Nuestro barco subirá la montaña
«Con la desquiciada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto (…) se apoderó de mí una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña. En el barco que, gracias al vapor y por su propia fuerza, remonta serpenteando una pendiente empinada en la jungla, y por encima de una naturaleza que aniquila a los quejumbrosos y a los fuertes con igual ferocidad, suena la voz de Caruso, que acalla todo dolor y todo chillido de los animales de la selva y extingue el canto de los pájaros».
(Werner Herzog, Conquista de lo inútil, Blackie Books, 2018, pág. 5)
Corría el año 1979 y Werner Herzog ultimaba todavía los detalles del guion. Por entonces se encontraba en San Francisco, en la casa de Coppola y, aunque ya tenía algunos asuntos avanzados, aún quedaban bastantes aspectos por cerrar. Y lo más importante, necesitaba la inversión de productores para poder llevar a cabo el proyecto. Coppola se ofreció a presentarle a sus propios productores, aunque no resultaría sencillo: en esta ocasión, debía rodar su historia íntegramente en la selva amazónica peruana; necesitaba convencerlos de que el proyecto era viable, pero pese a la trayectoria del alemán, las características del proyecto dificultaban la inversión. Aparentemente, nadie salvo él estaba convencido de que la aventura fuese a terminar bien.
Tuvieron la reunión en el piso de la 20th Century Fox y mientras tomaban café, o tal vez una bebida bastante más fuerte, discutían amablemente sobre algunos aspectos y pormenores de la película. Todos daban por sentado de que la escena se rodaría en algún jardín botánico, con la maqueta hiperrealista de un barco de vapor. Pero Herzog lo aclaró: nada de juguetes, ni maquetas, ni barcos en miniatura; sería un barco real, quería subir por la ladera de la montaña un barco de vapor de trescientas veinte toneladas. Y no era por representar la realidad hasta el más mínimo detalle; lo suyo era una cuestión estética, una puesta en escena megalómana. A partir de aquel momento, el tono cordial y las palabras amables se diluyeron y la conversación se volvió fría y áspera.
Pese a todo, consiguió que apostaran por ese guion; un guion para cuya elaboración se basó en la historia de Carlos Fermín Fitzcarrald López (1862 – 1897), un comerciante de caucho y aventurero peruano, descendiente de un marino irlandés que se había afincado en Perú. Fitzcarrald protagonizó numerosas expediciones a la búsqueda de zonas donde abundaran los árboles de caucho que le permitieran ampliar su negocio. En una de estas, mientras recorría la zona de Madre de Dios, descubriría el istmo que llevaría su apellido, el cual separaba dos ríos paralelos. Desde un primer momento vislumbró el potencial de aquel lugar, al que volvería en sucesivas ocasiones. En su tercera expedición a la zona, el aventurero llevó una lancha de vapor desmontada que, con ayuda de unos trescientos indígenas campas, internaron y portaron mientras atravesaban los más de nueve kilómetros de selva que separaban un río del otro. Al llegar al otro lado, la embarcación fue montada y botada. Este esfuerzo permitió abrir una ruta comercial entre los dos ríos.
La historia
Fitzcarraldo narra la historia del irlandés Brian Sweeney Fitzgerald, un excéntrico que ama la ópera sobre todas las cosas y que a su llegada a la selva amazónica adopta el sobrenombre de Fitzcarraldo, ya que los nativos tienen problemas para poder pronunciar su verdadero nombre. No tiene mucha suerte en sus negocios: la primera de sus empresas es construir una red ferroviaria que queda sin financiación yaciendo a medio construir entre la vegetación amazónica. Más tarde, prueba suerte con el hielo, pero esto no deja de ser una empresa que no da demasiados beneficios y él necesita hacer fortuna; pero no para vivir de manera holgada disfrutando de los placeres de la vida y de una posición privilegiada, sino para llevar a cabo su proyecto: construir un teatro de la ópera en Iquitos, en plena selva amazónica (y estrenarlo con una actuación de Enrico Caruso); un proyecto costoso que jamás podría abordar con los beneficios que le reporta la fabricación de hielo.
El gran negocio del momento es el caucho, pero la mayor parte de la selva está segmentada y repartida a distintos empresarios que la explotan y se enriquecen con el comercio del apreciado material. Sin embargo, no toda la selva está adjudicada: aún queda una zona que no ha sido explotada por nadie, y el único motivo de ello es la imposibilidad de acceder al lugar (para ello hay que cruzar unos rápidos inaccesibles). Pero Fitzcarraldo tiene una idea y vislumbra una forma de acceder a tan remoto lugar. No cesará en su empeño hasta poner en marcha su ambiciosa empresa.
