King Kong contra Godzilla y King Kong se escapa: cuando el rey de la isla Calavera fue un kaiju
El próximo estreno de Kong: la isla calavera (Kong: Skull Island, 2017) ha sacado de nuevo al mono gigante más famoso del séptimo arte a la palestra. Una de las principales novedades de esta nueva versión es el titánico tamaño de nuestro gorila favorito, convertido aquí en un animal de al menos cien pies de altura, lo que a ojo de buen cubero le lleva hacia los treinta metros. Para hacernos una idea, el de la versión de Peter Jackson medía aproximadamente ocho. Parece claro, por tanto, que la idea es que pueda enfrentarse a Godzilla sin caer en el ridículo más absoluto, como también lo es el hecho de que, pese a todo, no es el King Kong más alto de la historia. Porque, aunque a muchos parezca habérseles olvidado, King Kong ya fue un kaiju antes de este nuevo monsterverso.
Si hay unas películas con las que el aficionado casual al cine puede identificar a Japón, incluso más allá del chambara histórico de Akira Kurosawa, esas son los kaiju-eiga, vulgarmente reducidas al término de cine de kaiju o cine de monstruos gigantes. Un subgénero del fantástico nacido en los años cincuenta del pasado siglo y que ha llegado a sobrevivir hasta nuestros tiempos en plena forma, basándose en la espectacularidad, la destrucción aparentemente sin fin y algunos personajes que oscilan entre lo fascinante y lo descacharrante. Pocos subgéneros tienen tan escasas pretensiones y abrazan con tanta facilidad la máxima de «todo por la diversión». Que los resultados a menudo sean más bien aburridos es solamente un efecto secundario que nadie en la producción busca.
El origen de los kaiju
Todos hemos oído hablar de Godzilla a estas alturas, eso es casi seguro. Si eres de los pocos que ha conseguido evitar un encuentro con el kaiju más famoso de todos, seguramente ha sido a propósito. El bueno de Godzilla ha salido en Los Simpsons, en el título de un tema de Mark Eitzel, como secundario en cómics de todo tipo, ha sido referenciado en casi cualquier medio que se nos pueda ocurrir y además ha sido nombrado ciudadano honorífico de Japón. Esto último es bastante coherente para un país que entiende que no hay mejores embajadores para unas olimpiadas que Son Goku o Astroboy.
El caso es que el nacimiento de Godzilla está unido, como casi todo en el cine japonés, a una reacción a lo recibido desde el exterior. El éxito de producciones como La bestia de tiempos remotos (The Beast from 20,000 Fathoms, 1953) y del reestreno en 1952 del King Kong (id.,1933) de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, dio a la productora Toho la idea de aprovecharse de los monstruos gigantes. El proyecto fue concretándose al conseguir como director a Ishirō Honda, un nombre que aparecerá muchas veces a lo largo de este artículo. De su mano se configurará la idea de tener un monstruo creado ex profeso para la cinta, no una recuperación de una bestia mítica. El nuevo monstruo de Japón será, además, fruto de la energía nuclear.
Cuando Japón bajo el terror del monstruo (Gojira, 1954) llegó a las salas de cine del país del Sol Naciente, el público sufrió un shock casi generacional. En la pantalla se podían ver fragmentos de la guerra que acababan de sufrir, causados por una fuerza natural desatada por los experimentos nucleares cerca de las islas. Todo era perfecto para despertar la conciencia de un país que aún estaba recuperándose de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Para los japoneses había bastante más en pantalla que un hombre enfundado en un molesto disfraz de lagarto que se paseaba destrozando maquetas. Godzilla era la personificación de los terrores de toda una sociedad, de una auténtica generación de japoneses.
La dirección de Ishirō Honda y el tono impuesto a la película, fue otro aspecto imprescindible para entender su repercusión. A diferencia de lo que se nos ha dicho en alguna ocasión, el cine kaiju no nació centrado en los monstruos, sino en las consecuencias de sus actos. Japón bajo el terror del monstruo es en realidad un drama de personajes donde las peripecias de un científico especialista en paleontología y sus familiares y amigos están en primer plano en todo momento. Godzilla no deja de ser una fuerza natural cuyos actos sirven como detonante de los sucesos y el fondo sobre el que hablar de heroísmo, deber y, por qué no, una inane historia de amor.
