Lotería y olé: breve cuento de Navidad
Llega esa época del año en que se disparan el gasto y el consumo en nuestros hogares. Entre obsequios, comilonas y despedidas, ingesta de brebajes burbujeantes y brindis a la luz de bombillas multicolores, se cuela también el intercambio de boletos para el sorteo más participado. Permítanme relatarles un breve cuento de navidad, un pequeño resumen de la historia de esta tradición tan nuestra
«Ya se acercan las navidades. Felices niños golpean la puerta de casa los sábados a la mañana para ofrecer la papeleta de su club de futbito. Exuberantes, insoportables y exudados adolescentes hacen lo mismo para el viaje de estudios a un parque temático. Este es el fenómeno equivalente a las galletas que venden las abejas-scouts en los países anglosajones, pero en modo de participaciones con recargo. En el trabajo (el que lo tenga) tus compañeros te comprometen, igual ocurre con tus amistades y familiares: para el voleibol de la niña; para la asociación de vecinos del barrio; para las fiestas del pueblo; para la madre que lo parió. En el bar, sobre la cafetera, bajo los cuernos de ciervo, el número que el establecimiento juega. En la frutería, la carnicería, incluso en la farmacia, se repite la situación. Hay veces en que desearía enterrarme entre plumón nórdico para renacer en enero, después de Reyes y el sorteo del Niño».
El azar y las apuestas a lo largo de la historia
La lotería, en esencia, no es más que un juego de azar. Pero la presencia de huesos de astrágalo de ciervos y ovejas, reunidos en ajuares funerarios en las burgalesas excavaciones de Atapuerca, hacen presumir a la comunidad de antropólogos que hace al menos cuarenta mil años que los primeros pobladores de la península ibérica practicaban una suerte de juego de probabilidades. Frente a los restos perforados que, probablemente, serían unidos con hilo de tendón para confeccionar collares, en algunos huesos se advierte un desgaste intencionado en los laterales hasta asemejar su forma a la de un dado (o icosaedro). Estos fragmentos podrían haber sido usados en una suerte azarosa primigenia cuyo concepto básico, mediante sucesivas variaciones, podría haber llegado hasta nosotros a través del juego de las tabas. Muchos milenios después, en diversas obras pictóricas egipcias datadas en el 3000 a. C., se observan representaciones de juegos de dados; Heródoto, por su parte, refería la difusión de este juego entre los jóvenes griegos. Incluso en la Odisea se juega a los dados en la puerta del palacio de Ulises en Ítaca.
En uno de los textos matemáticos chinos más antiguos, el I Ching del 1150 a. C, se analizan las probabilidades de éxito en un juego de apuestas consistente en lanzar dos monedas al aire y obtener diversas combinaciones de cabezas y colas. Un juego similar, también con monedas, era popular en Roma: el navia aut capita. Además de en los ludi públicos, a los antiguos romanos les gustaba realizar apuestas en privado. En el tesserae, juego de dados fabricados en hueso o marfil, estos eran trucados y compensados con pesos tan frecuentemente que se impuso el uso del cubilete (fritillus) para evitar el fraude en su lanzamiento. El micatio, por su parte, enfrentaba a dos oponentes que debían acertar el número que sumarían los dedos de ambos mostrados a la vez y aún más conocida es su afición a las apuestas en las carreras de cuádrigas y los combates de gladiadores.
A través de la herencia latina, los juegos continuaron su evolución durante la Edad Media. La gran difusión de estos entretenimientos obligó a las autoridades europeas a reglamentar la actividad ejercida en las nacientes y prolíficas casas de juego o tahurerías. Es entonces cuando aparecen las primeras regulaciones que sientan las bases del ordenamiento actual del juego, que en aquel momento se basaron en tres líneas de actuación: garantizar el orden público, perseguir la usura y la extorsión y fiscalizar el juego en provecho del erario público. Tanta popularidad alcanzaban estas prácticas que en Valencia, en 1314, Jaime II se vio obligado a emitir un estatuto por el que se castigaba la práctica de cualquier tipo de azares en iglesias y cementerios; y en época de Fernando el Católico los sínodos obispales dictaron cánones restrictivos que sancionaban no solo la práctica, sino incluso la posesión o venta de dados y naipes. En Barcelona, a mediados del siglo XIV, encontramos la primera referencia a sanciones relacionadas con las rifas particulares en nuestro país. Finalmente, el conjunto de decisiones tomadas a lo largo de estos siglos acabó transformándose en lo que podríamos considerar un antecesor de nuestra actual lotería.
