Joe Coughlin, uno de los nuestros
Acaba de llegar a las librerías españolas Ese mundo desparecido (Salamandra), capítulo final de las desventuras de Joe Coughlin, personaje presentado por Dennis Lehane en Cualquier otro día (RBA), y cuya primera historia protagonista, Vivir de noche (RBA), acaba de ser llevada al cine con resultados poco satisfactorios por Ben Affleck. Aprovechamos la ocasión para acercarnos a la figura de un gánster literario fascinante, evocador del mito moderno del antihéroe mafioso, así como a la de un escritor que ya es historia viva de la cultura popular moderna.
En el nombre de Dennis Lehane
Dennis Lehane es posiblemente el escritor norteamericano más cinematográfico de las últimas décadas. Casi todo lo que ha ido publicando desde el deslumbrante éxito de Mystic River (novela de 2001 adaptada en el cine por Clint Eastwood en 2003) ha sido automáticamente traspasado a la gran pantalla. Lo hizo Ben Affleck en su debut como director con Despareció una noche (2007), cuarta entrega de la pareja de detectives Kenzie y Genaro; lo hizo Martin Scorsese en 2009 con la paranoica historia de terror disfrazada de novela negra que era Shutter Island (2003); lo hizo Michael R. Roskam en 2014, convirtiendo en largometraje el relato corto Animal Rescue, al que el propio Lehane dio forma de guion para la película y a su vez novelizó en La entrega (2014); y lo ha hecho de nuevo Ben Affleck a finales de 2016 con su fallida Vivir de noche. En una industria tan poco dada al riesgo como la hollywoodiense, Dennis Lehane parece ser un valor seguro.
Pero no solo en la gran pantalla hemos visto traducidas a imágenes las palabras del escritor bostoniano; el mundo de la televisión ha disfrutado de su pluma en series tan icónicas como The Wire (HBO) o Boardwalk Empire (HBO). A fin de cuentas, esta amigable relación con el medio audiovisual es entendible, habida cuenta la estrecha relación que el género negro ha mantenido siempre con el cine y la televisión. En ese sentido, se puede ver en Lehane una especie de Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Patricia Highsmith, Jim Thompson o Ross McDonald contemporáneo; un nuevo maestro del policiaco al que Hollywood está dispuesto a exprimir al máximo.
Sin embargo, y como ya sucediera con aquellos autores, reducir la escritura de Lehane a una mera etiqueta genérica, es un simplismo que emborrona la profundidad de su mirada literaria y las virtudes de su prosa. Aunque gárgolas de la intelectualidad como Harold Bloom no lo vayan a incluir en sus cánones, posiblemente porque nunca lo han leído, Lehane debería ser considerado uno de los grandes cronistas sociales estadounidenses de su época. Y no solo porque en sus obras más de género radiografíe la Norteamérica actual con una precisión y lirismo que deja en carne de postureo literario a autores tan inanes como Jonathan Franzen o Michael Chabon, sino por su facilidad para levantar monumentales frescos históricos con los que acercarnos a algunos de los momentos más interesantes de su país. Y es que si un ladrillo insufrible como La broma infinita de David Foster Wallace es considero candidato a la «Gran Novela Americana» (esa entelequia lubricadora de los sueños húmedos de la crítica literaria yanqui), ¿a qué no aspirará Cualquier otro día, el maravilloso y descarnado retrato del Boston post Primera Guerra Mundial compuesto por Lehane en 2008?
Sin los artificios y efectismos en los que suelen caer algunos autores de novela policiaca, o el barroquismo vacuo de muchos escritores de renombre, Lehane demuestra en cada novela que tiene voz propia y oficio, que domina los mecanismos de la narración y que maneja los tiempos con precisión, consiguiendo un equilibrio perfecto entre la vertiginosa acción propia de la ficción criminal y el lirismo del relato literario más preciosista. Y además es un autor con mucho que decir, dado que sus relatos nacen de escrutar el presente y el pasado de su país en busca de sacar a la luz la cara oculta de su realidad. El último ejemplo de su genio lo encontramos en Ese mundo desaparecido (Salamandra, 2017).