Podría parecer que lo indicado se limitaría solamente a la primera cinta del ciclo del lagarto gigante, pero lejos de ser así, la primera continuación, realizada apenas un año después, mantenía el mismo tono. Godzilla contraataca (Gojira no gyakushû, 1955) insistía con el blanco y negro y buscaba en una plena continuidad con su antecesora. Ahora el protagonismo se trasladaba a una empresa de pesca y, particularmente, a sus dos pilotos encargados de informar y vigilar a los barcos en alta mar. El profesor de la primera cinta hace un pequeño cameo pero, con esa salvedad, no se mantienen personajes, ni entornos. Los humanos, eso es cierto, son intercambiables para Ishirō Honda. Solo Godzilla permanece.
Godzilla contraataca es notable por ser la primera ocasión en la que se juntan dos monstruos en la gran pantalla. El nuevo invitado es llamado Anguilas, en realidad un ankylosaurus un poco maquillado (sobre todo con unas amenazadoras púas alrededor de su especie de caparazón), que solamente le durará un par de asaltos al futuro rey de los monstruos. Quitando eso y la ligeramente mayor presencia en pantalla de Godzilla, el modelo de la primera cinta es seguido de manera estricta. Tenemos conflictos personales que no van a ninguna parte, una escena de destrucción masiva y un final con una resolución algo peregrina para el problema. Sí que debemos destacar que los mejores momentos de la primera película, aquellos que buscaban recordar al espectador las escenas vividas y conocidas tras los ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, han desaparecido de escena. Godzilla contraataca es ya una película mucho más amable.
Curiosamente, la segunda entrega de la saga fue un relativo fracaso en taquilla. No es que perdiese dinero, pero consiguió que durante siete años no hubiese nuevas entregas del primigenio y fundacional kaiju. Gracias a esta desaparición temporal pudimos ver cómo se multiplicaban los nuevos monstruos en las pantallas japonesas. Rodan, Varan o, sobre todo, Mothra, aprovecharían para hacerse con un lugar entre los anales del cine de monstruos japonés. Todos trataban de quedarse con una parte del pastel descubierto por la Toho, mientras esta seguía rumiando cómo volver a aprovechar el tirón de Godzilla.
King Kong contra Godzilla
Hubo que esperar hasta 1962 para volver a ver a Godzilla en la pantalla. Lo volvería a hacer de la mano de Ishirō Honda y esta vez contaría con la ventaja de presentarse a todo color. Esta tercera entrega, de hecho, sería notablemente revolucionaria en lo técnico y en lo conceptual. Posiblemente con ella estemos hablando de la primera película verdaderamente moderna de Godzilla, con la única salvedad de que aún no se le había dado al monstruo el fondo positivo que iría ganando durante las diferentes películas.
En King Kong contra Godzilla (Kingu Kongu tai Gojira, 1962), el lagarto gigante sigue siendo una fuerza de la naturaleza destructora que se escapa de un iceberg al principio de la cinta. Lo de menos es que en Godzilla contraataca quedara atrapado entre la nieve de la falda de una montaña en una isla, ahora es un iceberg y punto. Esta falta de continuidad entre las diferentes entregas era algo bastante habitual en todo el cine de aventuras y fantástico de la época, que contaba con un público al que aparentemente estas cosas le parecían muy menores. Así, también descubriremos más adelante cómo la misma táctica que no servía para nada en la primera entrega, nos referimos al empleo de la electricidad para frenar el avance de Godzilla, es ahora tremendamente efectiva.
