El unicornio de Gabella y Jean, un viaje a la otra Europa del Renacimiento
Pocas épocas históricas han conseguido tener una denominación tan llena de ideas y plena de poder imaginativo como el Renacimiento. Podríamos haberla denominado un neoclasicismo, posiblemente, pero entonces habría quedado convertido en un eterno retorno al pasado; sin embargo, decidimos que debía ser una vuelta a la luz, un volver a nacer tras la oscuridad de la Edad Media. Por supuesto poco importa al común de los mortales que los años nos hayan ido descubriendo que todo eso no son más que mentiras y medias verdades que respondían al desconocimiento de los avances y los logros llevados a cabo en una importante parte de la historia del ser humano como fue el medievo. El Renacimiento siempre será para casi todos una época incomparable, llena de genios y en la que todo debía de parecer posible.
Esas consideraciones, esa visión idealizada del pasado, tienen su importancia a la hora de acercarse a una obra como El unicornio, un cómic en el que nuestro pasado y la fantasía se dan la mano para construir un Renacimiento que pudo ser pero no fue, en el que la medicina convierte Europa en el campo de batalla entre dos bandos por el control del cuerpo humano. Lejos de irse hacia una narrativa más naturalista y pasearse por las discusiones entre los diferentes anatomistas del momento, lo que podría dar para un cómic fantástico por si alguien quiere tomar nota, los autores deciden que lo suyo es traernos una obra llena de acción y emoción que pone a prueba nuestra capacidad para suspender la incredulidad.
Un paseo por las ideas y los personajes renacentistas
Uno de los principales personajes de El unicornio no es otro que Andrés Vesalio, uno de los más importantes anatomistas del siglo XVI, médico de confianza del emperador Carlos V y su hijo Felipe II, que llegó a elevarlo a la nobleza. A su mano le debemos el tratado anatómico y médico más relevante del siglo, De humani corporis fabrica. Este estudio minucioso del cuerpo humano hizo que se tuviese que enfrentar a las ideas establecidas de gran parte de la comunidad médica, que entendía como poco menos que una herejía el que fuese en contra de algunas ideas mantenidas desde tiempos de Galeno.
Fruto de esa discusión tuvo lugar un artículo firmado por otro de los personajes que asoman por entre las páginas del cómic. Jacques Dubois, también llamado Jacobus Sylvius, uno de los más influyentes especialistas de la época. El francés llegó a afirmar que el cuerpo humano había cambiado desde los tiempos de Galeno; aquella fue la única manera que encontró de mantener la infalibilidad del más famoso de los médicos ante los nuevos descubrimientos de Vesalio.
De esa anécdota parece haber nacido la obra firmada por Mathieu Gabella, un estudio de la confrontación entre la tradición y lo nuevo, lo clásico y lo moderno, en lucha por la realidad. De hecho, es más que probable que la idea original de Gabella fuera tratar de llevar a lo textual lo expresado por Sylvius y ver qué pasaba entonces. Para ello decidió que además necesitaba más personajes históricos a los que ir introduciendo en su fantasía.
Entre los menores nos encontramos con un trío de los principales científicos y anatomistas de la época. Apenas veremos mentado a Conrad Gessner, uno de los primeros y más importantes botánicos y zoólogos de la historia europea, cuya muerte en 1565 fue debida de todos modos a una plaga mucho menos divertida de lo que plantea el cómic. Poco conocido es también Johann Dryander, un importante médico alemán que destaca sobre todo por haber publicado uno de los primeros manuales médicos modernos que incluía grabados. Fracastor también planea sobre la historia, un italiano que defendía la existencia de pequeños átomos que se podían transmitir por la ropa o el aire y llevar con ellos las enfermedades Además de eso, le debemos también la primera descripción del tifus y el nombre de sífilis.