La rifa napolitana y Esquilache
Si lo que se rastrea, más concretamente, son los juegos en los que se premia la posesión de un billete, es posible encontrar datos referidos de nuevo a la Roma imperial, en la que Calígula disfrutaba dejando en manos del azar la decisión de otorgar la libertad o la muerte a sus esclavos. En Génova, a mediados del siglo XVII, los cinco principales puestos del senado de la República Genovesa eran sorteados entre los noventa senadores electos. Sin embargo, los pioneros en regular y fiscalizar las rifas en provecho del Estado habían sido los napolitanos, hacia 1448, con la creación e implantación de la Lotto.
En 1748, el rey Carlos VII de Nápoles nombró inspector general de aduanas a Leopoldo Di Gregorio, diplomático originario de Messina. Años más tarde y rebajado al marchesato di Squillace tras la coronación de Carlos III de España como rey napolitano, Leopoldo acompañaría al monarca hasta Madrid para dirigir la Hacienda Real y la Secretaría de Guerra. Desde su posición llevó a cabo varias reformas ilustradas que ayudaron al rey a ser recordado como el mejor alcalde de la capital, pero a ojos de los españoles de la época se convirtió en el déspota marqués de Esquilache. Como intendente de la ciudad ordenó empedrar las principales vías de la capital, realizar las primeras obras de saneamiento y alumbrado público e impulsó la construcción de hospitales. Para financiar estas empresas propuso ante el rey un modelo de recaudación que ya había practicado en Nápoles, fundando la Lotería Real de la Villa de Madrid, registrada por Real Decreto de 30 de septiembre de 1763: «(…) He tenido por oportuno y conveniente establecer en Madrid una lotto, (…) para que su recaudación se convierta en beneficio de hospitales, hospicios y otras obras pías y públicas, en que se consumen anualmente muchas caudales de mi Real Erario, para perjuicio del resto del territorio (…)». Sin embargo, este primer sorteo era en realidad más similar a la actual quiniela primitiva que a la Lotería Nacional, cuya creación sería más preciso atribuir a Ciriaco González Carvajal.
El nacimiento del sorteo actual
Cuando tras la guerra de la Independencia (1808-1814) el resentido pueblo español expulsó a los últimos leales a Pepe Botella, las arcas del reino estaban vacías. No era culpa necesariamente de los franceses, pues antes de la ocupación y posterior guerra hacía décadas que los caprichos del absolutismo eran económicamente inviables. La mayoría de las colonias había aprovechado la coyuntura del desgobierno para tratar de independizarse, así que no había más oro indio que saquear; Filipinas quedaba muy lejos; las rutas navales estaban atestadas de albiones, Drakes y Barbanegras; y por vender la Florida nos ofrecían dos maravedíes. Godoy había sido lo peor que le había pasado a España en siglos pero ¿quién iba a pensar cuando firmó los tratados de San Ildefonso y Aranjuez (invitando a Napoleón a invadir Portugal vía Pirineos) que los franceses, como el cuñado que nunca se va, decidirían quedarse?
Pero el caso es que, una vez terminó la guerra, José Bonaparte se fue con los álbumes de fotos y el joyero, dejando el erario lleno de telarañas. Fue en ese momento cuando Ciriaco González de Carvajal propuso «un medio para incrementar los ingresos del erario público sin quebranto para los contribuyentes» a las Cortes de Cádiz, pues acababa de regresar de Manila, donde era Oídor de la Real Audiencia, y allí aún sobrevivía la idea de la lotto de Esquilache que había caído en desuso en la península.
