Gorillaz: «Song Machine, Season One: Strange Timez»
Un disco de Damon Albarn siempre debería ser motivo de celebración. Incluso en una época tan turbulenta y mareante como la que estamos viviendo. El icónico líder de Blur, The Good, The Bad & The Queen y otro sinfín de proyectos regresó a finales del pasado 2020 a nuestros oídos con Gorillaz, la banda virtual que creó junto al dibujante Jamie Hewlett a principios de siglo, que se encuentra ahora más llena de vida que nunca. Agrupación, Gorillaz, que poco a poco va confirmándose como su ocupación principal (si es que eso es posible en alguien como él) y que sacudió la industria musical con un proyecto que promete dar que hablar en años venideros.
Auspiciado por su inagotable vena creativa y por el buen recibimiento, tanto por parte de la crítica como de los fans, de los anteriores trabajos de la banda, Humanz (2017) y The Now Now (2018), Albarn diseñó junto a Hewlett el proyecto que nos atañe cuando el 2019 tocaba a su fin. En vez de publicar un álbum corriente, con el lanzamiento de sus correspondientes singles antes de la salida al mercado del producto final, planearon algo distinto. Algo innovador y experimental. Crearon Song Machine, una firma bajo la que las canciones saldrían sucesivamente, a razón de una por mes, con un colaborador distinto en cada caso, para formar una historia (no olvidemos que Gorillaz, además de música, es narrativa) que se daría en formato episódico.
Al final, la cosa se les fue de las manos. Terminaron creando «por accidente» este disco, juntando las canciones que se publicaron a lo largo de once meses en 2020, de enero a noviembre. A ellas, hay sumar otras seis más en la versión deluxe. El gran éxito en redes de los episodios, con un público cada vez más acostumbrado a la escucha de singles y no de álbumes en sí, dio alas a ese tándem Albarn-Hewlett, siempre ambicioso. Poco después de lanzar el disco, firmaron un contrato con Netflix para producir una película de animación complementaria y una segunda temporada (¿con colaboración de Bad Bunny incluida?) de este engendro que se ha dado a conocer como Song Machine, Season One: Strange Timez ya está en camino. Así que cabe preguntarse: ¿mereció tanto la pena?
¿A la altura del primer Gorillaz?
Song Machine, Season One: Strange Timez (sí, el nombre tiene tela) se propone a sí mismo como un nexo de unión entre Humanz, donde se sucedía todo un frenesí de colaboraciones, y The Now Now, donde se exploraba la parte más íntima-personal de Albarn. A partir de sus letras crípticas y ritmos inquietos, Strange Timez (lo abreviaremos así para no partirnos los cráneos) vehicula las reflexiones y emociones que el compositor inglés sintió durante los primeros meses de cuarentena. Retirado espiritualmente en su casa de campo, donde pasó los días componiendo con su piano y mirando al mar desde su ventana, el que fuera antaño el rey del britpop diseñó y trazó las líneas generales que derivaron en el disco.
Strange Timez es una obra que, desde el punto de vista musical, se define de forma parecida a los anteriores álbumes de la banda. Es decir: destaca por la riqueza y diversidad de estilos, ritmos y texturas, pasando del hip hop y el rap (Momentary Bliss, Friday 13th) al new wave (Aries), al rock-pop más desenfadado (Pac-Man, The Valley of Pagans) o a la electrónica (Chalk Tablet Towers). Y también merecen especial mención las colaboraciones. Participan en él artistas de la talla de Jeff Beck, Robert Smith (The Cure), Peter Hook (Joy Division y New Order), Tony Allen o incluso el mismísimo Elton John, que no necesita presentación alguna a estas alturas.
Quizá, como siempre ocurre en los discos de Albarn (más, todavía, en los que hace con Gorillaz), el disco carece de cierta estabilidad como una obra completa, compacta, al sentirse cada canción como un elemento tan distinto y discordante con las demás. Algo malo tenía que tener tanta colaboración entre artistas heterogéneos. Pero, también como sucede siempre con el músico británico, brilla con gran fuerza en los momentos individuales de cada canción. La fuerza descarnada de Momentary Bliss, las estrofas de Elton John en The Pink Phantom, el bajo desinhibido y propositivo de Aries… Esos y muchos otros son algunos de los grandes momentos que convierten a este álbum en una colección de auténticos temazos pop. Y que conforman, de paso, un disco que se mira de tú a tú con los clásicos de Gorillaz, como el homónimo Gorillaz (2000) o Plastic Beach (2010), situándose solo por debajo del siempre inalcanzable Demon Days (2005).
