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Guerrillero y héroe, empecinado y mal pagado

Contábase que una noche llegó al pueblo una avanzadilla de diez soldados franceses que exigieron vituallas y lecho. Al llegar el alba, la vecindad despertó con descarnados gritos y lamentos de mujer, pues una joven doncella había sido violada y brutalmente golpeada, y agonizaba entre bocanadas de sangre. Un humilde labriego que tenía alguna relación con la muchacha rescató su viejo arcabuz y salió a caballo hacía el camino real, acompañado de dos vecinos y dispuesto a cobrar con sangre tan terrible e indecoroso ultraje. Atajó campo a través para poder abordar a los gabachos de frente y, sin mediar aviso, le puso al sargento un balín de nueve gramos de plomo entre ceja y ceja. Liquidaron sin diálogo ni piedad a nueve de los galos del destacamento pues uno, el más cobarde, había dado media vuelta a galope al oír la primera percusión. Despojaron a los cadáveres de sus taleguillas y mosquetes, y Juan Martín Díez se echó al monte llevando consigo un ejército de dos hombres. En pocos años comandaría más de diez mil.

El Empecinado - Grabado 1900Los franceses expidieron carta de proscrito contra ellos y pronto se corrió la voz de la hazaña por todo el territorio burgalés. Los tres prófugos de Fuentecén decidieron así, ante la imposibilidad de regresar a sus hogares y hartos de los abusos recibidos, comenzar a hostigar las líneas de abastecimiento del ejército invasor. Agazapados en los montes emboscaron y asaltaron correos, convoyes de avituallamiento y pequeños destacamentos que recorrían el norte de Castilla. Habitaron covachas y cabañas abandonadas, como habían hecho los bandoleros, y cambiaban de campamento continuamente recorriendo senderos de pastores para evitar ser apresados. A la vez que la fama de justiciero y rebelde de Juan Martín iba creciendo por los territorios del centro de la meseta, se les fue uniendo un goteo incesante de hombres deseosos de combatir, de poner fin a la sumisión del invasor ejército francés y así, poco a poco, golpe a golpe, comenzó a ser un hombre temido y respetado.

Juan Martín Díez era un empecinado, sobrenombre despectivo que recibían todos los habitantes de Castrillo del Duero, la población vallisoletana en que nació en 1775. El apelativo venía del cieno negruzco de aguas en descomposición, llamado pecina, que depositaba el riachuelo Botijas a su paso por el pueblo. Fue hijo de un campesino de buen pasar y labrando llegó a la adolescencia, cuando con dieciséis años su vocación militar le llevó a alistarse en el cercano destacamento de Peñafiel. Su padre, al enterarse, pudo revocar el contrato que había firmado con el ejército alegando que había mentido en cuanto a su edad, pues a pesar de su talante robusto y su extraordinaria fuerza, aún era menor. Nada pudo hacer, no obstante, cuando, pasados dos años, nada más cumplir los dieciocho, se enroló en la campaña del Rosellón.

General Antonio Ricardos - Goya 2

Entender la guerra

La guerra del Rosellón, o de la Convención, fue consecuencia directa de la ejecución de Luis XVI y del tratado que firmaron las monarquías de Prusia, Portugal, Reino Unido y España, entre otras, para contener la Revolución francesa y mantener el absolutismo monárquico. Ante el posicionamiento de treinta y dos mil hombres, que amenazaban con entrar en Francia, al mando del general Antonio Ricardos en los frentes pirenaicos, la República declaró la guerra a España en marzo de 1793. Durante el primer año de guerra el ejército español ganó la casi totalidad de las batallas que enfrentó y conquistó las fortificaciones de Bellegarde y Baños, el Valle del Tec, las poblaciones de Port Vendres y Collioure, y dominó toda la costa Rosellonesa. Juan Martín, que participaba como soldado de caballería, mostró arrojo y valentía en cada uno de los enfrentamientos y obtuvo reconocimiento del general Ricardos, que lo tomó en su guardia personal y le utilizó como correo, transmitiendo órdenes en los diversos frentes. De él aprendió no solo tácticas militares, sino también el carácter que un general debía dispensar a sus subordinados: la justicia, las dotes de mando, la confraternización y el liderazgo.

Alegoría de la Paz de BasileaPero, desgraciadamente para el ejército real, ocurrió que el general Ricardos, que ya rondaba los setenta años, falleció de una pulmonía en marzo de 1794, dejando unas tropas descabezadas y sin un comandante a la altura de la contienda. La falta de medios y de un mando eficaz, sumados a la leva masiva francesa, la del reclutamiento obligatorio, cambiaron el curso de la guerra. En pocos meses, no solo se perdieron los territorios conquistados, sino que el ejército de la República penetró en Vascongadas, Cataluña y Navarra, obligando a Manuel Godoy a firmar lo que se llamó la Paz de Basilea, en Julio de 1795, que reconocía a la República francesa como estado, y en que España entregaría como compensación por la guerra el territorio español de la isla de Santo Domingo, entre otras cláusulas.