Tras ensayar la idea en Cádiz, San Fernando y Ceuta, el 28 de febrero de 1814, hace ya doscientos años, el primer sorteo de la Lotería Nacional de Billetes se celebró en Madrid. Fernando VII le cambió el nombre a Lotería Moderna, para que luego durante el Trienio Liberal pasara a llamarse Lotería Nacional. Con la vuelta de El Felón y el absolutismo, el sorteo regresó también a su denominación de Lotería Moderna, pero solo hasta que El Deseado pasó a mejor vida y alguien tuvo la genial ocurrencia de llamarlo, claro está, Lotería Nacional.
Porque, por supuesto, ni siquiera aquello que reúne un cierto consenso social funciona con normalidad en un país dividido. Para 1935 las rentas de loterías suponían el 1% del producto interior bruto español, lo que representaba aproximadamente el 3% de los ingresos fiscales de la República. Con el golpe de estado y la paulatina conquista franquista del país, los dos bandos necesitaban más que nunca ingresar caudales para compensar el esfuerzo bélico, así que los sorteos se siguieron celebrando en diversas capitales, siempre que la cercanía del frente lo permitiese: los republicanos los celebraron en Madrid, Valencia y Barcelona, sucesivamente, y el bando nacional, por su parte, en Sevilla y Burgos. El último sorteo de la Lotería Nacional republicana tuvo lugar en la ciudad condal el 21 de enero de 1939, cinco días antes de la entrada en la ciudad de las tropas de Franco. El 1 de agosto del mismo año, se volvió a celebrar el sorteo en Madrid, una vez reunificado el territorio español. Fue el primero desarrollado con normalidad desde el inicio de la contienda y, desde entonces, ha seguido celebrándose de manera ininterrumpida hasta nuestros días.
Funcionamiento y números
Los sorteos extraordinarios de lotería como son los de Navidad y el Niño difieren de los semanales en cuantía y cantidad de los premios, pero el funcionamiento de todos viene a ser similar. En el caso del navideño, el periodo de venta de boletos para el sorteo conocido como Gordo de Navidad comienza en la primera semana del mes de julio y finaliza el 21 de diciembre. Estos boletos se denominan décimos, ya que cada uno de ellos representa la décima parte del billete. Desde 2011 participan cien mil números, desde el 00000 hasta el 99999. Cada billete tiene el precio de doscientos euros y su propietario obtiene con su compra el derecho a dividirlo en las conocidas participaciones. En 2014 se emitirán ciento noventa y cinco series de cada número, alcanzando un total de tres mil novecientos millones de euros en ventas.
El 70% de la recaudación se destina a premios, que en caso de quedar desiertos (no ser vendidos) ingresan directamente en el Tesoro Público. El 3,7% se dirige al pago de comisiones de las administraciones; el 4,3% a gastos de gestión, emisión y publicidad; y el 22%, una vez más, ingresa directamente en las arcas públicas.
En el bombo de premios se introducen mil ochocientas siete bolas con las cantidades que representan. Hay un primer, un segundo y un tercer premio; dos cuartos y ocho quintos, así como mil setecientos noventa y cuatro premios menores conocidos como pedrea; diversos premios especiales relacionados con la coincidencia de terminaciones de cifras; y nueve mil novecientos noventa y nueve reintegros. La probabilidad de que un niño de San Ildefonso extraiga un número en tu poder, querido lector, es del 0,0001%.
Y es que desde 1771, las manos y gargantas inocentes que extraen y cantan los números del sorteo son elegidas entre los alumnos del Colegio de San Ildefonso, institución creada en 1534 por Carlos V y dedicada durante cuatro siglos a la acogida y educación de niños huérfanos. Seleccionados por el timbre de su voz y adiestrados en el manejo de las bolas y su correcta lectura mediante ensayos continuos, son unas de las figuras más reconocidas de esta tradición.
