Extraña normalidad en Kiev – 29 de junio
Los atascos han vuelto a Kiev y las noches ya no son oscuras. La capital de Ucrania se ha acostumbrado a vivir de nuevo sin asedio, con algunas sirenas ocasionales, un misil que rompe la norma y unos pocos muertos colaterales. Pero es como si la misma guerra y sus cadáveres fuesen parte de la vida de la ciudad. Ya apenas hay sacos terreros en las ventanas y puertas de los grandes edificios de imperios del pasado. Ya no quedan controles, checkpoints ni hombres armados en el supermercado vacío. Los primeros días y semanas de invasión parecen muy lejanos en el tiempo y el espacio: cosa del pasado remoto, un asunto de otro país, mientras los amantes se abrazan.
Ucrania está partida en dos. De Kiev al oeste, la guerra se vive por la ausencia: de hombres en el frente, de familias en el exilio, de los muertos que ahora abarrotan cementerios de banderas. La bandera de Ucrania es azul por el cielo y oro por el trigo: cielo y tierra. También abundan las de los antiguos nacionalistas, hoy llamados Sector Derecho: rojas y negras, sangre y pólvora. La patria ondea en los cementerios. Por los pueblos circulan adolescentes en bicicleta, viejos con botellas vacías y mujeres con recién nacidos. En la guerra se hace el amor con la desesperación de la muerte cercana. La guerra es madre y padre de todas las cosas, incluido el desierto.
Por muchas jóvenes madres que vean los ojos forasteros en este aparente dulce verano en Kiev, Ucrania se está enfrentando a un invierno demográfico. Según la Comisión Europea, el país va a perder un tercio de sus habitantes en los próximos dos años. Catorce millones de personas se han ido de sus casas, de los cuales nueve millones se han marchado de Ucrania y tal vez no vuelvan. Son gente joven. Solo en Járkov, segunda ciudad del país, de las 450.000 mujeres que había en edad fértil antes de la guerra, ahora solo quedan 80.000. Y los hombres caen en las trincheras, y en sus enemigos habituales: el alcohol, el tabaco y los accidentes de tráfico: fugas para tiempos de paz.
En la carretera, a unos cien kilómetros de Kiev, unas viejas venden mermelada de moras y hojas de abedul para la sauna. En un tramo, de pronto los arcenes se ensanchan y cambian los dibujos en el asfalto: han construido una pista de aterrizaje de emergencia en plena autopista. Los coches vuelan, y compiten entre sí los camiones con armas, leche y juguetes. Hay accidentes. Un anciano atraviesa la autopista con un carrito scooter, demente como un personaje de David Lynch. Las cúpulas de las iglesias no han dejado de ser doradas: de láminas brillantes de oro fake para un Dios complacido por la adoración mientras, al otro lado del país, los hombres arden en las trincheras.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.
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