Sin embargo, al final el protagonismo histórico está reservado a un trío de grandes nombres. No es raro que el primero y principal, el protagonista de la historia, sea un francés llamado Ambroise Paré. Se trató de uno de los más importantes médicos del siglo XVI. Posiblemente fuese hugonote, lo que no impidió que acabara sirviendo a cuatro monarcas franceses y se salvara de la matanza de San Bartolomé gracias a la protección de Carlos IX. En el terreno médico realizó grandes avances en el tratamiento de amputaciones, la extracción de balas en el campo de batalla, el tratamiento de heridas de guerra y la obstetricia. Fue reconocido en vida y murió a los ochenta años tras haber servido a los monarcas franceses durante treinta y ocho. Siempre fue un defensor de Vesalio en su choque con buena parte de la profesión.
Más famoso, sin ninguna duda, es Michel de Nostredame, más conocido como Nostradamus. A pesar de que hoy en día su faceta como astrónomo, astrólogo y adivino es la que predomina, lo cierto es que también fue un médico destacado de la época. Su importancia no es baladí en la trama de El unicornio, puesto que es el puente que une la ciencia y la fantasía, aquel hombre cultivado que, no obstante, no deja de creer en lo sobrenatural. Su papel le coloca, además, en las mismas esferas de influencia que Paré gracias a su relación con Catalina de Médici, que había quedado impresionada con sus profecías y lo había convertido en uno de sus consejeros más cercanos.
Paracelso también se pasea por las páginas del cómic. Se trata de otra de las figuras aparentemente inabarcables que nos regaló el Renacimiento europeo. En vida, destacó sobre todo como médico y se enfrentó, al igual que Vesalio, a los cánones establecidos en base a las observaciones de Galeno. A la historia ha pasado también gracias a sus consideraciones como autor hermético y filosófico, pero curiosamente su gran obra en el terreno, su Astronomia magna, no se publicó hasta treinta años después de su muerte.
Finalmente, hay un personaje que se pasea sobre la narración, aunque su nombre nunca es mentado; aquel al que todos entendemos como el epítome del Renacimiento. Un italiano capaz de ser pintor, arquitecto, ingeniero, anatomista y todo aquello que se planteaba. A pesar de su lejanía con respecto a la fecha de inicio de la acción (en 1565 llevaba ya cuarenta y seis años muerto), es uno de los principales actores de la historia. No vamos a mentar su nombre para seguir el juego a los autores del cómic, aunque creemos que con los datos anteriores bastará para que cualquier avispado lector se dé cuenta de la identidad oculta del genio anónimo.
Todos esos personajes, cogidos de la realidad, se van a ver introducidos en una historia de fantasía en la que las guerras intelectuales que sufrieron en vida se convierten en conflictos reales, en choques de cuerpos vivos. Ese camino de lo ideal a lo tangible, de la imaginación a la realidad, esconde un intento por parte del guionista de darnos una representación más comprensible de los conflictos que reverberaban por debajo del aparente progreso del Renacimiento.
La suspensión de la incredulidad como elemento indispensable
Ya hemos comentado que, en la construcción de la trama de El unicornio, se hace indispensable la figura de Nostradamus como unión entre lo real y lo fantástico. Al igual que Paracelso, se erige en el elemento que nos permite pasar desde la historia a la ficción, y convertir una lucha entre especialistas médicos en una batalla por el futuro de la humanidad. Porque desde las primeras páginas del cómic está claro que Gabella no quiere contarnos una sesuda deconstrucción del campo de la anatomía en el siglo XVI, sino que ha venido a narrarnos una historia llena de acción y monstruos.
Y lo cierto es que lo consigue, aunque al principio cueste un poco cogerle el ritmo a la trama. Demasiados datos, demasiada información expuesta de una manera un poco atropellada y que nos obliga a dar demasiados saltos al vacío dentro de nuestra concepción del trasfondo de la narración. Uno casi cree que la cosa va a ir de misterios e investigación, pero pronto tiene que cambiar sus expectativas y darse cuenta de que esto es en realidad una montaña rusa de sucesos en la que nuestros protagonistas van reaccionando a los acontecimientos y en ocasiones parecen ir paseándose como pueden entre diferentes escenas espectaculares escasamente relacionadas.