Para Juan Martín Díez la derrota fue desmoralizadora. Que el tratado de paz se vendiera como un éxito de negociación por parte de Godoy y que los franceses pasaran a ser aliados de la monarquía no hizo más que aumentar la inquina que sentía por los galos a quienes internamente, además, culpaba de la muerte de su mentor Ricardos. Regresó al pueblo con su arcabuz y desposó a Catalina de la Fuente, oriunda de Fuentecén, y en esa localidad se asentó. Se dedicó a la labranza durante el verano, a la venta de leña durante el invierno y a ser recaudador de primicias de la villa de Alcazarén en entretiempos. Aquel tratado de Basilea incluía una clausula compensatoria según la cual se permitía a Francia extraer de España yeguas, caballos, ovejas y carneros de ganado merino. Juan Martín, al ver la sangría anual que se hacía del fruto del trabajo propio y de sus vecinos, nunca perdonó ni a los gabachos, ni al rey Carlos IV, por permitirlo.

Fusilamientos 3 de mayo - Goya

La francesada

En octubre de 1807, Godoy acuerda con Napoleón Bonaparte prestar apoyo logístico al paso de las tropas imperiales francesas, cara a una invasión conjunta de Portugal. Quizá sospechaba el valido del rey que entre los planes del emperador de los franceses estaba, según fueran cruzando el territorio, ir tomando posiciones en ciudades y plazas fuertes con objeto de derrocar a la casa de Borbón; en cualquier caso, después de poner a refugio a la familia real, lo permitió. Creía Bonaparte que recibiría el apoyo del pueblo al despojarlo del absolutismo, y en cierta manera así fue al principio, pero las altísimas exigencias de abastecimiento y manutención del ejército, así como los abusos que impunemente comenzaron a perpetrar algunos soldados, causaron entre el pueblo llano, que no entre los ilustrados y nobles españoles, profundo malestar.

Joseph Leopold HugoCon los primeros levantamientos en el norte de España y los sucesos del dos de mayo de 1808 en Madrid, precipitándose los acontecimientos que desembocarían en la guerra de la Independencia española, Juan Martín, que llevaba semanas guerreando por los montes, decide unirse al ejército regular español. Sirviendo a las órdenes del general De la Cuesta asiste a las derrotas de Cabezón de Pisuerga y Medina de Rioseco, y se da cuenta de la evidencia de la superioridad francesa en los enfrentamientos frontales. Tras ser nombrado capitán de caballería, resolvió que la mejor manera de combatir al invasor era mediante un sistema de guerrillas, hostigando sorpresivamente y minando la moral de los galos. Moviéndose clandestinamente entre las sierras de Gredos, Ávila, Salamanca, Cuenca y Guadalajara, tanto daño infligió a los gabachos que el mismo Napoleón decidió designar al general Joseph Leopold Hugo (padre de Victor Hugo) al territorio y nombrarle «perseguidor en exclusiva del Empecinado y sus gentes».

En el sentido puro de la palabra, Juan Martín no era un militar. Decía Gregorio Marañón que «el militar de oficio es antes esclavo de su oficio que militar, y en cuanto a la libertad (o a cualquier otra idea civil), luchará por ella o contra ella según el que le mande ame la libertad o la persiga. En cambio, en el hombre civil que toma las armas el ideal está, por el contrario, antes que el oficio». Tal vez por eso, durante meses, el general Hugo fue incapaz de acercar sus tropas a la guerrilla de más de seis mil soldados del Empecinado, porque sus acciones y sus movimientos no podían ser previstos según la idea clásica de enfrentamiento bélico, ningún tratado militar contemplaba entonces la estrategia de una guerrilla. Desesperado por la falta de resultados, el general francés, exigiendo la rendición del capitán guerrillero, capturó a su madre y amenazó con ejecutarla. Juan Martín respondería: «Mate usted a mi madre y a cuantos familiares míos considere, y prometo que fusilaré a los cincuenta soldados franceses que en este momento se hallan bajo mi custodia, y que a partir de ese momento no volveré a tomar vivo ningún prisionero». Al recibir esta respuesta la madre de Juan Martín Díez fue inmediatamente liberada.