Viviendo de noche, muriendo de día
Ese mundo desaparecido ha llegado a las librerías anunciada como la tercera parte de una trilogía sobre los Coughlin, etiqueta editorial ligeramente inexacta pero que suponemos ayuda a vender libros más fácilmente.
Las tribulaciones de los Coughlin, familia de inmigrantes irlandeses asentada a principios de siglo XX en Boston, se inician con la citada Cualquier otro día, aunque en realidad esta sea una obra coral con varios personajes protagonistas. Será con Vivir de noche, especie de spin off protagonizado por el conflictivo benjamín de la familia, Joe, cuando la atención narrativa recaiga definitiva y exclusivamente en uno de los Coughlin. Si en la primera novela se nos contaba, entre otras, la historia del joven policía Danny Coughlin en ese convulso Boston de la segunda década del siglo XX asediado por huelgas, lucha sindical, anarquismo, terrorismo y criminalidad, ahora seguiremos los pasos del hermano pequeño en su incipiente vida delictiva durante los años de la Ley Seca.
Ambientada por tanto en la década de los veinte, en plena Prohibición, la novela arranca en los bajos fondos de Boston, donde la mafia, como en el resto del país, está en pleno auge adueñándose del negocio ilegal del alcohol. Pero cuando empezamos a pensar que se nos va a contar la historia de un Al Capone bostoniano, Lehane lleva a su protagonista a Tampa, Florida, concretamente a la ciudad de Ybor. Nos introduce así en el mundo del ron cubano, de los clubes de jazz y de las tabacaleras; el de las minorías hispanas, la resistencia cubana a Machado y la amenaza xenófoba y moralista del fanatismo religioso sureño. Si hasta ahora en la ficción habíamos visto lo que era la Ley Seca en las grandes ciudades norteamericanas alrededor del contrabando de whisky, Lehane nos aporta algo nuevo: nos lleva a la calurosa y efervescente Florida, y nos adentra en el comercio de ron que en aquellos años llegaba de Cuba o de Jamaica a través de la ciudad de Tampa.
Vivir de noche es mucho más que una novela de gánsteres, además de por momentos un entretenidísimo drama carcelario: es también una novela histórica sobre uno de los episodios más trascendentales de la historia de los Estados Unidos, y una novela social sobre el lado oscuro de la supuesta belle époque y su gente bonita. Además, los paralelismos con el mundo actual, con su crisis económica y la eterna guerra de y contra las drogas, la hacen esclarecedoramente vigente. Y no hay que olvidar que su tema de fondo, el de la mafia, y concretamente el de su creación, es algo que interesa especialmente a los estadounidenses, al poner en tela de juicio la naturaleza de sus órganos de poder y dar una vuelta de tuerca más a su manido y complejo concepto de libertad.
Así pues, si Vivir de noche puede considerarse una novela independiente aunque emparentada con Cualquier otro día, Ese mundo desaparecido es su continuación directa. En ella la acción se sitúa en los años cuarenta, en plena Segunda Guerra Mundial, momento en el que Joe Coughlin vive una especie de retiro de su vida mafiosa ejerciendo de consejero del clan de los Bartolo. Es el hombre que hace ganar dinero a los tipos malos con negocios legales, cansado ya como anda de las luchas de poder y de que sus actos afecten a sus seres queridos. No obstante, cuando llega a sus oídos que alguien ha puesto precio a su cabeza, la amenaza hará resurgir su instinto animal de supervivencia.
Menos rica en ambientación y acción que su predecesora, Ese mundo desaparecido gana a cambio en profundidad emocional, convirtiéndose en el sentido relato crepuscular de un mafioso aterido por los dilemas más recurrentes del autor, como el sentimiento de culpa, la muerte, la familia y el peligro de la infancia amenazada. A diferencia del hard boiled, Dennis Lehane suele apartar su mirada de la violencia explícita fijando su atención en las consecuencias que esta tiene sobre las personas, de ahí que el niño que se la aparece como un fantasma a Joe se erija como una significativa metáfora de la batalla interna que se libra en su cabeza; una batalla que le hace diferente al resto de sus colegas, pero que no le redime de sus pecados.
