas puedan entenderse como ejercicios catárquicos de una sociedad ciertamente traumatizada. Godzilla, como fuerza de la naturaleza, puede servirnos para hablar del peligro atómico, de Fukushima, de los tornados, los terremotos y de todo lo que queramos. Ya lo entendieron así los creadores del legendario videojuego SimCity cuando, en 1989, incluyeron como uno de los posibles desastres naturales la aparición de un monstruo peligrosamente semejante al auténtico Rey de los monstruos.

Lo normal, entonces, sería esperar que toda presencia de Godzilla terminará por caer en uno de los lados naturales de la balanza que parece definirle: o bien el monstruo será una metáfora de un desastre para Japón, o bien reconoceremos una de sus apariciones más lúdicas, enfrentándose a otros monstruos en un trasunto de WWE con disfraces incómodos. No obstante, quedarnos en esas dos lecturas nos impediría fijarnos en que, tan importante como la presencia del desastre, es la visión que nos dan sus películas de los medios con los que los japoneses pueden enfrentarse a la llegada del monstruo.

Japón fue uno de los países que más cambios sufrió tras el final de la Segunda Guerra Mundial: se quedó sin su imperio fuera de las islas, su ejército se desmontó y se puso fin al sintoísmo estatal. Esto hizo que el archipiélago necesitase generar una nueva cultura basada en el pacifismo y la incapacidad de actuar en el exterior, dadas las exigencias de los vencedores de la guerra (sobre todo de los Estados Unidos) en la escritura de la nueva Constitución del país. Japón pasó a ser una nación muy distinta a la que había sido antes de la Segunda Guerra Mundial y que, a su vez, no tenía nada que ver con el país que era apenas un siglo antes, antes de la Restauración Meiji.

Cuando se estrenó Shin Godzilla (id., 2016) ya habían pasado setenta y un años desde el final del conflicto y la rendición de Japón. A pesar de ello, las heridas de aquellos sucesos en la sociedad japonesa todavía están lejos de cicatrizar. Todos ellos parecen asomar a lo largo de la cinta de manera más o menos explícita.

El ejército como icono a recuperar

Vamos a empezar nuestro repaso por uno de los elementos más polémicos de la cinta: su tratamiento del ejército japonés. La historia militar de Japón desde la Segunda Guerra Mundial es ciertamente curiosa, cuando no contradictoria o incoherente. Por razones evidentes, el país fue desarmado tras su actuación durante el conflicto, pero la necesidad de los Estados Unidos de tener un fuerte aliado en la zona frente a la Unión Soviética hizo que Japón pronto se empezase a saltar las normas de su propia Constitución. Esta, promulgada en 1947, expresaba una renuncia explícita a la guerra para resolver cualquier conflicto y prohibía también el mantenimiento de fuerzas de tierra, mar o aire, así como cualquier otro material potencialmente bélico. Pronto se vio que esto no le venía bien a nadie, y a mediados de 1952 Japón ya contaba con el embrión de una armada creado a partir de la Reserva Nacional de Policía con unos ciento diez mil hombres.

A partir de entonces la historia de Japón parece haberse dirigido de manera lenta pero segura hacia la recuperación de un ejército del que volver a sentirse orgullosos. La constitución vigente en el país sigue siendo la misma, pero a pesar de eso el ejército japonés, llamado oficialmente las Fuerzas de Autodefensa de Japón, está considerado el cuarto ejército del mundo en potencia militar y cuenta con el octavo presupuesto más alto del mundo. Todo eso mientras su constitución indica, recordemos, que no puede mantener fuerzas de tierra, mar o aire. No es extraño entonces que el PLD, el Partido Liberal Democrático, lleve desde 2005 tratando de cambiar la constitución japonesa para liberar definitivamente al ejército japonés. De momento solamente ha conseguido que se acepte que puede actuar en el extranjero si se lo solicitan sus aliados o si hay nacionales japoneses en peligro, pero a pesar de la oposición de gran parte de la población japonesa todo parece indicar que más tarde o más temprano esas limitaciones acabarán desapareciendo.

En la saga de Godzilla, las Fuerzas de Autodefensa de Japón siempre han tenido un papel protagonista. A menudo las películas exponen la necesidad del país de tener un ejército más poderoso, para poder enfrentarse a los problemas causados por los diferentes monstruos que asaltan Japón. El razonamiento alcanza niveles más preocupantes en Shin Godzilla debido a la mera construcción de la cinta, que busca crear una apariencia de veracidad en su desarrollo, con múltiples personajes que son claramente identificados con su nombre y cargo, para no volver a aparecer en el resto del metraje.

