Marco Aurelio: un filósofo preso del trono imperial
Marco Annio Catilio Severo se estaba preparando para ser uno de los filósofos más importantes de la Roma del siglo II cuando fue nombrado heredero al trono por el emperador Adriano. Lejos de favorecer su gobierno, su elevado pensamiento sufrió un duro choque con los límites impuestos por la realidad cuando asumió el poder bajo el nombre de Marco Elio Aurelio Vero. Fue el nombre que recibió un César que representa como pocos políticos el drama del gobernante superado por las circunstancias e incapaz de llevar a la práctica sus nobles ideales.
La formación del filósofo
Marco Aurelio creció siendo el único hijo varón de una familia de origen romano que, tras un breve paso por Hispania, amasó cierta fortuna y regresó a la capital del imperio a mediados del siglo I de nuestra era, cuando su abuelo fue elevado a la categoría de patricio. La promoción social de los Severos fue tan meteórica, que su padre estuvo pronto en posición de desposar a Domizia Lucilla, única heredera de la fortuna de una familia consular emparentada con los emperadores Adriano y Trajano. Marco Aurelio quedó de este modo incluido en el árbol genealógico de los posibles herederos del trono imperial.
En cualquier caso, la elevada cuna del joven no le privó de sufrir la desgracia de la temprana pérdida de su padre, del que el futuro emperador difícilmente pudo llegar a formarse un recuerdo genuino. Además, siguiendo las costumbres de la época, su madre le entregó al cuidado del servicio y, como era habitual en el seno de las familias patricias, Marco Annio Catilio tuvo varios maestros que se ocuparon de su instrucción. El joven Severo demostró pronto cierto talento literario, pero su verdadera pasión la conoció a través de Apolonio de Calcedonia y Quinto Junio Rústico, considerado el filósofo estoico más prominente del periodo (desgraciadamente no se conserva ninguno de sus escritos) y al que el emperador tuvo siempre en la más alta consideración. De hecho, a raíz de sus lecciones con él, Marco Aurelio decidió comenzar a vestir al modo giego. El adolescente que acumularía en sus manos todo el poder del imperio romano quería ser un sabio.
Es probable que las inclinaciones de aquel chico acaudalado y bien instruido le hubieran llevado a convertirse en uno de los filósofos más importantes de su generación; sin embargo, el destino (un concepto sobre el que habían filosofado incontables horas sus maestros estoicos) tenía otros planes para Marco Aurelio. La vida del emperador filósofo cambió drásticamente a la edad de diecisiete años cuando, de forma un tanto inesperada, su tío, el emperador Adriano, impuso a su sucesor en el trono una singular condición: que este adoptara a un joven patricio, Lucio Vero y al propio Marco Aurelio, y los proclamase inmediatamente sus herederos.
Para afianzar el movimiento, el mismísimo Adriano adoptó también a los jóvenes, que accedían así, antes de la edad legal, al Cursus honorum, (la carrera política imperial). Marco Aurelio comenzó entonces a acumular un sinfín de dignidades con las que no se sintió demasiado cómodo, pero su mesura a la hora de aceptar el huracán de acontecimientos que le rodeaba le granjeó pronto la admiración de sus coetáneos y el nombramiento definitivo como heredero del trono imperial. Compartió la dignidad con su hermano político Lucio Vero hasta el fallecimiento del mismo en el año 169, gobernando bajo el nombre de Marco Elio Aurelio Vero César. Desde el año 169 al 177, en el que incluyó a su hijo Cómodo en una nueva diarquía, dirigió el mayor imperio de Occidente en solitario. Sus últimos tres años de vida fueron de transición hacia el gobierno de su heredero, que sumiría a Roma en una grave crisis política. En total, fueron casi dos décadas de gobierno de un filósofo capaz de escribir una obra que ha inspirado a algunos de los grandes pensadores de la historia de la humanidad, pero que no supo llevar su propio pensamiento a la práctica.
Las Meditaciones del emperador
Meditaciones es una amalgama de escritos personales en los que Marco Aurelio registró sus vivencias, reflexiones e ideas, fuertemente impregnadas por los elementos más importantes de la filosofía estoica (esa que, para los profanos, viene a decir que hay que aguantar lo que te echen y poner buena cara). En total, el emperador completó doce libros que escribió en griego antiguo, cumpliendo con una tarea autoimpuesta y a la que él mismo se refiere como un ejercicio de reflexión personal que ocupó buena parte de su vida adulta.
