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El vuelo sobre Viena (1918): lanzando poemas sobre la población civil

Poco después de las nueve de la mañana del nueve de agosto de 1918, once biplanos Ansaldo S.V.A de la octogésimo séptima escuadra del ejército del aire italiano sobrevolaban Viena. Era el tercer intento consecutivo de la aviación italiana por alcanzar la capital del ahora enemigo Imperio Austro-Húngaro; pero también la culminación de un largo proyecto concebido por el hijo de un tiempo que tocaba a su fin. En el momento en el que el siglo XX traspasaba el quicio de la Primera Guerra Mundial, Gabriele D’Annunzio decidió personificar el ideal clásico del poeta guerrero y bombardeó a los súbditos del Emperador con el producto de su pluma afilada. Las palabras de su manifiesto y la imagen de cientos de miles de papeles revoloteando en el cielo de Viena, evocan el final de una guerra y el nacimiento de un nuevo siglo.

Europa 1914

La decadencia de Europa

Desde la culminación de su unificación, a finales del siglo XIX, Italia había comenzado a buscar, con escaso éxito, una vía para acceder al estatus de gran potencia europea. Tras algunas dudas iniciales, la monarquía de los Saboya concluyó que la mejor estrategia sería aliarse con un nuevo Estado que había conseguido, precisamente, causar un gran impacto en el viejo continente. El acercamiento a Alemania, sin embargo, hizo pagar un doloroso peaje al país transalpino, que tuvo que entrar en la Triple Alianza junto a su viejo enemigo, el Imperio Austro-Húngaro, con el que desde hacía casi un siglo tenía fuertes disputas fronterizas. La tensión entre los diversos objetivos políticos italianos terminaría resolviéndose en favor del expansionismo territorial: en 1914, tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, el reino italiano se apresuró a declarar públicamente que sus pactos con las llamadas potencias centrales eran meramente defensivos, y que por lo tanto no apoyaría la ofensiva de Austria contra Serbia tras el asesinato del heredero al trono imperial. El Rey Víctor Manuel III coqueteó incluso con la posibilidad de asumir el coste político de la neutralidad, pero, finalmente, el 26 de abril de 1915, Italia firmó el Tratado de Londres, en virtud del cual se integró en la Triple Entente. Inmediatamente, entró en guerra contra el Imperio Austro-Húngaro con la esperanza indisimulada de conquistar los territorios de la Península Itálica que se encontraban bajo soberanía extranjera. Quedaba abierto uno de los frentes más duros de una guerra especialmente cruenta: encaramados a las cumbres de los Alpes, soldados de ambos bandos combatirían durante más de tres años en unas condiciones extremas.

gabriele-d_annunzio-di-luca-del-baldo-settembre-2011La frustración que la sociedad italiana acumulaba con respecto a la soberanía austriaca de diversos enclaves se remontaba al final de las Guerras Napoleónicas, cuya resolución proporcionó al Imperio el control del centro-sur del continente europeo. Con el paso de las décadas, la idea de la mutilación territorial y social de Italia se infiltró en la opinión pública de un Estado que aún estaba gestándose y que, a lomos del exacerbado nacionalismo que dominaba la política del siglo XIX, fue dando pasos hacia su unificación. El movimiento de la Italia irredenta nació, por tanto, al mismo tiempo que se culminó la unificación de la Península, con el objetivo de promover la anexión de varias regiones del entorno mediterráneo, singularmente de las tierras situadas en torno a la ciudad Trieste. La conquista de la Pequeña Viena, principal enclave austro-húngaro en el mediterráneo y símbolo del poderío de la familia imperial, y de la pequeña Península de Istria, se establecieron en el imaginario colectivo italiano como el epílogo sin el cual la mítica historia de la unificación de la patria quedaría inconclusa. En varias ciudades italianas, diversos círculos de intelectuales patriotas que controlaban un movimiento cultural clave en el proceso de unificación, el Risorgimento, comenzaron a radicalizarse, proponiendo una solución militar a la situación. Para ellos, la escalada de violencia que precipitó a Europa hacia el conflicto era una oportunidad. Cuando finalmente estalló la Primera Guerra Mundial, rápidamente articularon una campaña pública en favor de la participación italiana. Entre sus principales dirigentes destacó, sin duda alguna, la figura de Gabriele D’Annunzio.