La película parece convertirse en un laberinto zigzagueante de nombres y títulos que cuesta recordar e incluso leer, que aturullan al espectador y le crean la sensación de una burocracia innecesaria que frena cualquier intento de los héroes por acabar con los problemas de Japón. Al final la única respuesta válida, quienes van a ponerlo todo sobre la mesa y jugarse el pellejo por el país son las Fuerzas de Autodefensa de Japón. De hecho, de manera casi explícita se deja claro que la mayor problema de las tropas es la falta de material y de apoyo, por lo que se ven obligadas a depender de las ayudas del ejército norteamericano, algo que prácticamente ofende a los protagonistas.

Llegados a este punto, se podría decir que, al final de la historia, las Fuerzas de Autodefensa no salvan el día; la solución llega a través de las investigaciones de los científicos reunidos por Rando Yaguchi. Sin embargo, lo cierto es que, frente a los problemas y las trabas burocráticas que afrontan, los militares nunca parecen dudar de los protagonistas de la historia. Todo lo que estos piden es concedido, nunca parece haber ningún tipo de problema. Los militares japoneses son héroes al mismo nivel que el resto de funcionarios que dan su vida por salvar a sus conciudadanos, algo que no deja de resultarnos chocante. Tradicionalmente, en Europa y EEUU se tiene una connotación negativa del ejército y sus tejemanejes, conspiraciones del Pentágono incluidas.

El mensaje de Shin Godzilla viene a ser que Japón necesita tener un ejército fuerte para poder defenderse de las amenazas que sufre, ya sean externas o internas. No es casualidad que, en un momento dado, el país se decida a dar la espalda a la comunidad internacional para centrarse en su propio plan, algo que las fuerzas de los Estados Unidos están dispuestas a apoyar. La idea viene a ser que todo el mundo quiere que Japón recupere su antiguo poderío; no hay que tener miedo a sentirse solo, porque a la hora de la verdad la gente responderá. Ya sean los científicos alemanes, el embajador francés o el ejército estadounidense. Todos serán felices con un Japón en plena forma.

Un mensaje semejante puede considerarse inofensivo, y así sería en muchos otros países, pero la historia de Japón hace que todo parezca un poco peligroso. Las fuerzas militares japonesas cometieron todo tipo de atrocidades en el periodo colonial, a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX; una serie de actos por los que Japón todavía tiene problemas en pedir disculpas. El nacionalismo exaltado del pueblo nipón, unido a un ejército poderoso no deja de prometer peligros futuros. Tengamos en cuenta que, a día de hoy, tanto Japón como Corea del Sur siguen teniendo agrias discusiones territoriales, mientras las dos siguen bajo la supervisión de los Estados Unidos. Asusta pensar lo que podría pasar si se liberasen de esa figura superior y tuviesen, ambos, acceso a un ejército completamente operativo.

Japón como lugar excepcional de gente excepcional

Otro aspecto notable de Shin Godzilla es la idea de la excepcionalidad japonesa. Cuando empiezan los problemas con el monstruo, todo parece ir mal porque la burocracia se entromete. Reunión tras reunión, nadie parece capaz de tomar una decisión firme. Siempre se exige más información, siempre se duda. Hace falta que aparezca un grupo de personas capaces de pensar por sí mismas y tomar las decisiones necesarias sin dudar. Y sobre todo hace falta un líder casi ungido por la divinidad.

El protagonista, Rando Yaguchi, es un héroe que seguramente solo pueda existir en una cultura como Japón. No tiene ningún valor especial más allá de creerse capaz de llevar adelante la lucha contra el monstruo. Su único merito es atreverse a decir públicamente que la amenaza podría ser un ser submarino desconocido ante el gabinete de gobierno. Una vez se constata que la amenaza es real, se le nombra jefe de un proyecto especial en el que su única labor viene a ser dormir poco, cambiarse de camisa en la oficina y aparentar tener mucha convicción.

Se llega al punto de que la selección de los miembros del equipo especial es realizada por otra persona. En un giro realmente divertido, resulta que Yaguchi pide a su colaborador que le busque a gente diferente, especial, alejada de los cauces más oficiales y tradicionales. Esto, que no suena mal, tampoco es muy original; lo extraño es que se lo pide al vicepresidente del primer partido de la nación. Esta extraña contradicción no se trata durante la película, que parece dar por sentado que el espectador asumirá como  algo normal que, cuando uno quiere conseguir a un grupo de científicos y expertos, lo normal es acudir a la segunda autoridad del partido político más importante del país. Seguramente será un faro de independencia.