El impuesto voluntario
Durante el año 2013, debido a la crisis económica, el impuesto de loterías aportó a las arcas del Estado tan solo doscientos setenta millones de euros, menos del 30% de los casi novecientos millones presupuestados. A eso habría que añadir otros ciento diecisiete millones de la recaudación del Gordo de Navidad del mismo año, que se incluyeron en los presupuestos del siguiente. Para compensar la pérdida de tributos e impulsar la recaudación fiscal, el gobierno, desde enero de 2014, penaliza la ganancia de los premios superiores a dos mil quinientos euros, antes exentos, con una retención del 20%. Es decir, en caso de resultar usted agraciado con los cuatrocientos mil euros del Gordo, tenga la precaución de reservar ochenta mil para las arcas públicas o, lo que es lo mismo, pague el impuesto dos veces. Sepa además que la probabilidad real de obtener un premio mayor que el reintegro de lo apostado es del 5,3%, y la de perder el total de lo invertido del 85%. ¿Merece la pena ser accionista del Estado de esta forma, una vez conocidos estos números?
La Lotería Nacional es un impuesto voluntario que pagamos por nuestros sueños. Por liquidar la hipoteca, cambiar de coche, irnos de vacaciones, reformar el baño y la cocina o tapar agujeros. Es un gran negocio, el mayor que tiene el Estado, porque él solo se juega apenas la mitad de lo recaudado. Cualquier empresa o persona que organizara una rifa en la que por percibir, por ejemplo, diez euros, prometiera devolver cinco, sería considerado un estafador y caería sobre él el peso de la ley. Pero si el cumplir nuestros humildes sueños es el primer factor que nos lleva a invertir en esta quimera, la envidia es el segundo: el «no vaya a ser que le toque a este y a mí no», así que compramos. El tercer factor que nos incita a invertir en azar es el bombardeo publicitario a que nos vemos sometidos en televisiones, radios, diarios, paradas de autobús y estaciones de metro. Jingles bizarros y pegadizos y emotivas escenas solidarias que nos taladran el subconsciente animándonos a gastar lo que no deberíamos y muchos no tienen.
Pero no somos los españoles los únicos «jugadores altruistas» para con el Estado que hay en el mundo. En Portugal, nuestro país vecino, se juegan las Lotaria Clássica y la Popular, la primera desde 1783, y existen sorteos similares en diversas partes del mundo. Hay loterías nacionales en México, Argentina, Venezuela, Ecuador, la Baloto en Colombia, la Lotería de Concepción chilena, y las de California, Florida, Nueva Jersey y Texas, en Estados Unidos. El modo de sorteo, no obstante, que más popularidad tiene internacionalmente sería similar al de nuestra Quiniela o Primitiva, en la que es el apostante el que elige los números sobre los que apostar en su billete. De esta modalidad, encontramos ejemplos como la Germanlotto alemana, Superenalotto italiana (tal vez la más conocida), las Lotto inglesa y francesa, y, como no, la Powerball estadounidense, que en 2013 entregó la cantidad de quinientos noventa millones de dólares a un único acertante, batiendo el récord de premio de toda su historia.
No me malinterpreten. Por compromiso social compraré la participación con recargo del club de amigos de lo que sea, porque al final me duele menos tirar dos euros que explicar esto mismo que a ustedes les he contado persona por persona. Compraré el número que se juega en la panadería, no sea que le toque al imbécil de mi vecino (que tenía delante en la cola) y a mí no y, he de sincerarme, enjuagaré una lagrima con la manga del batín entre anuncios de vuelta a casa por Navidad y hosteleros generosos que regalan premios.
Así que llegados a este punto y confesados mis pecados, creo que ya puedo decir la palabra que describe este juego de azar pasivo sin que me tachen de populista o hablar sin conocimiento. Estafa. Existe una cita, atribuida tanto al escritor Robert A. Heinlein como al matemático Roger Jones (dependiendo de la fuente de información consultada) que dice: «La lotería es un impuesto que el gobierno cobra a la gente que no sabe matemáticas». Estafa para incapaces, y olé.
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Si hay 100000 número, la probabilidad de que toque el gordo es 1/100000 (es decir, 1E-5, 0.00001). Y si se representa en %, sería 0.001%. Por lo tanto, el dato que proporcionas para la probabilidad es erróneo.