A que el conjunto se mantenga en pie ayuda el dibujo de Anthony Jean. El trabajo es indiscutible en su belleza, aunque tal vez resulte un poco confuso en la narración debido a una cierta tendencia a la sobreabundancia de viñetas en las páginas. Esto, por sí mismo, no debería ser precisamente perjudicial en una época en la que el culto a la splash page parece haber llegado hasta las obras francobelgas; pero es cierto que en algún momento la lectura se llega a hacer confusa y resulta complicado saber qué está sucediendo solamente con la ayuda de las ilustraciones.
Es de justicia destacar y subrayar, eso sí, que el trabajo anatómico de Jean es siempre sobresaliente. Sus diseños de personajes nos pueden gustar más o menos (en algunos casos son muy acertados y en otros menos), pero siempre están resueltos con una técnica envidiable y consiguen transmitir ese aspecto irreal que le piden los primordiales de la narración. También destaca su trabajo con las arquitecturas y las ciudades, lo que convierte la traca final de la obra en algo un poco decepcionante, ya que el telón de fondo elegido no le permite mostrar su dominio de la atmósfera.
En conjunto, tanto el guion como el propio dibujo obligan al lector a efectuar un esfuerzo adicional, una desconexión mental con lo convencional para poder acercarse a disfrutar de la obra como un todo. Esto no quiere decir que uno no pueda encontrar en ella un mero divertimento, y estoy seguro de que muchos lo harán así y se quedarán solamente en las algo alambicadas escenas de acción y los giros de guion un poco excesivos. Pero para poder abrazar la obra en su totalidad hace falta una notable capacidad para suspender nuestra incredulidad y comprar el punto de partida sin dejar de buscar una reflexión más profunda. Y es que queramos o no, a menudo la mera presencia de monstruos y de historias fantásticas hacen que cambiemos nuestra lectura de los textos.
Un viaje de ida y vuelta al cuerpo humano
El unicornio se acabó de publicar hace ya seis años en Francia. Ahora llega en un único tomo integral a nuestro país de la mano de Ponent Mon. No fue un éxito de ventas sobresaliente ni ha pasado a la historia del medio. Seguramente, gran parte del público no sabría muy bien qué hacer al enfrentarse al inicio de la historia sin saber de antemano qué es lo que se iba a encontrar. Es fácil que muchos de ellos pensaran en un cómic histórico al uso, tal vez con algo de aventuras; pocos esperarán una obra fantástica sobre el tapiz de un periodo histórico tan emocionante como complejo.
Salvando las enormes distancias El unicornio es una especie de versión renacentista de la narración existente en muchas de las obras de fantasía contemporánea en su vertiente urbana, que llenan las estanterías de las librerías y triunfan en las pequeñas pantallas de medio mundo. Las peripecias de Vesalio, Paracelso, Paré y sus compañeros no dejan de estar muy cerca de las que podrían aparecer en una extraña Buffy, cazavampiros que cambiara los adolescentes por talludos médicos que, a pesar de ello, no tienen ningún problema en meterse en medio de luchas y escenas de acción de todo tipo.
Es probable que muchos de los posibles lectores puedan disfrutar con El unicornio, pero para ello hará falta que sepan lo que se van a encontrar y logren desconectar una parte de su mente mientras leen. Es necesario hacer un ejercicio consciente de suspensión de la incredulidad, no plantearse el por qué de las cosas y sumergirse en una algo alocada historia de seres sobrenaturales y hombres inmortales que hasta se permite tener un último tomo que se desplaza a Transilvania. De hecho, tengo la tentación de afirmar que resulta más divertido acordarse del cómic que leerlo por primera vez. Si eso es algo bueno o malo, lo dejamos en manos de los lectores.
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