No es muy probable que Marco Aurelio concibiese sus Meditaciones pensando en su posterior publicación. De hecho, aunque la obra incluye algunos pasajes amplios en los que el emperador divaga en torno a sus propias convicciones filosóficas, su estilo es más propio de un diario personal. En cierto modo, da la impresión de que incluso la prosa de Marco Aurelio pretende reflejar su carácter estoico, hasta el punto de que resulta sencillo olvidar que buena parte de la obra fue escrita mientras sus legiones masacraban a la tribu germana de los Cuados en la zona de la actual Eslovaquia. Al fin y al cabo, expandir el imperio era lo que le había deparado la providencia, así que ¿quién era él para enfrentarse al destino?
Lo cierto es que, en las páginas de su obra, Marco Aurelio es más filósofo que gobernante; ahí reside el interés por sus Meditaciones, que con el paso de los siglos le han convertido por derecho propio en uno de los pensadores estoicos más importantes del siglo segundo. Es lógico, por tanto, que entre sus principales influencias se encuentren los miembros más importantes de la escuela estoica; no obstante, junto a las referencias a pensadores como Zenón, Crisipo o Séneca, es posible rastrear el influjo de los grandes filósofos clásicos, y muy especialmente de Heráclito, Platón y Aristóteles.
Del primero de ellos, el llamado Oscuro de Éfeso, Marco Aurelio recogió la concepción de que el cosmos fluye como las aguas de un río gracias al equilibrio que surge entre dos fuerzas opuestas, la lucha y la armonía. Dicho equilibrio, única constante frente al azar de la realidad, recibirá el nombre de Logos o Razón universal; el ser humano resultaba tan insignificante frente a ella que, para el emperador de Roma, la única postura lógica era la de vivir conforme a sus designios, aceptando con resignación el destino propio. La búsqueda de la fórmula que permita vivir acorde a la naturaleza que rodea al filósofo, la llamada ataraxia estoica, marcará el resto del pensamiento de Marco Aurelio.
El emperador retoma, a partir de esta noción, el resto de elementos clásicos de su escuela estoica, tratando de enfrentarse del mejor modo posible a ciertas dificultades públicas y privadas (perdió a varios de sus hijos). El resultado se acerca a un pesimismo erudito cuando llega a afirmar que, para ser feliz, el hombre debe centrarse únicamente en lo que sucede en su interior, ya que todo lo que está fuera resulta efímero e insignificante; incluido el imperio romano, cuya desaparición Marco Aurelio daba por descontada. Y es que la concepción estoica de la vida se acercaba a la de un mero impasse de espera hasta que la muerte separara de nuevo cuerpo y alma. De este modo, la búsqueda personal de la calma absoluta acaba convertida en una resignación vital que limita seriamente el alcance del pensamiento (y por tanto de las iniciativas) de un gobernante con una preparación envidiable.
Marco Aurelio tiene problemas para mantener el equilibrio entre su resignación política y el deber de intervenir sobre ciertos aspectos de la realidad que desde una posición como la suya era posible transformar. En sus Meditaciones dedicó varios pasajes a reflexionar sobre lo que como emperador tenía la capacidad del alterar, siquiera ligera o brevemente, y todo lo que estaba más allá de su alcance. En sus divagaciones, estableció un nexo entre la Razón universal estoica, y los conceptos de ley y justicia, anticipando la noción cristiana de la Ley Eterna (en lo que sería, muy probablemente, su mayor aportación a nivel puramente filosófico).
Durante dos décadas, el trono imperial fue ocupado por un filósofo para el que existía, por tanto, una unión sagrada que conectaba todas las cosas con el devenir del universo. La Razón universal de la que todos los hombres participaban hacía que para Marco Aurelio ningún ser fuera completamente ajeno al resto. Sin lugar a dudas, esto podría haber provocado un cataclismo en el seno de un imperio esclavista, sostenido por la fuerza de sus legiones. Pero, a pesar de que Marco Aurelio encarnó en cierto modo el ideal platónico del gobernante filósofo, no supo encontrar el modo (y puede que ni siquiera la motivación) para influir decisivamente en la realidad política de su tiempo.
La política de un pensador
Marco Aurelio ocupa un lugar de excepción en el crepúsculo del pensamiento antiguo y romano. Aunque su imperio aún tardaría un tiempo en manifestar los síntomas de su profunda debilidad, las causas de su colapso tienen su origen en el segundo siglo de nuestra era. Y dado que, tal y como afirmaría un estoico, nada puede permanecer ajeno al devenir del cosmos, también la filosofía clásica comenzó a dar las mismas muestras de flaqueza que el imperio que la sostenía, hasta que finalmente el cristianismo canibalizó alguna de sus expresiones para darles una nueva forma. Lo cierto es que Marco Aurelio fue un claro exponente y a la vez un gran intérprete del momento filosófico y político que comandó. Su convencimiento personal de lo efímero que sería el imperio y la fugacidad de cualquier iniciativa política provocaron que finalmente el emperador haya pasado a la historia más bien como filósofo; y es que su gobierno no tuvo la energía ni la capacidad de ir más allá de la mera conservación de la tradición y el desarrollo de la burocracia romana, ya de por sí hipertrofiada.
