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Mi nombre es Linda Peeno

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En 2007, el documental de Michael Moore Sicko levantó una enorme polvareda en la sociedad norteamericana. En su película, el director de Michigan trataba de repetir la exitosa fórmula de cintas como Farenheit 9/11 o Bowling for Columbine para diseccionar el oscuro panorama de la atención sanitaria estadounidense.

Como siempre, la obra de Moore no dejó a nadie indiferente. Entre las escenas que conforman el documental destacaba la contundencia del testimonio que la Dra. Linda Peeno ofreció en 1996 en el Congreso de los EE. UU. En él, una profesora de ética médica afirmaba haber causado la muerte de un paciente al negarle cobertura médica por motivos económicos.

Casi dos décadas después, con el copago y la privatización de centros planeando sobre la sanidad española y una de las leyes estrella del presidente de los EE. UU. (la conocida como obamacare) pugnando por sobrevivir a pesar de no amenazar el negocio de los seguros privados, su testimonio íntegro cobra vigencia a ambos lados del Atlántico. Nos recuerda que cualquier servicio público digno solo puede subsistir a través de unos profesionales comprometidos que lo defiendan.

Mi nombre es Linda Peeno y, aunque la lista de declarantes no lo refleja, soy médica. He sido directora de varios centros sanitarios y también investigadora. He desempeñado el trabajo al que se han referido como directora médica en tres organizaciones distintas. En la actualidad, sin embargo, trabajo principalmente en el ámbito de la ética médica y sanitaria.

Hoy estoy aquí para hacer una confesión pública. En la primavera de 1987, en calidad de médica, denegué a un hombre una operación que necesitaba y que le hubiera salvado la vida. Eso causó su muerte.

Ninguna persona o entidad me exigió una responsabilidad por ello porque, en realidad, lo que hice fue ahorrarle a mi compañía medio millón de dólares.

Incluso, aquella decisión mejoró mi reputación como directora médica y aseguró mi progreso en la industria de la atención sanitaria: en poco más de un año, pasé de ganar unos pocos cientos de dólares a la semana a percibir unos ingresos anuales de seis cifras.

En mi trabajo, tenía una tarea muy clara. Esta consistía en poner mis conocimientos médicos al servicio de la obtención de beneficios de la compañía para la que trabajaba, tal y como exige la gestión de la industria sanitaria. Sacrificar a un ser humano para ahorrar dinero no supone un problema ético; no importa cómo se consiga ahorrar. Me decían repetidamente que no estaba negando atención médica. Estaba, simplemente, denegando pagos.

No soy una estudiosa de la ética cuya principal experiencia venga de los libros. Para mí, los dilemas éticos nacieron en las trincheras y en el dolor que finalmente entendí que había causado. Si hoy soy una experta en la materia, es porque sé cómo los seguros médicos mutilan y matan a los pacientes.

Por eso estoy aquí, para hablarles de ese trabajo sucio. Y lo haré de una forma clara que espero que el Sr. Ignani [presidente y CEO de la American Association of Health Plans] pueda entender.

Bien. Déjenme explicarles por qué era una buena directora médica. Regularmente, se me consultaba acerca de posibles alternativas para los tratamientos más caros cubiertos por los seguros médicos o recibía guías con una serie de tecnicismos útiles para denegar las peticiones que me llegaran. Por ejemplo, tras un programa de la empresa, pudimos crear una serie de fórmulas que desde entonces usé a menudo para denegar cualquier tratamiento caro en general y cualquier solicitud que se saliese de las atenciones más habituales en particular. Denegar los tratamientos se convirtió en algo extremadamente sencillo mientras, al mismo tiempo, utilizaba cualquier síntoma o visita médica previa en un motivo para evitar que nuestra aseguradora rembolsara a los pacientes el coste de los tratamientos que ya habían recibido.

Hay muchas más cosas que podría contarles pero, en definitiva, yo solo era tan buena en mi trabajo como los médicos con los que trabajaba me permitían, porque eran los números que ellos nos enviaban los que determinaban si yo estaba cumpliendo con mi cometido. Eso significa que usé todos los medios a mi alcance para controlarlos: intimidación, acoso, humillación… Los usé todos. Empleé datos falsos e inexactos para crear informes con los que los amenazaba para que mejoraran sus cifras. Es decir, para que consiguieran que los pacientes acudieran menos a sus consultas.

Solicité «credenciales económicas» para elegir a los médicos menos caros y en pocas ocasiones cotejé esos datos con estándares de calidad médica. Ayudé a diseñar contratos de aprovisionamiento para asegurar nuestros pagos, empleando diversas argucias para obtener los resultados que queríamos en nuestros planes de desarrollo. También amenacé a los profesionales que más se resistían o eran más costosos de que no volveríamos a trabajar con ellos.

Sin embargo, hay una última actividad que creo que merece un lugar destacado en esta lista. Es lo que yo llamaba la «bomba inteligente» de la limitación de costes: la denegación de las solicitudes de atención sanitaria. Déjenme guiarlos hacia el corazón de la asistencia sanitaria.

Incluso si un programa médico prohibiera el empleo de todas las estrategias que he citado, el uso de esta práctica es imposible de controlar y es vital en el sistema sanitario. A través de ella, se toman todas las decisiones sanitarias en relación al acceso, disponibilidad y uso de los tratamientos.

[En la actualidad] incluso cuando lo que se toma en consideración son criterios estrictamente médicos, su desarrollo casi nunca se concreta en un proceso clínico tradicional. Muy raramente se buscan estándares de cada caso en la especialidad que le corresponde y dichos criterios casi nunca están disponibles para el estudio previo de los médicos y el resto del personal del programa. De este modo, incluso en el caso de un seguro que cubra todas las necesidades e incluya todas las ventajas, como por ejemplo revisiones visuales o pruebas de detección del cáncer gratuitas, los médicos nunca tendrán la última palabra sobre las atenciones que su paciente recibirá.

Sicko Michael MooreEsto puede pasar desapercibido en los casos más simples como una visita al médico provocada por una gripe, pero puedo asegurarles que cuando ocurre algo inesperado o especialmente caro, la pradera idílica se convierte en un campo de batalla. Las minas antipersona  empiezan a estallar por todas partes. En algún lugar del contrato de cualquier cobertura médica, de cualquier compañía, se establece que la autoridad final con respecto a la atención médica del paciente es del propio seguro. Eso significa que hay algún médico de la empresa haciendo lo que yo hice.

En la mayoría de los casos esa persona ya no ejerce. Están sentados tras la mesa de un despacho tomando decisiones sobre un paciente que nunca verán ni tocarán y no son en absoluto conscientes de las consecuencias de sus decisiones. Alguien les paga por tener en cuenta los beneficios de su compañía y no el bienestar de quienes los contratan.

Me gustaría concluir con una reflexión: ¿qué tipo de sistema sanitario hemos creado, en el que un médico puede percibir más ingresos si causa sufrimiento a los pacientes? Yo me hice médico para curar, no para causar daño y por eso ahora me atormentan los miles de expedientes en los que escribí esa palabra mortal: «denegado».

Muchas gracias.

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