La fiesta del fin del mundo
Es muy difícil definir un álbum tan poco cohesionado. Pero, lo que sí es, sin duda, es un divertimento. Tanto para sus creadores, que lo concibieron mayoritariamente en cuarentena, como para los que lo escuchamos, también en confinamientos, desescaladas, etcétera. Es, en el fondo, una manera más de evadirse de la realidad; una oportunidad de pasarlo bien y de darlo todo en la fantasía que se nos propone: una fiesta con el fin del mundo como ubicación. Y no querría dejar de hablar de las canciones que la componen.
La primera pista, Strange Timez (la que da título al disco), establece de forma genial el tono y el ambiente. Los sintetizadores resuenan en mil efectos que nos transmiten sensaciones alienígenas y dispares, un terreno donde Robert Smith se mueve en su salsa. Le sigue la fulgurante The Valley of Pagans: en ella, Beck y Albarn dan rienda suelta a su pasado más britpop, abocándose sin control a un juego superlativo y muy bailable (aunque repetitivo) del que yo, personalmente, me declaro muy fan. Siempre es curioso ver a dos estrellas que rebasan los cincuenta dejarse llevar con tan pocas pretensiones.
The Lost Chord, Pac-Man y Chalk Tablet Towers devuelven el protagonismo a un Albarn juguetón y en constante crescendo anímico. La más relajada Désolé, en cambio, nos retrotrae a aquel desconocido Mali Music (2003), proyecto en el que el de Colchester se introdujo en la música africana, al intercalar su acento británico con el francés y el bambara (idioma africano de Mali) de la cantante maliense Fatoumata Diawara.
En la consiguiente The Pink Phantom, tres artistas de tres generaciones distintas (Elton John, el rapero 6LACK y el propio Albarn) pontifican sobre el amor: «I tried to put these puzzles out of mind, in a sky made of diamonds». Construyendo, así, una balada que, cuando se entrelazan entre sí las voces, al compás de esa inspirada melodía de piano, brilla con inusitada fuerza en lo que es uno de los puntos más álgidos del disco. Y, por qué no, de la discografía entera de Gorillaz.
Además, como toda buena canción, va acompañada de una gran anécdota, y es que su nombre alude al coche rosa con el que el propio Sir Elton John recogió una vez en el colegio a un pequeño Damon Albarn en 1975. Esto sucedió porque el padre de Albarn era un músico de su grupo y, después de una gira entera por la Unión Soviética, el único pago que recibieron todos los músicos, Elton John incluido, fue «en frío». Así que Elton decidió pagarles a través de pequeños regalos y detalles; el padre de Albarn pidió que su hijo conociera a Elton John, una historia que el líder de Gorillaz recordaría muchos años después para engendrar esta canción junto a su ídolo.
La cosa continúa, que no decae, con Aries, otra pista de las que nos reduce un poco las pulsaciones, con una línea de bajo que acapara todos los focos. De escucha siempre agradable, distiende un poco el ambiente y nos hace flotar durante un par de minutos para coger fuerza de cara al clímax. Acercándonos al final, la sencilla pero funcional Friday 13th sigue la línea de su predecesora sin sorpresa mayor, mientras que esa genial Dead Butterflies, que nos recuerda inmediatamente con su melodía de piano y su emotiva letra a Everyday Robots (2014), el único largo en solitario del británico hasta la fecha, nos prepara para el último empujón.
Y es que esta gran fiesta culmina con la espléndida Momentary Bliss (felicidad momentánea), primera canción del proyecto en ver la luz allá por enero de 2020 y que se antoja profética, vista en perspectiva, con frases como «it makes me sick to think you ain’t happy in your skin». O como: «we could so much better than this, perfect little pictures of moments that we missed». Un auténtico himno, en definitiva, que nos zarandea y nos estruja con el torrente de energía de los guitarrazos de Slave, banda punk estadounidense, que aporta un divertido desequilibrio a las estrofas de Albarn y el rapero Slowthai, con un estribillo que haría saltar y sudar hasta a las piedras y los árboles.
Todo para despedir el álbum en su cúspide, gracias a la que probablemente sea la mejor canción del grupo desde aquellos lejanos discos de la primera década del siglo XXI. Y que define muy bien cómo se está desarrollando nuestras vidas en plena pandemia, con trocitos de felicidad aislados y efímeros, subyugados a un contexto enajenado que Gorillaz promete facilitarnos, tanto ahora como en el futuro. Nos vemos en la segunda temporada.
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