Esto no impide que en sus Meditaciones se detecte un cierto orgullo por la grandeza del imperio y los logros de la civilización romana. De hecho, nada parece obsesionar tanto al emperador como el bienestar de sus súbditos, por mucho que afirme que están destinados a perecer al igual que su imperio. Como buen estoico, Marco Aurelio decidió cumplir su deber político mientras sufría en silencio por la inutilidad de muchas de sus acciones.
Tantos desvelos y un cierto éxito en la práctica de la austeridad y la resignación estoica le granjearon, ya en vida, la reputación de ser un verdadero rey-filósofo. Las fuentes confirman que disfrutó de una gran popularidad a pesar de que, como emperador de un Estado esclavista y militarista, no pudo extender a todos los habitantes del imperio los elevados ideales políticos a los que aspiraba; vivió de un modo mucho más austero que cualquier otro emperador y trató de amoldarse al comportamiento estoico siempre que tuvo la oportunidad. Convencido, tal y como dejó escrito, de ser tan frágil como cualquier otro hombre por mucho poder que acumulara en sus manos, trató de mostrarse humilde y permaneció vigilante frente a la adulación. Se propuso no exagerar ninguno de sus rasgos y no convertirse en un nuevo César, aceptando incluso que ello implicaría parecer débil a quien esperaba otro tipo de actitud por parte de un emperador romano. Sin duda, cualquier ciudadano del siglo XXI agradecería la aparición de algún político que abrazase genuinamente todos estos principios. Pero lo cierto es que la bondad de Marco Aurelio no se correspondió con la energía necesaria para enfrentarse a los desafíos relacionados con la política imperial. Por muy injusto que resultase achacar a un hombre su incapacidad para acabar con el esclavismo y el uso de la coerción hace casi dos milenios, resulta inevitable detectar una cierta contradicción entre su pensamiento y la conservación de las estructuras esclavistas de un Estado fuertemente estratificado.
Marco Aurelio hace suya la concepción de Séneca según la cual los esclavos no son objetos sino personas que, si bien están subordinadas a sus dueños, espiritualmente permanecen siempre libres, y por ello deben ser tratadas evitando todo tipo de crueldad y respetando su dignidad como seres humanos. Es evidente que dicha lógica conduce inevitablemente a la abolición de la esclavitud, que bajo esta perspectiva pierde su sentido, pero la realidad económica del imperio impidió, no solo a Marco Aurelio sino también a sus sucesores, explorar dicha posibilidad. El emperador mostró, no obstante, un gran interés personal en que los esclavos tuviesen la posibilidad de recuperar su libertad, facilitando el conocido trámite legal de la manumisión. Su preocupación por la situación de quienes en realidad sostenían económicamente al imperio no tuvo más consecuencias, aunque cabe considerar que, desde la perspectiva estoica, las posiciones sociales carecían en realidad de importancia (eran una más de las expresiones del destino que había que aceptar).
Pero sin duda, el gran obstáculo que Marco Aurelio debió afrontar a nivel interno fue el discurso subversivo del cristianismo. En realidad, en sus Meditaciones el emperador solo se refiere a sus fieles al criticar que su disposición a la muerte y el martirio resultaba irracional y un tanto teatral. Cabe recordar que, en Roma, la religión tenía una importante función política (Cicerón había planteado poco antes que los dioses no imperiales eran motivo de desorden y discordia) y quizá por ello Marco Aurelio toleró e incluso animó un ambiente oficial de oposición al cristianismo. En los últimos años de su vida, incluso ordenó una persecución tras casi un siglo de tensa convivencia entre el imperio y el cristianismo, aunque algunos historiadores señalan que esta decisión pudo deberse al auge del montanismo, un movimiento surgido en el seno del cristianismo que denunciaba la connivencia de sus propias élites y las romanas y era muy beligerante con el Imperio. En cualquier caso, Marco Aurelio afrontó su pugna con la nueva religión monoteísta desde su confianza en el Derecho romano y, aunque animó la publicación de diversas apologías contra el cristianismo (y en especial contra los montanos), se aseguró de que el Imperio fuera el único capaz de perseguirles en lo que ha sido interpretado, a la luz del resto de sus decisiones, como una preeminencia de la ley y el Estado sobre el individuo.