Esta mezcla de personas supuestamente creativas e independientes se pondrán, de una manera absoluta, al servicio del protagonista. En todo momento se remarca que trabajan juntos en pos de un único objetivo, que todo sacrificio es poco y que lo realizan de manera voluntaria, encantados de la vida porque es lo que hay que hacer por Japón. Vamos, que está bien ser un librepensador, pero cuando llega la hora de la verdad tienes que dejarlo todo de lado y dar tu existencia por tu país, que es lo que importa.

No hay en la película ni un cargo oficial corrupto ni nada que se le parezca. El Primer Ministro parará el primer ataque contra Godzilla cuando se da cuenta de que dos personas siguen en la zona. Desde el primer soldado que los ve hasta el primer ministro, observamos a todo el escalafón militar y burocrático del país, todos ellos aterrados y dispuestos a lo que sea por tratar de salvar la vida de esos civiles. Nada que ver con la habitual crítica del cine estadounidense a unos mandos que entienden que la vida de los civiles está por debajo de la eficiencia militar. En Japón todo el mundo es bueno, viene a decir la película; cada vida es valiosa y el ejército nunca estaría dispuesto a arriesgar ninguna.

Mención aparte merece el personaje más ridículo de la toda la cinta. Kayoco Anne Patterson es la enviada especial a Japón del presidente de los Estados Unidos. Es una atractiva joven de descendencia japonesa que ronda la treintena y que se supone que debe hacer de contrapunto de Rando Yaguchi. Es particularmente risible el momento en el que, tras su presentación, se habla de ella y de lo joven que es, señalando que en los Estados Unidos se valora el rendimiento por encima de la edad y que, por cierto, es hija del senador Patterson, un político americano de gran poder e influencia. Es la extraña idea de la valoración de las personas en Shin Godzilla, equivalente a decir que el futuro emperador es muy joven, pero que se valora el rendimiento por encima de la edad. Aparte de eso, es hijo del actual emperador.

Kayoco Anne Patterson tiene, además, trascendencia, al poner en contacto a la película y sus espectadores con la visión que desde el exterior tienen los japoneses de segunda y tercera generación. No parará de hablar de que Japón es el país de su abuela y estará dispuesta a jugarse su carrera política por él; incluso dice que quiere ser presidenta de los EEUU antes de los cuarenta años para evitar que se vuelva a lanzar una bomba nuclear sobre el país. La sangre japonesa es densa y poderosa, viene a decir la película, y ningún descendiente de japoneses olvidará nunca su herencia. Cueste lo que cueste.

Toda la película construye sus personajes así, en torno a unos valores claros. La obediencia, la fidelidad al país y el servicio al mismo. Rando Yaguchi, del que en otro momento hilarante se dice que es alguien fuera de la burocracia pese a que es subsecretario del gabinete del Primer Ministro, viene a ser la imagen idealizada del líder japonés. No tiene que ser capaz, habilidoso, ni siquiera necesita dar grandes discursos; solamente debe mostrar una aparente confianza de hierro y tener el gesto adusto. Cuando descubrimos que seguramente acabe siendo el Primer Ministro de Japón no podemos sino temernos lo que pueda pasar en el futuro, cuando se establezca como un nuevo emperador al que su pueblo podrá seguir con una confianza ciega.

Discurso para el Japón conservador con monstruo de fondo

No es ninguna sorpresa que el Primer Ministro japonés, Shinzo Abe, dijera maravillas de la película, subrayando que el éxito de la serie de películas de Godzilla se soporta en gran parte en el apoyo incondicional del público a las Fuerzas de Autodefensa de Japón. Abe es un ultranacionalista miembro de la Nippon Kaigi, una organización japonesa que busca recuperar el orgullo nacional, reescribir la historia defendiendo que el Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente fue ilegítimo o que el gobierno no tuvo nada que ver con las mujeres de consuelo durante la guerra: También aspira a recuperar el sintoísmo estatal y luchar contra el feminismo o los derechos LGBTI y modificar la Constitución japonesa para que el país pueda volver a tener un ejército de verdad. Y todo ello con uno de sus principales asesores en el cargo de Primer Ministro.

Shin Godzilla apela desde el principio a ese público conservador que sueña con el nuevo Japón liderado por un hombre fuerte, que se enfrente al resto de las potencias y les coloque en el lugar que merecen. Ese mismo Japón que tiene a los criminales de guerra en el santuario Yakusuni y les rinde veneración. Y todo ello con Godzilla al fondo, para que también aquellos que simplemente quieren disfrutar de las correrías del lagarto gigante más carismático del cine tengan que toparse con la propaganda ideológica de la extrema derecha del país.