En esta ocasión no habrá desintegrador de oxígeno o falda de montaña que valga, la humanidad parece perdida frente al poder destructivo del monstruo. Por suerte, la división publicitaria de una empresa farmacéutica ha dado con la localización de la isla de Faro, que lo de poner una roca con forma de calavera se ve que era bastante incómodo, y por lo tanto con la del mismísimo King Kong. Un King Kong que supera los treinta metros y es adorado por una tribu de japoneses pintados de negro haciendo de indígenas del Pacífico. Lo del blackface no podía ser algo exclusivo de los americanos, también en Japón sabían ser racistas de manera sobresaliente.
King Kong contra Godzilla, mostrando que el nombre no estaba puesto por casualidad, es la primera ocasión en la que toda la película existe exclusivamente para mostrarnos el choque de dos monstruos. La historia humana pierde importancia y se convierte en un elemento casi cómico que se ve reforzado por la pérdida de resonancia sufrida por los ataques de Godzilla hacia la humanidad. Frente a la sensación de desesperación presente en las dos anteriores entregas, sobre todo en Japón bajo el terror del monstruo, aquí la violencia ejercida por los dos monstruos cuando llegan a las ciudades es blanca y lúdica. Para Japón los kaiju son ya un elemento más de un acervo cultural admitido y que no busca abrir nuevas heridas o hurgar en las existentes, sino solamente ofrecer una hora y media de entretenimiento.
Es bien sabido que existieron dos versiones de la película, una para el mercado japonés y otra para el mercado norteamericano. Sin embargo, parece menos conocido que aquello de que el final cambiaba según la que vieses y que en una ganaba Godzilla y en otra King Kong, no es más que una leyenda urbana. Al parecer, se originó con la revista Spacemen en los años sesenta y tuvo continuidad en artículos de Famous Monsters in Filmland y… ¡hasta llegó a aparecer en alguna edición del Trivial Pursuit! Esto podía tener su sentido cuando la versión japonesa era poco menos que una quimera para el aficionado, pero no a día de hoy. Por eso resulta tan chocante que en una publicación española tan reciente como puede ser el libro Tokyo Connection. Una mirada al cine japonés (2014) de José Ángel de Dios, se dé carta de veracidad a una leyenda urbana que ya en 1993 se encargó de destapar el mismísimo Arthur Adams.
Las diferencias entre las versiones, no obstante, son muy notables. En la americana se incluyen unos abundantes insertos en los que un supuesto presentador de los noticieros de las Naciones Unidas se encarga de mantenernos al día de lo sucedido en torno a Godzilla. Esto acaba de un plumazo con casi toda la trama personal de la película, pero al mismo tiempo, le da un cierto aspecto documental que entronca con lo realizado en la primera cinta y cuya influencia llegará hasta la más reciente resurrección del monstruo gracias a Shin Godzilla (id., 2016), aunque esta última lo lleve al paroxismo más demencial.
En cierto modo la versión estadounidense, pese a ser un derivado de la japonesa, resulta aquí más original y única, una de las pocas veces que el trabajo de remontaje realizado en los Estados Unidos ha funcionado y no se ha limitado a machacar a una cinta con mayor o menor mérito. También sirve mucho mejor como punto de entrada al aficionado ocasional que no haya visto las anteriores películas, ya que hace desaparecer las referencias, muy ligeras en todo caso, a las mismas. A esto ayuda el hecho de que en Norteamérica la segunda entrega cambiara el nombre del bueno de Godzilla por el de Gigantis, ni más ni menos.
El que se acerque a un film llamado King Kong contra Godzilla ya debería saber lo que va a ver, así que es inevitable destacar aquí el desarrollo del enfrentamiento que uno espera desde que se empieza a proyectar la película. Existen a lo largo del metraje dos luchas, por llamarlas de alguna manera, entre los dos grandes monstruos. En la primera descubrimos que, por si hacía falta que nos lo mostraran en acción real, el aliento nuclear de Godzilla se sirve y se basta para que el pobre King Kong no pueda siquiera acercarse a él. Posiblemente este encuentro merezca pasar a la historia como la más decepcionante de las grandes luchas del celuloide.
