Explotación con etiqueta verde – 12 de septiembre
La economía verde crece a hombros de la explotación infantil. En ochenta y dos países, doscientos cuatro productos que luego tendrán etiqueta ECO salen del trabajo de niños y niñas: minerales, muebles, ropa, alimentos: leche de soja, café de especialidad, el algodón de tu camiseta y los diamantes sin desayuno. Ocurre en los cinco continentes, pero especialmente en África, Asia y América. En el jardín europeo hay casos: pornografía en Rusia y Ucrania, donde también se explota a los niños para liar cigarrillos y extraer ámbar: «Los niños limpian las bombas de arena, corren por ahí con redes. Ven mejor que los padres, pueden recoger mucho más ámbar», explicaba Viktor, de Zhitomir, años antes de la invasión rusa. La guerra no ha parado la explotación.
Es un informe del Departamento de Trabajo de Estados Unidos, concretamente de su Oficina de Asuntos Laborales Internacionales. Tal vez por eso no menciona que en los propios Estados Unidos se explota a los niños migrantes. Más de cuatro mil casos, descubrieron los inspectores federales en 2022. E parte es legal legal: en catorce de los cincuenta estados de la federación, se autoriza o se proyecta autorizar el empleo de niños de catorce años en turnos nocturnos de seis horas y en trabajos pesados. Los adolescentes de dieciséis años pueden realizar actividades de riesgo, como demoliciones o mataderos, incluso servir alcohol: aunque no consumirlo hasta que cumplan veintiuno. Algunos estados prevén que a los niños se les pueda pagar la mitad que a los adultos.
La legalización del trabajo infantil no elimina la explotación. Simplemente la introduce en el Código Laboral. Los funcionarios estadounidenses se dicen preocupados con el aumento de los casos, pero simplemente recomiendan, reprochan y aconsejan. No hay escarmientos, ni sanciones o castigos. Mucho menos bloqueos. Ni hablar de invasiones. En el imperio de la globalización capitalista, a los funcionarios les corresponde aconsejar a las empresas portarse bien: «las empresas deben establecer sólidas medidas corporativas de diligencia debida y rendición de cuentas para proteger a los trabajadores en toda su cadena de suministro», resume la Organización Mundial del Trabajo en el lenguaje de la impotencia.
«Los niños no crecían ni se educaban, sino que daban tumbos», escribía Dickens en Oliver Twist: Inglaterra conspiraba contra la Francia revolucionaria con un pueblo sumido en el abismo. Pero en París no triunfó la revolución de los iguales sino la de los burgueses: «Ahora les toca a los pequeños», dice la viuda en Germinal. El naturalismo retrató cómo las minas devoraban a sus hijos mientras alimentaban a la gran industria. La literatura fue un registro de la explotación, y sólo los periódicos de los trabajadores daban noticia de la barbarie y encendían el fuego de la revolución. En el siglo XXI, todos somos periodistas mientras el narcisismo occidental se relame con etiquetas verdes.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.
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