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«La anarquía. La Compañía de las Indias Orientales y el expolio de la India», de William Dalrymple

La lengua inglesa ha convertido el término mogul en sinónimo de individuo poderoso, especialmente en los medios de comunicación o el cine. Esta palabra, derivada del título de Gran Mogol dado al gobernante de uno de los estados más ricos y poderosos de su tiempo, acabó convirtiéndose en un concepto ligado a lujo oriental y el poder personal. En La Anarquía: La Compañía de las Indias Orientales y el expolio de la India (Desperta Ferro Ediciones, 2021), el autor escocés William Dalrymple nos informa, además, de otra palabra que pasó por la misma época desde la India al inglés y que es fundamental para entender este libro: loot . Es decir, botín.

El poder del Gran Mogol se disolvió, en gran parte, ante el empuje de una simple empresa, un enemigo sin rostro (o dotado de múltiples rostros de funcionarios y soldados): La Compañía de las Indias Orientales (CIO), una compañía de orígenes humildes que había sido fundada en Londres en 1599 y tenía un pasado poco brillante, no muy lejos de la pura piratería. Sin embargo, acabó convirtiéndose en uno de los grandes poderes económicos y militares del mundo; en un poder más allá del imperio de cualquier ley[1].

El mismo Imperio Mogol o Timurida[2] se había configurado en el poder supremo del continente Indio tan solo en el siglo XVII, imponiendo una dinastía extranjera y musulmana sobre un mosaico étnico y religioso, dominado numéricamente por los hindúes. La historia comienza cuando Zahir al-Din Muhammad (1483-1530)[3], más conocido como Babar o Babur (tigre), aprovechando las disputas internas del poderoso sultanato de Delhi plantó sus cuarteles en el norte de la India en 1526, fortalecido por tácticas innovadoras y los cañones y mosquetes otomanos.

Sus descendientes, especialmente su nieto Akbar el Grande (que gobernó entre 1556 y 1605), ampliaron su poder, pero también configuraron un sistema de tributos y obligaciones militares que les convirtió en señores de millones de almas y, a Akbar, en uno de los monarcas más ricos de la historia. Tras ese ascenso fulgurante, la decadencia del imperio, que se considera iniciada tradicionalmente con el fin del reinado de Aurangzeb (reino de 1658 a 1707), fue igualmente dramática: antiguos vasallos se independizaban, los nobles conspiraban entre sí o en contra del monarca y los enemigos externos e internos se multiplicaban.

Pero, pese a que su poder se deshacía a ojos vista creando un mosaico de poderes formales y reales que ninguna breve descripción puede simplificar, la corte imperial seguía rodeada de una riqueza fabulosa, casi quimérica.  La riqueza de la India, la fabulosa montaña de joyas y oro, pero también (y sobre todo) la riqueza en algodón y mano de obra, es un punto en que Dalrymple incide a menudo, con cifras que resultan mareantes y que, para los representantes de la Compañía, debían ser casi imposibles de concebir.

La historia que traza Dalrymple es, pues, una historia de codicia; una historia en la que el hambre voraz de los inversores de la lejana Inglaterra sirvieron como motor de una maquinaria de guerra cada vez más poderosa. Se crearon, así, unos engranajes que se mostraban inflexibles ante el sufrimiento o los deseos de los habitantes de la India. Esa conexión entre la fría y moderna Inglaterra, donde las batallas y las hambrunas se contabilizan en las columnas de debe y haber de una oscura oficina y se movían hilos en los salones de un parlamento que provocaba sufrimiento al otro lado del mundo, es uno de los grandes aciertos de este libro.

No obstante, algunos personajes destacan en este gran cuadro. Quizás, incluso se pueda acusar al autor de centrarse demasiado en explicaciones personalistas o en reflejar el carácter ejemplar o corrupto de determinadas figuras, más que las estructuras sociales en sentido amplio. Por momentos, Darlymple narra como el autor de una novela de aventuras, con personajes dibujados vivamente, ocupando los papeles de héroes o villanos.