Para Marco Aurelio, el ideal político consistía en adaptar lo público a la Razón universal, ajustando las leyes a la naturaleza para alcanzar la forma suprema de la ley. De este modo, ser fiel a la ley y al imperio implicaría ser fiel también a la inteligencia del hombre, y vivir conforme a la justicia supondría la salvación de la vida individual. Sin embargo, más allá de esta máxima, la actuación política del emperador no estuvo claramente organizada. En su clásica Historia de las ideas políticas, Touchard afirma que en Marco Aurelio «la moral ha absorbido completamente a la reflexión política». Y, por mucho que tanto la ética como la política formen parte de la llamada filosofía práctica, aquella que aspira a aplicar en la sociedad máximas extraídas de la reflexión abstracta, sus campos de actuación son alternativos: la moral busca normas de comportamiento para el individuo y la política para la correcta organización de la sociedad. La traslación de la ataraxia de la ética estoica al gobierno de Marco Aurelio acabó traduciéndose en una simple conservación del estado de las cosas, que no hizo sino desatender las causas que acabarían desatando la crisis del imperio.
Desde un punto de vista histórico, es posible hacer varias críticas de la labor política del emperador que presenció el comienzo del fin de la civilización antigua: su idealización del pasado y una visión un tanto estática de la historia y la política limitaron la influencia de su gobierno; además, la negativa al desarrollo de reformas profundas agravó el agotamiento del esclavismo, el auge del cristianismo y el progresivo alejamiento de Oriente y Occidente. No obstante, todos los peros que se acumulan en el debe del gobernador se contraponen a la admiración por el filósofo, el escritor y, quizá sobre todo, la persona de Marco Aurelio. Por el emperador que se previno sin descanso de la tentación de sucumbir al poder; por el hombre poderoso que proclamó públicamente su deseo de alcanzar en vida la honradez, la piedad y la benevolencia. Por un gobernante superado por las circunstancias, que amó la justicia y mostró una enorme firmeza en el cumplimiento de un deber sobrevenido, tratando de ser útil a un imperio que súbitamente fue suyo y cuyo bienestar se convirtió, durante gran parte de su vida, en el suyo propio.
El legado de Marco Aurelio
La única obra escrita por un gobernante que tuvo en sus manos todo el poder del Imperio romano y, al mismo tiempo, disponía de un profundo acerbo filosófico clásico, es una producción cultural única, pero quizá es su carácter personal y su cercanía al género de la confesión lo que ha marcado la imagen de la obra del emperador.
Un análisis principalmente filosófico de las Meditaciones permite poner de manifiesto su unidad formal, pese a su aparente falta de sistematización, y obtener importantes conclusiones acerca del pensamiento ético, jurídico y político del emperador. Como señalamos, una información tan sustancial justifica, más allá del valor de la obra como compendio de la filosofía estoica, que ya en época antigua comenzaran a aparecer referencias dispersas sobre la popularidad de sus preceptos y algunos escritos de otros emperadores se refieran al pensamiento y el modelo de comportamiento que supuso durante siglos Marco Aurelio. A pesar de ello, sus Meditaciones son consideradas sobre todo una obra maestra de la literatura y un testimonio de un valor incalculable sobre los pormenores de una vida dedicada hasta las últimas consecuencias al servicio público. Las reflexiones del emperador han pasado a la historia, de este modo, como un tratado del buen vivir del poderoso y del arte de la política, especialmente valorado por intelectuales y políticos de todas las épocas, como Federico el Grande, John Stuart Mill, Schopenhauer o Tolstói.
Marco Aurelio ha sido constantemente alabado por su capacidad para escribir lo que habitaba en su mente, sin permitir que las posibles interpretaciones de su pensamiento interfiriesen en sus Meditaciones. Su obra, por tanto, no puede reducirse a una categoría puramente filosófica y por ello resulta más conmovedora que influyente. En la posición más comprometida de un momento difícil, Marco Aurelio se encerró en su interior para encontrar la calma allí donde habita lo más divino del hombre. Fuera, tras los muros que rodeaban la sala del trono imperial, los hombres comenzaron a buscar a Dios en una religión que ofrecía la redención. Se acababan los tiempos de la reflexión y llegaba la edad en la que lo más importante sería la salvación del alma.
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Gracias por el artículo, está bien escrito, y de una forma u otra contiene también la melancolía que llena la obra de Marco Aurelio.