El segundo encuentro, sin embargo, deja aún más claro el problema real bajo el propio concepto de la película: la diferencia de escala entre ambos monstruos. No basta con hacer a King Kong gigantesco para que pueda enfrentarse a Godzilla. Uno es un mono gigante, el otro un lagarto enorme cargado de radioactividad. Dado que todos podemos imaginarnos el resultado de ese posible enfrentamiento, la única solución encontrada por los guionistas es… hacer que King Kong se cargue de electricidad y eso le dé más fuerzas. Y así se consigue un final ambiguo dejando al simio gigante como ganador a los puntos y que viva para ver otro día.
Con todo lo dicho anteriormente, puede entenderse que King Kong contra Godzilla es una película realmente mala, merecido icono del cine más descacharrante y delirante, y habitual de todo festival dedicado al mismo. Sin embargo, eso no la hace menos interesante dentro del desarrollo de todo un subgénero, ni le quita el mérito de ser la primera película de Godzilla realmente moderna: la que definió, ayudada por un enorme éxito de taquilla, lo que estaba por venir. Solamente faltaba lograr que los papeles se intercambiasen y Godzilla se convirtiese en el mal menor, cuando no en el luchador por la humanidad, para que aquí estuviesen concentradas varias décadas de cintas dedicadas al lagarto gigante y sus adláteres. No es poca cosa, la verdad.
King Kong escapa
Para 1967 la herencia de King Kong contra Godzilla ya había tenido tiempo para desarrollarse. Su éxito, ya se ha comentado, fue fulgurante y consiguió repercutir en todo el mundo. El resultado más directo fue la realización de una serie de dibujos animados llamada The King Kong Show. La serie fue bastante importante porque, además, se trató de la primera ocasión en la que un anime era encargado directamente por una productora extranjera. Duró desde 1966 a 1969 y tuvo un gran éxito en los Estados Unidos.
En esencia The King Kong Show no dejaba de ser una serie más, pero animada desde Japón. En ella, un niño llamado Bobby Bond, conocía a King Kong en la isla en la que este vivía, a veces llamada Mondo y otras llamada la isla Calavera, y se hacen amigos después de que el gorila gigante le salvase del ataque de un tiranosaurio. Junto con la familia del niño, viviremos muchas aventuras contra un malvado científico llamado el Dr. Who (sin ninguna relación conocida con cierto viajero temporal) y su creación, el terrible Mechani-Kong, un robot gigante que imita a King Kong y es tan fuerte como él.
El éxito de la serie hizo que los mismos productores de la misma, Rankin/Bass, decidieran encargar una película de acción real a la Toho. Estamos a mediados de los sesenta, un momento en el que nada tenía más éxito que James Bond, así que naturalmente se decidió que lo mejor sería hacer un extraño mejunje que mezclara la acción de los kaiju con unos toques de cine de espías, buscando juntar lo mejor de los dos mundos, al menos en cuanto a su éxito en pantalla. El resultado, como suele suceder en estos casos, estuvo más bien cercano a tomar todo lo malo de sus referentes y quedarse en una incómoda tierra de nadie cuando se trataba de aprovechar sus virtudes. Merece la pena subrayar, eso sí, una curiosa y afortunada coincidencia: tanto en King Kong contra Godzilla como en King Kong escapa (Kingu Kongu no gyakushû, 1967) , está presente la actriz japonesa Mie Hama, también conocida por haber interpretado a Kissy Suzuki en Sólo se vive dos veces (You Only Live Twice, 1967), lo que se convierte en un nuevo nexo entre las películas de Bond y la segunda aparición de Kong en Japón.