Shin Godzilla fue la segunda película más taquillera en Japón del año 2016, la primera en acción real tras esa locura recaudatoria que fue Your Name (Kimi no Na wa, 2016). Nunca verá una continuación directa debido a los extraños tratos de la Toho con la Warner Bros y sus películas sobre Godzilla en occidente, pero eso no rebaja el tremendo impacto cultural que tuvo en su país de origen.

La cinta, sin embargo, no merecía seguramente la acogida que tuvo entre crítica y público, que en general la acogieron muy bien. Se trata de una película lenta, cuyo pulso narrativo a menudo se pierde en los títulos de personajes que nunca nos van a interesar, y con una resolución final falta de la espectacularidad que uno demanda a una película como esta. A su favor, hay que situar las escenas en las que Godzilla destruye Tokio en la parte central de la cinta, cuando la magnificencia del kaiju se muestra en su esplendor y nos alejamos de su desafortunado primer diseño, con unos ojos saltones que hacen que parezca un peluche viejo y algo maltratado en lugar de un terrible monstruo.

En esos escasos momentos en los que Godzilla muestra el poder destructivo de su aliento nuclear, cuando aplasta edificios a su paso y destroza tanques, aviones y todo lo que se le ponga por delante, podemos disfrutar de una película de monstruos gigantes con un cierto gusto poético en sus imágenes y algunas ideas tan descabelladas que resultan divertidas. Anotemos para la historia del monstruo el momento en el que lanza rayos teledirigidos por las espinas de su espalda o el ataque doble que consigue cuando proyecta su mortífero poder desde la boca y la punta de su cola simultáneamente, cortando edificios por la mitad y causando una destrucción absoluta.

Es una pena que para poder disfrutar de esos minutos de locura kaiju y destrucción bienintencionada tengamos que pasar por medio de todo un discurso de la excepcionalidad y la fuerza de Japón, de su necesidad de librarse de la influencia estadounidense y de contar con hombres fuertes. Ahora que en Europa estamos enfrentándonos al resurgir de la extrema derecha y sus planteamientos, tal vez fuese buena idea fijarnos en Japón para ver en qué se equivocaron ellos para que tras menos de un siglo, gran parte de su población parezca haber olvidado los motivos que llevaron al país nipón a entregarse a una guerra de conquista llena de atentados contra los derechos humanos hasta el punto de poder colocar en el puesto de primer ministro a alguien como Shinzo Abe. Aprender del pasado es tan importante como hacerlo del presente y tal vez en Japón podamos encontrar claves para evitar nuestro propio descenso a  los infiernos de una política que olvida los errores cometidos y está dispuesta a reincidir en ellos.

Ismael Rodríguez Gómez
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6 comentarios

  1. Ponle a una película un filtro gris y hazla muy seria y aburrida y ya es obra maestra, olvidandote incluso del mensaje de ultraderecha. Las pelis de godzilla haciendo poses y el pinopuente eran mucho mejores.

    1. Artículo que destila profundidad analítica, capacidad de síntesis y buena redacción.
      Encontré también muy gracioso en S.Gojira lo respetuosos que fueron los distintos actores políticos con el vacío de poder tras la muerte de la cúpula gobernante.
      No pude evitar conmoverme con el presidente observando impotente como EEUU bombardea de nuevo Japón, de manera unilateral e impuesta.
      La cinta es muy propagandística, con poca sutileza van desfilando los distintos juguetes bélicos nipones con nombre/modelo mostrado en pantalla.
      Política aparte, destaco la escena tras conseguir (los americanos) hacer sangrar al monstruo: destrucción operística por fuego nuclear/láser.
      Al autor de este magnífico artículo, imagine cuando se combinan en la mente colectiva de una generación entera mensajes propagandísticos como el tratado aquí junto con el militarismo, sacrificio de la vida, etc de Shingeki no Kyojin.

  2. Malditos japoneses con su afán de quererse a sí mismos.
    Deberían tomar nota de sus superiores europeos y darse cuenta de que lo digno, lo intelectual, lo necesario es desear la autodestrucción y buscarla a cada momento. Qué estúpidos se sentirán dentro de 100 años cuando sigan existiendo.

    1. Y de querer las bragas de otros eh eso tb. Eternidad garantizada. Desde luego que con tantas formas creativas de masturbarse se quieren a si mismos.

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