Shah Alam (1728-1806), el príncipe mogol que casi consigue una imposible victoria frente al destino, es quizás el que más atrae las simpatías del autor. Pero el epítome del relato se encarna en la figura de Robert Clive (1725-1774). Hijo de una familia respetable, pero modesta, ya de niño fue violento y turbulento[4] y acabó convertido en dudoso héroe imperial y conquistador. Dalrymple no se ahorra calificativos contra él: corrupto, mentiroso, oportunista, ignorante, hipócrita y sanguinario son solo algunos de los que le dedica, aunque no puede negarse tampoco su efectividad despiadada. Clive se convierte, en cierta manera, en la personificación de la CIO, en el compendio de sus rasgos y portador de gran parte de sus culpas.

El foco sobre la disputa entre la CIO y los mogoles también plantea otro problema, menor, de la obra: el contexto más general sobre los diversos escenarios de la decadencia mogola y otros poderes locales quedan desdibujados. Los Marathas del Deccan, el Shah de Persia o el Emir de Afganistán aparecen y desaparecen de la historia; tal es así, que el libro termina con la rendición del derrotado, cegado y envejecido Shah Alam y la sumisión de Delhi ante la Compañía, sellando la trasferencia de los símbolos del poder del viejo imperio a los nuevos conquistadores. La ausencia de comentarios estructurales o de una visión más completa de las sociedades se puede complementar, claro está, con otras obras o investigaciones; pero, aquí, a veces el contexto se presupone y oscurece algunas de las intenciones del autor.

Compañía de las indias orientalesEl retrato de la CIO como modelo y paradigma de las multinacionales actuales, de los gigantes de la economía que pretenden convertirse (o se han convertido ya) en poderes más allá de cualquier sujeción jurisdiccional, es sugerente, pero limitada. Por una parte, la idealización de los representantes de las élites nacionales, o del desarrollo interno del colonizado, no debe hacer olvidar que la configuración de la Compañía es, precisamente, el desarrollo consustancial a la evolución del sistema capitalista nacional. De un sistema colonizador, en este caso. Es la necesidad de aumentar los márgenes de beneficio, el motor básico de las relaciones capitalistas, la causa de esta evolución que no puede, desde mi punto de vista, negarse con presupuestos nostálgicos, si no solamente desde una necesaria impugnación a futuro. Por otra parte, el papel de la CIO no puede desligarse de su momento histórico y de le evolución contemporánea de otros proyectos imperialistas y su papel como instrumento (y no como oponente) de la expansión del estado británico.

El texto de Dalrymple es, en definitiva, una visión dramática y colorida de un mundo verdadero y desconocido, de un siglo y una geografía normalmente poco representada en la bibliografía hispana; un relato apasionante que abre, además, interesantes opciones de reflexión, pero que no agota el tema tratado y que requiere, quizás, alguna profundización paralela.


[1]Solo en 1857, tras el famoso Motín (o primera guerra de indepenencia India, depende de quién preguntes) y más allá del alcance de este libro, los dominios de la Compañía en la India se integran oficialmente a la gobernanza británica.

[2]Aunque culturalmente eran plenamente persas la dinastía se preciaba de descender, por linea materna, del gran conquistador turco-mongol Tamerlán (1336-1405), de donde derivan ambos nombres. Otro término utilizado por los emperadores mismos para la dinastía era el de Gurkani (del persa ,“yernos”) también en relación con esta ascendencia.

[3]Nacido en Andiyán (Uzbekistán), fue exiliado de sus tierras familares y conquistó Kabul en 1504, desde donde comenzó a ambicionar las riquezas del Indostán.

[4]Llega a contar que en su pueblo natal, Market Drayton en  Shropshire, había organizado un grupo de niños que practicaban el clásico negocio de protección cuyas víctima eran los comerciantes locales.

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