Periodista, político, literato y militar, il Vate (sobrenombre polisémico con el que se le conocía en Italia y que significa tanto poeta como adivino), encarnó en vida las circunstancias del joven Estado italiano. Hijo de un matrimonio burgués de la ciudad de Pescara, D’Annunzio tuvo una infancia feliz y conoció muy pronto el éxito editorial (algo en lo que contribuyó que fingiera su muerte al publicar su primera obra), lo cual sin duda influyó de una forma decisiva en su personalidad: enérgico, vitalista y magnético, entorno a su figura fue conglomerándose un séquito ávido de emociones y adicto al altísimo tren de vida del poeta que, entretanto, iba culminando su tránsito personal hacia el decadentismo literario. Su figura se iba acercando al ideal de este movimiento enfrentado a la moral burguesa al mismo ritmo que se acumulaban las deudas que acabaron por enviarle al exilio durante años. En 1914, la Primera Guerra Mundial apareció en el horizonte del Vate como la gran oportunidad para el esperado regreso: Gabrielle D’Annunzio regresaba a Italia con cincuenta y dos años, más interesado por alistarse en el ejército que por los honores académicos y literarios que le aguardaban en su país.

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El vuelo de un héroe

De nuevo en Italia, D’Annunzio irrumpió inmediatamente en el debate público del reino. Invocando la figura de Giuseppe Garibaldi, el más romántico de todos los padres de la patria, el poeta de Pescara participó en los actos organizados durante los primeros días de mayo en la ciudad de Génova. Su discurso en el área de Quarto dei Mille, el mismo lugar del que cincuenta y cinco años antes había partido, rumbo a Sicilia, la expedición de los Camisas Rojas, congregó a veinte mil personas en el cénit de un periodo conocido como «los brillantes días de mayo». Finalmente, el empuje belicista se impuso, como en tantas otras naciones, al internacionalismo del movimiento obrero y las banderas rojas desaparecieron de las calles. En su lugar, mostradores improvisados comenzaron a registrar en cada ciudad los nombres de los miles de voluntarios que se querían alistar para acudir al frente. Italia estaba en guerra.

Aunque la actividad de D’Annunzio durante el conflicto fue principalmente propagandística, il Vate se enroló rápidamente en el quinto regimiento de la caballería italiana de los Lanceros de Novara y trasladó su residencia a los alrededores del Cuartel General de la Tercera Armada. Para entonces, el proyecto de sobrevolar la capital del enemigo ya rondaba la cabeza del personaje más popular de la joven Italia y, durante el verano de 1915, D’Annunzio obtuvo el permiso de vuelo. Decidió probar inmediatamente la viabilidad de su estrategia sobrevolando la ciudad de Trieste; por desgracia, la guerra pasa factura incluso a los símbolos más protegidos y, por culpa de una herida mal curada tras un aterrizaje de emergencia, en la primavera de 1916 el poeta guerrero ampliaba su leyenda al perder un ojo. Dedicó el periodo de convalecencia a componer Nocturno, una obra en prosa sobre su experiencia en la guerra.

En cuanto se recuperó, Gabriele D’Annunzio volvió al frente para participar en más operaciones militares, incluida la expedición que, tras tres intentos, llevó a once naves italianas hasta el corazón del Imperio para que il Vate lanzase sobre Viena, no bombas, sino poemas. Fiel a su estilo, la inteligencia italiana estimó que su texto era confuso e ineficaz y, para obtener algún rédito militar que añadir a la inyección de moral que suponía aquel éxito del héroe de la patria, el ejército imprimió trescientas cincuenta mil copias de otra declaración, mucho más prosaica, en la que Ugo Ojetti trataba de minar la motivación del enemigo:

S.+Pelagio,+9-8-18+Dopo++volo+su+Vienna.+Da+sx++Allegri,+Ferrarin,+Massoni,+Finzi,+Palli+sed+S.V.A

«¡Vieneses!

Aprended a conocer a los italianos.

Nosotros volamos sobre Viena; podríamos lanzar bombas a toneladas. Nos os lanzamos otra cosa que un saludo a tres colores: los tres colores de la libertad.

Nosotros los italianos no hacemos la guerra a los niños, a los ancianos, a las mujeres.