King Kong escapa tiene la afortunada idea de sustituir al insoportable Bobby Bond y su familia por la tripulación de un submarino dirigido por un capitán obsesionado con el simio gigante. A su vera van un segundo japonés notablemente falto de personalidad y una oficial médica que se encargará de ser la émulo de Fay Wray en esta nueva entrega. Serán ellos los que den con la isla de Mondo, donde tendrán un primer encuentro con King Kong y descubrirán la debilidad de este por Susan Watson, la oficial médica ya mencionada. El único motivo para la cercanía que se nos muestra es que Kong es un macho y ella, bueno, no hay más que mirarla… Mientras tanto, una potencia maligna se ha aliado con el terrible Dr. Who, un criminal internacional que posee terrenos en el ártico en los que se encuentra el extrañísimo Elemento X, una especie de mineral radioactivo que puede convertir a quien se haga con él en una potencia nuclear capaz de domeñar la Tierra. Para extraerlo, ha decidido inventar un Mechani-kong: dado que King Kong es el ser más fuerte de la tierra, su diseño le copia para superarlo… en fin, eran los sesenta.
Hay que admitirle a King Kong escapa una auténtica y refrescante falta de vergüenza que casi consigue ocultar sus muchas carencias bajo el encanto de lo demencial. La película tiene como referencias a la King Kong original en la relación entre Susan y Kong o en la escena final escalando la torre de Tokyo. Tampoco tiene ningún problema en abrazar su naturaleza de kaiju disimulado con un par de largas escenas de lucha entre monstruos gigantes, una incluso dividida en dos entregas para que Kong pueda encargarse de diferentes dinosaurios hipertrofiados en su isla. También merece fijarse en el hecho de que ya para 1967 se había perfeccionado y se veía con total normalidad que una serie de televisión diera lugar a una adaptación televisiva, con el agravante de que estamos hablando de una de dibujos animados. Casi todas las prácticas que hoy en día nos dan ganas de decir aquello de «es que hacen lo que sea por dinero», provienen de la edad de oro de la explotation y la falta de vergüenza, esos años sesenta y setenta en los que parece que todo valía.
Al parecer, la Toho pretendía hacer más películas de King Kong, pero los problemas con los derechos lo evitaron. Incluso uno de esos proyectos acabó convertido en Los monstruos del mar (Gojira, Ebira, Mosura Nankai no Daikettō, 1966), antes de que se arreglaran las negociaciones con los americanos. ¿Habría podido King Kong destronar al mismísimo Godzilla si los dueños de los derechos lo hubiesen permitido? Resulta curioso pararse a pensar en esta posibilidad, en un victorioso Kong viajando al espacio y haciéndose amigo de gente como Mothra, mientras Godzilla se ve relegado a un papel anecdótico, a ser otro más de sus amigos. Por suerte o por desgracia no fue así, y King Kong escapa fue la última obra japonesa que pudo contar con el mono gigante creado por Edgar Wallace.
La herencia del choque de monstruos
Es más que probable que las apariciones de King Kong en los films de la Toho pudieran servir de base para la reinterpretación del personaje en las películas de John Guillermin, en las que su tamaño era mucho mayor que en el clásico de los años treinta. Quitando eso, la falta de material derivado de Kong hizo que su peso específico seguramente fuera mucho menor de lo merecido en el desarrollo mitológico del rey de la isla Calavera.
En cualquier caso, ahora ha llegado el momento de volver la vista atrás gracias a la aparentemente novedosa idea hollywoodiense de emparejar de nuevo a Kong y Godzilla. Ha hecho falta más de medio siglo para que la mayor industria del entretenimiento del mundo decida abrazar una idea que, no obstante, se concibió en Japón como una mera forma de exprimir el éxito de dos personajes que solamente coincidían en ser monstruos más o menos gigantes. Esa explotación indisimulada y gamberra de los personajes, parece ahora condenada a dar vida a un blockbuster que seguramente pretenda recubrirse de una pátina de seriedad que realmente no casa con el tema elegido.
Revisitar las películas de la Toho dedicadas a King Kong nos lleva a tiempos en cierto modo más felices, faltos de ideas preconcebidas y donde los niños y la juventud veían asombrados la lucha entre dos tipos enfundados en trajes de plástico, pensando que los dos mayores monstruos de la Tierra se encontraban al fin. Tal vez no era buen cine, pero un poco de esa capacidad de fantasía nos haría mucho bien a día de hoy.
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