Fernando VII - Goya

El error que supuso la restauración

Por fin, en abril de 1814, tras la batalla de Toulouse, terminó la guerra dejando un balance de casi un millón de muertos. Fernando VII había sido restaurado, España estaba libre de presencia extranjera y Juan Martín fue ascendido a Mariscal de Campo y autorizado a firmar como el Empecinado. Toda España conocía ya su nombre y aquel apodo había dejado de ser un adjetivo despectivo. Ahora era sinónimo de rebeldía, patriotismo, tesón y obstinación. Paradójicamente, el Empecinado era un liberal, así como los diez mil guerrilleros que le habían seguido. No habían luchado contra Francia por ser una república, ni por liberar al país del absolutismo, ni por las ideas ilustradas. Al margen de cualquier ideario político, habían luchado contra el gabacho por ser invasor, simple y llanamente. No eran monárquicos, ni comulgaban en demasía con la Iglesia católica y eso el rey lo sabía, así que Fernando VII pronto comenzó a tomar medidas contra los que consideraba enemigos liberales y el Empecinado fue desterrado a Valladolid, alejado de la corte y de la posibilidad de cualquier instigación.

Cien Mil Hijos de San LuisCuando el pronunciamiento de Rafael del Riego dio inicio al Trienio Liberal, en 1820, Juan Martín se consolidó como garante de la constitución volviendo a tomar las armas y combatió con el arrojo de antaño diversos brotes de rebelión absolutista, hasta que en 1823 la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis puso fin al sueño constitucional de Cádiz. El rey intentó unirlo a su causa, pero la respuesta fue tajante: «Diga usted a su majestad que si no quería la constitución, que no la hubiera jurado; que el Empecinado la juró y jamás cometería la infamia de faltar a sus juramentos». Y se exilió a Portugal.

Tras poco más de un año de destierro, Fernando VII sentenció: «Ya es tiempo de coger a Ballesteros y despachar al otro mundo a Chaleco y el Empecinado», y decretó una falsa amnistía, el 1 de mayo de 1824, para que los enemigos de la monarquía entraran sin peligro y en paz en España. Iba en dirección a Castrillo del Duero y a la altura de Olmos de Peñafiel fue asaltado y detenido por los voluntarios realistas de la comarca, que tenían orden de prenderlo. Golpeado y descalzo, caminando con las manos atadas a su caballo, fue llevado a la plaza de Nava de Roa, donde fue subido a un entarimado para ser escupido, insultado y apedreado por las tropas. Se le encerró en un viejo torreón durante meses y solo vio la luz del día en contadas ocasiones en que se le paseaba enjaulado, semidesnudo, por las poblaciones cercanas para que las gentes vieran la humillación del gallardo guerrillero y escarmentaran de alguna vez seguir sus pasos. El rey nombró comisionado regio para juzgar la causa de Juan Martín Díez a Domingo Fuentenebro, fiel realista y enemigo personal del acusado, que el 20 de abril de 1825 dictó sentencia de muerte contra él.

Estatua del Empecinado en Castrillo de DueroEl 20 de agosto de ese mismo año se le llevó a la plaza del pueblo. Cuando se dio cuenta de que lo iban a subir por la escalera del cadalso para ahorcarlo, en vez de fusilarlo con el honor que su rango militar exigía, dice la crónica que dio tan fuerte golpe con las manos que rompió las esposas. Se tiró sobre el ayudante del batallón para arrancarle la espada, trató de escapar entonces en dirección a la colegiata y se escabulló entre las filas de los soldados. Provocó una terrible confusión. Las gentes corrieron despavoridas y las autoridades se quedaron paralizadas. Consiguieron los voluntarios realistas reducirlo al final, cosiéndolo a bayonetazos, y se le volvió a llevar al pie del cadalso. Se hizo traer una maroma y fue atado por el tronco como un animal, y como a un animal se le izó hasta el parapeto de la horca donde se le puso la soga al cuello: «Dióse la última orden y quedó colgado, y tan fuerte y violento fue el tirón que una de sus alpargatas fue a parar a doscientos pasos de lejos, y al momento quedó su cara tan negra como el carbón». A partir de ese momento su nombre, sus hazañas y todo su legado fueron denostados hasta hacerle caer en el olvido.

Allá por 1976, en el espacio Paisaje con figuras que presentaba Antonio Gala en Televisión Española, el poeta introducía al personaje con las siguientes palabras: «Si hay algo que pueda ser llamado lo español, y si hay un hombre que pudiera representarlo, este sería Juan Martín Díez el Empecinado; español de los pies a la cabeza, inculto y prodigioso, español desde el instintivo principio de su epopeya, español por lo heroico y por lo mal pagado». Guerrillero, héroe, patriota y siempre Empecinado.

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