Con esfuerzo, consigue el dinero que necesita para poder comprar el derecho de explotación de la zona y un barco de vapor destartalado, que tanto él como los trabajadores que contrata repararán y pondrán a punto. A partir de entonces, comenzará un viaje hacia un lugar salvaje y remoto, donde nadie se adentra y donde las tribus indígenas son hostiles con los extranjeros. El propio capitán del barco será un superviviente de una expedición por ese territorio. A medida que se acercan, el miedo a ser atacados envuelve a toda la tripulación, que acaba abandonándolos a su suerte, quedando únicamente el capitán del barco, Huerequeque (el cocinero), Cholo (el mecánico) y el propio Fitzcarraldo. Pero, aunque su empresa parezca destinada al fracaso, el protagonista tiene la suerte a su favor: los indígenas que en otras expediciones han atacado y asesinado a otros navegantes, deciden ayudarles en su aventura; gracias a ellos, el barco subirá la montaña que separa un río del otro para volver a ser introducido en la otra orilla.
El rodaje
En los apuntes que fue tomando durante el rodaje y que muchos años después darían lugar al libro Conquista de lo inútil, cuenta Herzog las infatigables penurias por las que tuvieron que pasar tanto él como el resto del equipo de rodaje. Inmersos en plena selva, sufrían los estragos de los insectos que proliferaban por todas partes (fueron devorados por ejércitos de hormigas y por mosquitos, arañas gigantes, moscas, chinches…) y de un río caprichoso que podía subir y arrasar con el campamento, o bajar y no permitir la navegación durante días. Su estancia se convirtió en un calvario, junto con el cúmulo de dificultades que imposibilitaban el avance del proyecto: el insufrible trabajo de rodar en una selva, las complicaciones con las autoridades del país, la propia convivencia en el campamento, el agotamiento de presupuesto y la falta de financiación que casi da al traste con el trabajo… Así, el rodaje se alargó bastante en el tiempo y Herzog acabaría tan hastiado como para no volver a mirar el diario hasta muchos años después.
En un primer momento, los papeles protagonistas iban a ser interpretados por Jason Robards y el cantante Mick Jagger. Sin embargo, el primero cayó enfermo y no pudo volver al rodaje (lo sustituiría Klaus Kinski), mientras que con Jagger expiró el plazo que tenían fijado para filmar la película y tuvo que partir de gira con The Rolling Stones. Al no poder encontrar un sustituto adecuado para el personaje de este último, Herzog decidió eliminarlo de la película.
Los infortunios hicieron que Kinski se convirtiera en el protagonista y, ciertamente, la caracterización propia del actor le otorgó mucha credibilidad al personaje de Fitzcarraldo. Pero su llegada no solo replanificó el film, sino que revolucionó el campamento con sus incontables berrinches, disputas, manías y condiciones que podían llegar a ser exasperantes. Su megalomanía, su estado anímico entre la ira y el enfermo terminal, acabaron con la paciencia de todos los participantes, incluso de las propias tribus indígenas que colaboraban en la producción. «Al siguiente arrebato de cólera de Kinski, el cacique de los ashaninka-campas y el cacique de los machiguengas de Shivankoreni me han llevado aparte y me han preguntado con toda tranquilidad si quería que lo mataran» (Conquista de lo inútil, Blackie Books, 2018, pág. 326), anotaría el director, sorprendido. Más tarde, en el documental Mi enemigo íntimo, afirmó que rechazó la idea, pero no porque no le pareciera adecuada, sino porque necesitaba terminar la película.
Reconocimiento
El largometraje fue estrenado en 1982, tuvo una excelente acogida y fue bastante elogiado por la crítica. Obtuvo algunos premios importantes, destacando el de mejor película extranjera en los Deutscher Filmpreis y el de mejor director en el Festival de Cannes. Además, fue nominado también a la Palma de Oro en Cannes, a los premios BAFTA y a los Premios Globo de Oro en la categoría de mejor película extranjera.
Más allá de Kinski como Fitzcarraldo, el reparto lo completarían Claudia Cardinale como Molly, José Lewgoy como Don Aquilino, Miguel Ángel Fuentes como Cholo, Paul Hittscher como Capitán, Huerequeque Enrique Bohórquez como Huerequeque, Grande Otelo como jefe de estación, Peter Berling como gerente de ópera, David Pérez Espinosa como cacique de los indios campas, Milton Nascimento como auxiliar en la Casa de Ópera, Ruy Polanah como empresario del caucho, Salvador Godínez como misionero, Dieter Milz como misionero y William Rose como Bill Rose.
Realizar esta obra fue una proeza para todo el equipo y, sobre todo, para el propio director, quien acabó extenuado tras la aventura. Pero hacer películas es la vida de Werner Herzog. Como bien dijo en una ocasión, el cine «ha hecho realidad mis sueños y me ha dado una sólida razón para vivir, pero también me ha arruinado, extenuado, desquiciado y puesto en peligro». Y eso, en definitiva, podría definir Fitzcarraldo dentro y fuera de la pantalla: la historia de un hombre obsesionado con subir un barco de trescientas veinte toneladas a una montaña; la historia de un hombre que casi fracasa en el intento, pero que se empecinó tanto que al final lo consiguió.
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