Nosotros hacemos la guerra a vuestro gobierno enemigo de las libertades nacionales, a vuestro ciego, testarudo y cruel gobierno que no sabe daros ni paz ni pan, y os nutre de odio e ilusiones.

¡Vieneses!

Vosotros tenéis fama de ser inteligentes. ¿Pero por qué os habéis puesto el uniforme prusiano? Su victoria decisiva es como el pan de Ucrania: se muere esperándola.

Pueblo de Viena, piensa en ti mismo. ¡Despierta!

¡Viva la libertad! ¡Viva Italia! ¡Viva la concordia!»

Vittoriale_il_complesso_monumentale_g2i14Efectivamente, Austro-Hungría desapareció tras la Primera Guerra Mundial e Italia, su antigua aliada, estaba del lado de los vencedores; sin embargo, eso no le permitió alcanzar sus objetivos iniciales. Nació entonces una expresión, «la victoria mutilada», que acabaría por ligar la figura de Gabriele D’Annunzio al fascismo de Mussolini, que bebió abundantemente de la retórica del Vate. Quizá el episodio más famoso de la vida del poeta de Pescara sea, precisamente, la empresa de Fiume, un golpe paramilitar financiado por los fascistas y comandado por D’Annunzio, con el que un grupo irregular pretendía ocupar definitivamente la Península de Istria. De este modo, al filo de la década de los 20, la biografía de la leyenda penetra en el periodo de la historia de Italia contagiado por la gangrena del fascismo y comienza a enturbiarse definitivamente: deprimido por los resultados del proyecto de Fiume, D’Annunzio abandona su dinamismo indomable y abraza una existencia solitaria, retirado en la Villa de Cargnacco. Su relación con el fascismo fue contradictoria, pero eso no es suficiente cuando un personaje con su trayectoria se encuentra en la encrucijada. Quizá, como él mismo defendió tantas veces, D’Annunzio debió tomar partido sin excusas; pero lo cierto es que il Vate pasó su vejez afanado en embellecer el complejo monumental en el que vivía, permitiendo que Mussolini manoseara su leyenda a discreción. El hombre enérgico ya no volaba demasiado alto cuando murió, tan solo un año antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial. Probablemente, muchos de los asistentes a los masivos funerales de Estado querían rendir homenaje, más bien, al hombre que el 9 de agosto de 1918 logró bombardear Viena con su manifiesto.

El texto de Gabriele D’Annunzio resultaba extraño, demasiado trascendental y, por supuesto, estaba escrito únicamente en italiano; lo había lanzado desde un biplano su propio autor, un intelectual tuerto de cincuenta años que aprendió a creer en la guerra en el siglo XIX y dirigió con su dedo la mirada de los italianos hacia el fascismo. Más que un símbolo de la época que le tocó vivir, Gabriele D’Annunzio decidió encarnar en vida un periodo dramático de la historia de Italia:

«En esta mañana de agosto, mientras se cumple el cuarto año de vuestra convulsión desesperada y luminosamente comienza el año de nuestra plena potencia, el ala tricolor se os aparece de improviso como indicio del destino que se vuelve.

El destino se vuelve. Se vuelve contra nosotros con certeza de hierro. Ha pasado para siempre la hora de aquella Alemania que os arrastra, os ilumina y os infecta. Vuestra hora ha pasado. Como nuestra fe fue la más fuerte, nuestra voluntad predomina y predominará hasta el final. Los combatientes victoriosos del Piave, los combatientes victoriosos del Marne lo sienten, lo saben, con una ebriedad que multiplica el ímpetu. Y, si el ímpetu no bastase, bastaría el número; y esto se dice por aquellos que combaten diez contra uno. El Atlántico es un camino que ya se cierra; y es un camino heroico, como demuestran los nuevos seguidores que han enrojecido el [río] Ourq con sangre alemana.

Sobre el viento de la victoria que se eleva desde los ríos de la libertad, no hemos venido sino por la alegría de la audacia, no hemos venido sino por la prueba de aquello que podremos osar y hacer cuando queramos, en el momento que escojamos.

El rumbo de la joven ala italiana no se asemeja a aquel bronce fúnebre, en el cielo matutino.

Sin embargo, la alegre audacia suspende entre San Esteban y el Graben una sentencia irrevocable, oh vieneses. ¡Viva Italia!»

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