Más que una trilogía sobre la familia Coughlin, deberíamos hablar de un díptico (compuesto por Vivir de noche y Ese mundo desaparecido) acerca del inevitable camino a la perdición de una persona que vende su alma al diablo pero se olvida de entregarle también su conciencia.
El gánster, último forajido de la sociedad capitalista
«¿Puede un hombre ser al mismo tiempo un buen criminal y una buena persona?» Esta es la reflexión con la que se nos presenta a Joe Coughlin, y es la cuestión que sobrevuela todas las páginas que protagoniza. Podría pensarse que con este punto de partida Lehane nos llevará a un intento más en el subgénero de la mafia de construir un malo molón, de esos que hacen las delicias del chonismo intelectual cegado por Vito Corleone, Tony Soprano y demás sanctasanctórum mafioso. Y en cierta manera así es. Pero, pese a los lugares comunes, Lehane se las arregla para crear un gánster muy poco al uso.
Porque el más joven de los Coughlin no encaja exactamente con la descripción clásica de mafioso. Lejos del perfil de chaval de la calle que se hace delincuente para sobrevivir, Joe es un chico de bien, hijo de inmigrantes irlandeses, que se rebela contra la férrea e hipócrita autoridad de su padre (importante pero corrupto jefe de policía de Boston) y contra una sociedad que se rige por mecanismos en los que no cree. Por eso su primera voluntad es la de mantenerse como un outlaw en la línea del idealizado forajido del Oeste; por eso a lo largo de su ascendente vida criminal tiene que pugnar continuamente con los dilemas morales a los que sus negocios sucios le someten; porque como se acabará dando cuenta, él no es realmente un «fuera de la ley», sino un mafioso, y por muy buena persona que quiera ser, es imposible ascender en ese mundo sin ensuciarse antes las manos.
Y es que la ficción ha elevado a los altares de los mitos modernos una imagen edulcorada del gánster, haciéndolo pasar por una especie de honesto criminal que hace la guerra por su cuenta, un Robin Hood que aunque se queda el dinero que roba, protege a la comunidad a su manera. El antihéroe definitivo de la sociedad capitalista. Gustan los mafiosos porque representan una versión anti-institucional del sueño americano, que en el fondo es el sueño del mundo liberal globalizado. Hablamos de criminales que se enriquecen de forma paralela al Estado, pero sin la hipocresía de banqueros, empresarios o políticos. Vale que protagonizan actos moralmente reprochables como extorsionar, robar, torturar y matar, pero a la vez se presentan como garantes de unos supuestos códigos morales y de un concepto muy peculiar de honor y lealtad, que hace que los veamos bajo una pátina romántica perversamente atractiva. Por decirlo de alguna manera, caemos presa de cierto síndrome de Estocolmo hacia ellos.
Joe Coughlin no es una excepción. Es un personaje deslumbrante, tan atractivo como tramposo en su propia concepción, puramente literaria, y del que parece imposible encontrar contrapartida en la vida real. Y esto, que podría ser un hándicap, pero no siempre lo es (mírese Sherlock Holmes, al que todos adoramos), Lehane lo maneja acertadamente logrando hacer verosímil lo inverosímil, y obteniendo así el que está llamado a ser uno de los hampones más interesantes de la literatura negro-criminal reciente. Y lo es precisamente porque hace gala de una moralidad dentro de su propia amoralidad.
De tantas veces que ha sido retratado el mundo de la mafia en cine y literatura, ha llegado a crearse un retrato romántico de hampones elegantes, mujeres fatales, autoridades corruptas y clubes de jazz. Lehane participa de esta mística, aunque tímidamente, como el que barniza un cuadro para darle brillo en lo que él mismo declara que es su personal homenaje a las antiguas películas de gánsteres que veía en su infancia. No obstante, debajo de esa imagen, como en todas sus novelas, subyace latente la dolorosa certeza de una verdad ancestral en el ser humano: no existe belleza en la muerte, ni pecado que no lleve acarreada su condena.
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